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lunes, 30 de enero de 2017

Entrevista con el Inquisidor

P: Usted anunciaba el fin de la “poesía de consumo” y el advenimiento del “poema especializado”, y comprobamos que esas profecías no acaban de cumplirse. ¿Por qué?

R: Luego de una necesaria condensación, la poesía se tuvo que dispersar. Un estallido, con chispas, humo y todo eso. Se han retomado los vicios iniciales. Ha regresado la música, y el metro, la rima, la confesión, las enumeraciones, las zampoñas y los rebaños. Y reacciones a esos rebaños: lo coloquial y lo localista como refutación. Nos han dado de bofetadas.

P: Viniendo usted de un espacio encerrado en retórica pura, la isla, ¿cómo le afecta este exilio que se sigue prolongando?

R: El poeta mira al pasado, y no termina de pagar su deuda. Yo privilegio la palabra, pero dejando un espacio al cinismo. Nadie escribe para el lector de turno. Esa es mi justificación. Cada cual busca la que le conviene. Pero todavía (todavía) no acudiré a la lástima y el panfleto.

P: ¿Y cuándo es que los intelectuales cubanos comenzarán a manifestar el cinismo que profesan en otros medios que no son precisamente “literarios”?

R: Muy pocos intelectuales son capaces de soltar el trozo de túnica que les tocó asir. Discuten y lo orientan todo hacia una perspectiva optimista, sin que ello cambie las circunstancias. Los referentes siguen siendo los mismos: Poder, Doctrinal, Casta...

P: ¿Sería exagerado afirmar que ha surgido una especie de bravuconería en la poesía actual cubana?

R: Desesperación sí hay. El problema es que los bravucones son provincianos, usan referentes insulsos (los poetas retóricos y aplaudidores que les antecedieron), se auto-incluyen en otra antología más. Tienen mucho de aquel primer Raúl Rivero, pero con ideología rebobinada. Para no meterse con el patriarca, se meten con el hijo bobo del patriarca.

P: ¿Se pudiera aseverar, como hemos escuchado hace poco, que es preciso buscar un segundo idioma?

R: ¡Pero si aún no hemos encontrado el primero!

P: ¿Bitácoras, éter, ciberespacio?

R: Pasen a ver, aquí está la regordeta que consulta su manual de repostería: entre pastel y pastel transcribe sus reflexiones. Un periodista municipal nos atiborra de poemas y refranes. Aquel otro declamador nos quiere vender sus mañas escénicas. Democracia, posibilidad, acceso, aplausos.

P: ¿En qué guerra podremos encontrarlo dentro de unos meses, años?

R: Tanta lucidez me paraliza. Por supuesto, ya tendré que anotarme en alguna facción, so pena de verme apedreado por culpa de mi crónica impasibilidad. Son muchas alianzas, y basta con alejarse del blanco para que el dardo te busque: el dardo extraviado, que siempre hay alguno. Ser (o considerarse) intelectual basta para que te traten de captar. O para que te golpeen sin compasión.

P: ¿Vivimos otro período de lasitud entre las tantas agonías de Nerón?

R: La ansiedad nos ha ido resquebrajando. El moribundo no es tal: le han prolongado la vida. Le hemos prolongado la vida. Y ya no importa que muera.

P: ¿Géneros dentro del género? ¿En la poesía, en la prosa?

R: Sólo oportunidades que los escritores no pueden desdeñar, por resultarles tan convenientes.

P: ¿Escribir ha resultado entonces un trofeo, una ganancia que se ostenta?

R: Yo siempre vuelvo al muchacho tímido, que no quería mostrar a los amigos las cuartillas de la noche anterior. ¡Qué vergüenza, Dios! Ese pudor, esa resistencia a desnudarse ha de ser literatura. Lo demás es exhibicionismo.

P: ¿Tendré que pasar por alto la pregunta donde le pido que argumente tal visión con un fragmento suyo?

R: Sí.

P: ¿Quiénes se ocuparán de revisar y replantear el Canon?

R: Ya el hecho de hacerse la pregunta implica una preocupación por sistematizar algo que se alimenta de tiempo e ironía despiadada. Usted ocúpese de conocerse a sí mismo. Será difícil zafarse del baúl, del desván adonde irán a parar todos nuestros libros.

P: ¿No está usted jugando a explicar certezas?

R: Mire alrededor. Abren la boca y sueltan eso de que “ladran, Sancho” cada vez que pueden, aunque se les diga que la frase es apócrifa. Nos desgastamos adoctrinando, y escribiendo el manual de conducta. Y lo mejor del juego viene luego, cuando nos apresuremos a borrar lo imborrable.

