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lunes, 27 de febrero de 2017

Inglés instantáneo: up for grabs

Camino abierto, blogósfera, filón. El anglosajón se presta para los coloquialismos, esos adverbios y frases preposicionales, tanta plasticidad y combinaciones infinitas. Up for grabs: disponible, invitante, listo para ser utilizado. Pienso que las bitácoras virtuales ejemplifican ese giro total que el lector siempre aguardó. Luego de tantos años, pisoteada la esperanza de hacerse escuchar, el lector cruza por fin sobre la ruina del muro y comienza a describir. Es cierto que el entusiasmo se le acaba pronto, y ha de ocupar su tiempo haciendo conversación con el vecino que recién abrió su propio espacio. Cuadernos que colindan. Premios en cadena, que destellan: girasoles de baja resolución, jarrones atiborrados de rosas plásticas. Up for grabs: diarios de espíritu adolescente, ilusión de ampararse en un portal que garantiza visitantes, comentaristas que agreden y adulones gratuitos. No importa. No hace falta la humillación del pregón si se ocupa un sitio prominente en la plaza. Tendrán que consumir aunque no lo apetezcan. Otro inédito para hoy, para que no falten. La rutina puede más que el hambre. Up for grabs: página en blanco frente al comerciante que busca usuarios. Han servido la mesa. Coma hasta reventar. Aproveche las fisuras del sistema e iguálese a quienes le habían obligado a ser un simple espectador. Publique todo su archivo, lo que engavetaba para la posteridad. Confíe de nuevo en Max Brod. Si es cebo, debe resultar apetitoso. ¿Quién es el tonto que escribe poemas en papel de cigarrillo y luego se los fuma? El ciclo posmoderno, ya aletargado, ha vuelto a repartir las cartas. Juegue su mano, con ese full house de último minuto. La plaza ya nunca volverá a vaciarse.

© Manuel Sosa

viernes, 24 de febrero de 2017

No dejes que tus amigos escriban mal

Es la insistencia del ánimo descriptivo, que les hace creer en un lector ansioso y ciego, al que se debe alimentar para prevenir equívocos. Es también la poca visión como portadores de vínculos gastados, conceptos que nada sugieren, objetos que arrastran su propia sombra lánguida. No sondean ni vadean el agua oscura: la bordean. Su sentido del humor se apoya en esas conjunciones que faltan, en los acentos previsibles, en los accidentes del Ser. No atinan a descubrir el ritmo vital de la lengua, a la que atribuyen virtudes que no posee; y ese desconocimiento los lleva a ultrajarla, haciéndola tropezar una y otra vez. No consiguen deshacerse de los mismos grafemas que han demostrado utilidad en vidas anteriores. Escuchan y leen atentos, y repiten la combinación al día siguiente, porque se creen responsables de acervo y práctica. Aprenden coordenadas externas para recrearlas con entusiasmo monjil, haciendo de un claustro otro lugar accesible, pensando en el bien común. Se ejercitan en la consonancia de las palabras, porque el aplauso es medicina universal. Caricias para el oído, acordes que no pretenden perturbar la paz de las colinas. Hacen uso del verbo para medirse contra ideales vagos, que nadie sabe aún definir. Es la ilusión de asirse a referencias comunes, las ineludibles, vertidas en tiradas masivas. Es el efecto de los monólogos, y la lógica aplicada al libreto. Redactan la proclama que de ellos se espera y se animan con epítetos que producen resquemor. Estudian breviarios virtuales para agotar el recurso de la intertextualidad. Redescubren el país y los símbolos de permanencia, y se atreven al sentimentalismo. Hacen de la provincia un templo, y de la retórica una doctrina. ¡Se convencen a sí mismos y rompen con las facciones indóciles, con el ayer y sus manchas!
   No dejes que tus amigos escriban mal, pero si la preceptiva falla y corres el riesgo de ser apedreado o azotado por tratar de defenderles, sigue de largo. 