© Manuel Sosa

viernes, 27 de enero de 2017

Entre otras cosas, la cultura cubana se ha caracterizado por

hacernos creer que la vertiginosidad es virtuosismo,
convertir el placer de la lectura en caza de citas,
impregnar de localismo toda la cinematografía,
convertir el sofisma y el eufemismo en estética,
hacernos creer que la escritura es fruto de un aprendizaje,
acudir al factor generacional como único criterio valorativo,
convertir la industria editorial en industria sanitaria,
otorgarle a la Nación un carácter estrictamente geográfico,
ostentar y sacar provecho de sus ruinas,
aplicar conceptos faraónicos a las artes escénicas,
reducir la fotografía nacional a una única imagen efectista,
crear una prensa que informa a partir de sus reticencias,
sustituir educación por adiestramiento,
atrofiar el antropomorfismo en la estatuaria,
mantener el costumbrismo como única alternativa humorística,
aplicar la necrofilia al concepto editorial,
confundir las artes plásticas con la política y viceversa,
convertir la arquitectura en arqueología,
profundizar el círculo vicioso martiano…

© Manuel Sosa

jueves, 26 de enero de 2017

Intento de envío de código malicioso

¿Se mide la ignorancia en falta de estilo o de argumentos? ¿Se justifica un acercamiento al ignorante basado en fines iniciáticos o demostrativos? El deber nos imanta, y emprendemos ciertas aventuras pedagógicas. A la vez, enfrentamos la crítica fraterna, que no comprende nuestro afán catequista. “¿Cómo pretender opinar entre componedores tan elementales?”
   Otros reproches: no se nos ha otorgado certificación para medir a la cofradía, no valemos lo que pretendemos, sólo miramos los aspectos negativos, etc.
   Podría conceder algunas limitaciones y falta de perspectiva, pero contra tanta obviedad…
   Entras al recinto y tu sentido humanitario despierta: Torpeza, falta de oficio, mal gusto, sensiblería, carencia de referentes y lecturas, pobreza conceptual. ¡Supresión de identidad!
   Pero si llamas ignorante al ignorante, cúbrete a tiempo porque será minucioso el alegato de defensa que derramará sobre ti.
   Como si fueras un código malicioso que ha procurado adentrarse en el programa oficial.

© Manuel Sosa

miércoles, 25 de enero de 2017

Corriendo las cercas de noche

Nos enseñaron que muy pocas cosas podían ser verdaderamente nuestras. Teníamos una habitación, una casa y sus irradiaciones, algún idolillo para venerar a solas, pero el Ojo no dormía nunca. De la tenencia a la carencia mediaba sólo una orden caprichosa, sin amparo de ley, por ser la ley otra manifestación de lo caótico. Un salvoconducto en blanco, firmado de antemano, decidía quién salía al descampado y quién quedaba en las sombras. Además: quién podía calibrar pertenencias, su pobreza ilustrada en imitaciones que nada representaban, sólo el Deseo. La palabra “privado” sonaba bastante escabrosa en una sociedad donde Todo era de todos, hasta nuestras rogativas y ensoñaciones; y ansiar espacios era admitir su naturaleza hereditaria, transmisible, de lo individual a lo múltiple, el atrevimiento de apartarse del Código. ¿Quién podía clamar autoridad sobre objeto alguno, quién podía encerrarse en su ilusoria pieza o llamarse árbitro de piezas dispersas sin tentar al dios tutelar y ubicuo, el que velaba cada uno de nuestros pasos? De tal manera crecimos, llegamos al punto aglutinador y nos vimos rodeados de cómplices: la hornada que sabía atenerse a las instrucciones y seguir las voces de mando. Y nada era nuestro.
     Aunque exilio y pérdida se asocian con facilidad, nadie examina su hacienda con el esmero que le haría desmarcarse. Como poseedor, al fin. Nadie enumera sus bienes antes de rendirse al sueño. Y peor aún: no se aprende todavía a erigir demarcaciones. El hombre que escapa del feudo tarda en convencerse de que cada acto de improvisación le hace más y más libre. Se equivocará, irá contra los usos, no ahorrará elocuencia. A lo venturoso nadie podrá cuadricular, y él será el ejemplo.
     Lo que hoy conservamos, ese espacio que sigue afianzándose en la tierra y sus representaciones, medra en la confianza de quien le busca como refugio. Sus límites, dibujados con trazos temblorosos, parecen extenderse y buscar más allá. Habrá quien indague y trate de reprocharnos la práctica (aprendida del dios tutelar, o del Cronos que le nutrió) de correr cercas de noche, extendiéndolas, imponiendo nuestro territorio. La palabra que estremece la vetusta hacienda, y la renueva. La adquisición de nuevos escenarios y testigos. Pero, ¿habrá mejor excusa, para seguir modificando el cianotipo, que un lector insaciable y su costumbre de invocarnos cuando nadie parece escuchar?

© Manuel Sosa