© Manuel Sosa

jueves, 23 de febrero de 2017

Fobias cubanas

Allodoxafobia: Miedo a las opiniones
Anuptafobia: Miedo a la soltería
Atazagorafobia: Miedo al olvido
Autodisomofobia: Miedo a alguien con mal olor
Belonefobia: Miedo a las agujas
Cacofobia: Miedo a la fealdad
Cainofobia: Miedo a fallar
Catageklofobia: Miedo al ridículo
Cheimafobia: Miedo al frío
Coimetrofobia: Miedo a los cementerios
Decidofobia: Miedo a las decisiones
Eremofobia: Miedo a estar solo
Escolionofobia: Miedo a la escuela
Falacrofobia: Miedo a la calvicie
Fronemofobia: Miedo a pensar
Gerascofobia: Miedo a envejecer
Hipengiofobia: Miedo a la responsabilidad
Hipopotomonstrosesquipedaliofobia: Miedo a las palabras largas
Kakorrharfiofobia: Miedo al fracaso
Metatesifobia: Miedo a los cambios
Penterafobia: Miedo a la suegra
Pogonofobia: Miedo a las barbas
Ponofobia: Miedo a trabajar en exceso
Rabdofobia: Miedo a ser severamente criticado
Teleofobia: Miedo a los planes definidos

lunes, 20 de febrero de 2017

Clásicos furtivos

La Poesía no hace alianzas con el Poder, alegando que existen causas más redentoras que la suya. Buscar los términos justos para alcanzar el discernimiento no presupone un acuerdo con las fuerzas tutelares, ni la creencia en el magma político que las sostienen. He aquí un espejismo basado en la flaqueza: la concesión provisoria, si se piensa en las obras debidas a una promesa, a la deuda que se salda como esplendor aparente, o como “arte de compromiso”. Porque ninguna concesión encuentra su lenitivo en la brevedad, ni en lo transitorio. La Poesía, para su riesgo civil, no hace alianzas.
   El mal ejemplo seguía siendo Virgilio, a quien no redimían versiones de una muerte sospechosa, fraguada por su propia deidad, su objeto de lisonja; ni églogas proféticas que le señalasen como iluminado, libre de ataduras físicas a Cayo Mecenas o alguna otra sombra favorable. El estigma permanecía, visible entre los hexámetros de su poema mayor, como el único reproche a esgrimir: la adulación del César. Vinieron entonces, tras el largo silencio de la épica, los Poetas Laureados a rendir su versión de la pleitesía, redactando los largos panegíricos de la corte, describiendo con minuciosidad y vanagloria la heráldica del Poder.
   ¿Quién recuerda a Robert Southey, sino como objeto de escarnio de Byron? ¿Quién, sino un lector de curiosidades, pudiera disertar sobre la obra de Hanns Johst, cuya trascendencia se reduce a una frase que usualmente se atribuye a Goebbels: Wenn ich Kultur höre ... entsichere ich meinen Browning!
   No faltaría mucho para que los juglares se sintiesen en deuda con gobiernos y falanges, y animasen los recintos ocupados por los nuevos pretores, versificando arduamente, impúdicamente. Reclamarían así la condición de víctimas que esperaban desagravio, voceros de una masa irredenta e inculta. Y fueron hombres de letras los que fundaron gremios y juegos florales, los que compusieron himnos y elegías, y no ocultaron su entusiasmo ante la imantación de la fuerza y sus representantes, a quienes se podía reconocer por la jerga antes que por el uniforme. Porque el diseño de los uniformes seguía siendo obra inconsciente de un mismo humorista, que fue sucesivamente legionario, cruzado, mosquetero, húsar, bolchevique y auxiliar de policía. Para cantar su zurcido y gloria estaban el Poeta Nacional, los Artistas Eméritos, los agregados culturales…
   ¿Y quién no sueña un país donde todas las imprentas pertenezcan a los uniformados, llamados a subsidiar planes editoriales, los clásicos en grandes tiradas, la retórica heroica mirada desde el tiempo, neutralizada por la ambigüedad que otorga lo intemporal? ¿Y cómo no aprovechar la eficacia de una lírica a prueba de templos y vedas, cuya esencia despierta una emoción que ha trascendido la circunstancia? Clásicos de una era apagada, ineludibles, clásicos muertos para citar a medias, clásicos convenientemente prologados por editores que ajustarán el lente y la perspectiva. Así mitigaron la curiosidad básica de bibliotecas y librerías, siempre dispuestas a cambiar hondura por profusión. Todo lo que sirviera para diluir, entre la aparente diversidad y el exceso, a otro tipo de clásicos: los furtivos, los que dudan del Poder y le enfrentan, clásicos que se sustentan en el discurso de la otredad, el relato egoísta de una minoría sediciosa, que hace literatura a expensas del optimismo social.
   Ahora mismo, sabiéndose heredero de todas las suspicacias reservadas a Césares y Reyes, el Caudillo se permite esperar a que los clásicos furtivos agoten su ciclo vital, para editarlos y proclamar su valía, como hijos tercos que regresan envueltos en el pabellón que cobija a todos por igual, bajo cualquier cielo. La condición póstuma es la mejor clave de acceso al linotipo de los sátrapas. Pero mucho tiempo antes, cuando fascinaban a los lectores desobedientes, sus obras permanecían relegadas al estante de consultas especiales. Su eficacia literaria no podía ser entredicha, porque su posible trascendencia estética importaba menos que los argumentos a neutralizar. Poesía del cinismo, más peligrosa y memorizable; narraciones que glorificaban el pasado, donde el protagonismo se cedía a conceptos tan contagiosos como la noche, la fiesta, el placer efímero… El lujo verbal, el virtuosismo de la prosa, la sublimación del individuo, ¿no contradecían la preceptiva moderna, basada en la pulcritud, el civismo y el bien común? Sin embargo, una política editorial sabe convertir el riesgo en aparente generosidad, como parte del mimetismo diplomático que negocia la supervivencia y su máscara. Vivos e inéditos, muertos y traducidos a idiomas vernáculos, ¿será el lector capaz de sacrificar su integridad, y adquirir la colección que los regidores expurgan, por acallarle?
   Mientras llega el tiempo de elegir sin trabas, en tanto el flujo de la literatura coincida con la carta que guía el gobernalle, y el lector natural siga reclamando versiones originales, no se tendrá otra provisión que resistir al premio vitalicio que insinúa el Poder. Al juglar su incertidumbre, al poeta sus obsesiones, que otro regalo no tendría mejor efecto. Y para admirar a los clásicos, visibles o furtivos, un espejo.

© Manuel Sosa

viernes, 17 de febrero de 2017

Traductor de guardia: "Ojos oscuros", de Bob Dylan

Ahora mismo los señores conversan
y la luna de medianoche aparece sobre la rivera;
ellos beben y se pasean
y ya para mí es hora de que me retire.
Yo vivo en otro mundo
donde la vida y la muerte se aprenden de memoria,
donde atan la tierra con perlas de amantes
y todo lo que veo son ojos oscuros.

Un gallo canta a lo lejos, y otro soldado se postra en oración;
una madre ha extraviado a su pequeño
y no lo encuentra por ningún lugar,
pero yo escucho otro tambor
que redobla por los muertos que regresan,
a quienes la bestia de la naturaleza teme según vienen,
y todo lo que veo son ojos oscuros.

Me dicen que sea discreto en todo lo que sea necesario;
me dicen que la venganza es dulce, y desde su punto de mira
no me extraña que lo sea,
pero nada tengo que ver con su juego
donde la belleza sigue irreconocible;
sólo siento el calor y la llama
y todo lo que veo son ojos oscuros.

Oh, la muchacha francesa está en el paraíso,
y le han dado el timón al que más ha bebido;
el hambre paga un precio alto
a los dioses caídos de lo raudo, del acero.
Oh, el tiempo apremia y los días son dulces
y la pasión rige a la flecha en el aire:
un millón de rostros a mis pies
y todo lo que veo son ojos oscuros.

© Manuel Sosa

miércoles, 15 de febrero de 2017

Lecciones de Prehistoria

Dos palabras no se relacionan tanto como “hurgar” y “prehistoria”. Los escritores cubanos saben evitarlas porque la curiosidad suele tener un precio incosteable. No es la ausencia de archivos que alguien reclamó alguna vez, sino su hermetismo: ciertos códices y grabados antiguos no merecen aproximaciones novedosas, pues terminan enjuiciando a sus protagonistas. “Fuera de contexto”, es una excusa recurrente; “juzgar sin tomar en cuenta las circunstancias”, reza otra. Cerrojos inviolables: escritores que apuestan por la desmemoria.
   Porque quisieron haber alcanzado, mucho antes, el grado de lucidez que ahora les embarga; o porque no han sabido dispensar aquellas osadías que hoy enturbian su escalafón; o porque sus miserias tenían la excusa de la poca vida, del reflector en los ojos y del embullo colectivo; reescribir en este momento de asentamientos otoñales, tachar los pasajes que estorban; cambiar el tema de conversación. En ese espejo nos hemos mirado todos.
   ¿Qué ves a estas alturas, antólogo? ¿Serás el mismo activista, el que avanzaba con el índice acusador hacia la dirección equivocada? ¿Serás el que regalaba los libros que ahora entorpecen tu acceso al Canon? ¿Distingues al jovenzuelo que tan duramente atacó a los funcionarios que al cabo adivinaron tu precio? ¿Te arrepientes del libro inmaduro y la pose rebelde que manchan tu conciencia civil? ¿Has desautorizado tu obra precoz al repasar las pruebas de galera, autor reeditable, en la "colección homenaje" que te preparan?
   Y si la prehistoria laboral pudiera justificarse de igual manera, ¿qué verías, oh desterrado? ¿Ardor universitario? ¿Malas lecturas que diluyen tu aureola, entonces enérgica, ya casi borrada por el alivio que traen los años: la foto descolgada? ¿Te resistes a comprobar que toda necedad sobrevive a su traducción?
   ¿Te has atrevido, aunque nadie haya adelantado su voto, a perdonarte a ti mismo?

© Manuel Sosa

lunes, 13 de febrero de 2017

Mi papel en la feroz campaña mediática

Desde lejos, desde mi propia comarca quizás, alguien me imaginará rodeado por la maquinaria implacable con que se destila una guerra conceptual: habitación abarrotada de cables noticiosos, ordenadores que centellean, voces de mando, tráfico de escribientes y correctores; y dominando el campo de batalla, el tecleo incesante de los mecanógrafos. Espacio y tiempo comprados por otro poder, el stylus al servicio del enemigo de siempre. Así me tendrá que ver la familia, que intentará disculparme, alegando que fui un incomprendido, que un poco de paciencia hubiera bastado para retenerme. Ellos se atrincheran y yo lanzo volantes desde los aires, más allá del “espacio limítrofe”. El cuestor de Poderes ha terminado siendo su intérprete, en la otra orilla.
   Si me pidieran escribir la ficha, el résumé, si me pidieran alejarme y hacer un retrato fiel del legionario, dejaría algo así:
   a) Su obsesión es comprender y luego desentenderse, porque el conocimiento es inútil si se pretende aplicar de manera didáctica. Comprender y callar, avisa el dios.
   b) Ha indagado menos de lo que prefiere, pero algunas de sus pesquisas han resultado muy dolorosas.
   c) Admite que buscar un estilo es perder el estilo que ya estaba, el don natural.
   d) Prefiere mirar a enemigos y amigos por igual, en la neutralidad del conocimiento.
   e) No sabe el significado de la palabra “requebrar”.
   f) Ha aprendido que ningún gobierno es redimible, y que todo proyecto social parte de la anulación del individuo.
   y g) Su ojo crítico lo mantiene alerta, alimenta el cinismo que necesita para sobrevivir.
   Pero si tuviera que simplificarlo, bastaría admitir que la escritura es su tarea ciega, dictada por las fuerzas de lo inconveniente: el voto en contra, la tos en la sala, la prolongación del grito, la silla rechinando, el espectador que se levanta antes de que caiga el telón. El Poder no teme al estrépito y la grandilocuencia, sino a los actos sencillos y cotidianos: una mujer que escribe a so-las, un oidor que no concilia el sueño, alguien que prefiere actualizar el diario en secreto. La persistencia del individuo, esa es la campaña feroz a la que tanto temen.

© Manuel Sosa

miércoles, 8 de febrero de 2017

Instrucciones para ganar un concurso internacional de poesía

-Primero, habrá de documentarse sobre la historia del premio, los libros anteriormente galardonados, el tipo de jueces que por lo usual se invitan. También será útil leerse esos libros, para sondear el tipo de arte que suele premiarse, su retórica y densidad.

-Cerciorarse de que el número de versos o de cuartillas no roce el mínimo o propase en demasía el máximo permisibles. El cuaderno no debe carecer o excederse: lo idóneo sería una extensión que se dejara leer de una sentada.

-El título constituye el 55% de la eficacia de un libro. Consultar buenas fuentes antes de escogerlo; que el lector (el jurado) pueda paladear y sentir su conductibilidad.

-Escoger un tipo de papel que denote buen gusto, y cierto amaneramiento. Esto es válido asimismo con respecto a la encuadernación, para que el producto se aposente en el orden físico: que la propuesta sea estética en todo el sentido posible.

-No usar seudónimos o lemas que delaten la identidad del autor, o que abusen de la mitología grecolatina, o que pretendan ser ingeniosos. Es preferible un lema sencillo, sin ebulliciones.

-Para garantizar que el libro sobreviva al comité de selección que separa lo aceptable de la bazofia, colóquese el mejor poema al inicio, aunque se sacrifique la densidad o el concepto. Ese comité sólo leerá el título y las dos primeras cuartillas, por lo que es muy importante el gancho preliminar.

-Todo poemario que se respete ha de estar dividido en secciones. Lo ideal serían tres, usando la intermedia para los poemas más riesgosos. Los poemas enunciativos van primero, los elegíacos al final.

-Una buena labor exploratoria podría revelar quiénes integrarán el jurado. De contarse con tal dato, es imprescindible ubicar citas de esos autores en sitios estratégicos del libro.

-Como lo importante es obtener el premio, no se debe concursar con textos que pretendan ser renovadores. A la vez, ha de prescindirse de formas demasiado apegadas a lo tradicional. Su retórica ha de hacer confluir una imaginería paladeable al mayor número de lectores y un conceptualismo positivista, sazonado con un dejo de escepticismo. La poesía más efectiva en los concursos es la que logra unificar el sentir común bajo un falso tapete personal.

-Evitar los localismos propios, e imitar los del país que ha convocado el certamen. Cada vez que un premio se ha otorgado a un extranjero, ha sido porque le han tomado por nativo.

-Aparte de las citas del jurado, se deben escoger otras que demuestren selectividad y alta cultura. Deben aparecer en su idioma original: preferiblemente en inglés, alemán o francés. No se debe cometer la torpeza de traducirlas. Y nada de griego o latín, que sonarán desfasados y pretenciosos a estas alturas.

-Un poemario debe estar dedicado a alguien que no sea una elección obvia: esposa, madre, novio. Eso es para las antologías. Si se trata de una figura prominente de las letras o las artes y que dé impresión de cercanía y familiaridad, el jurado creerá que el autor es persona ya reconocida, cuya elección no resultará riesgosa.

-Siempre que sea permitido, se deben enviar varios cuadernos a la vez, por si se impone la ley de las probabilidades.

-Sabiendo que la mayoría de los premios literarios son una cobertura para la promoción de ciertos autores favorecidos por la institución o editorial que convoca, elíjanse concursos de poca monta y de remoto acceso. Valdrán para el currículum y para la autoestima.

-Si después de enviar por varios años no se ha alcanzado premio alguno, úsese ese desencanto y esa amargura para reseñar libros de otros, como crítico literario. La mayoría de ellos, en la actualidad, son harto entusiastas y halagadores. Sea usted único, écheles a perder la fiesta.

© Manuel Sosa

lunes, 6 de febrero de 2017

La Bitácora

Es como si hubiesen horadado ese muro que ya nadie pensaba traspasar, y por allí arrojasen retazos y sobras de la cotidianidad. Les han dejado proclamar sus ternezas, sus odios, sus efusiones. Lo que apuntaban en una hoja secreta, que guardaban para otro tiempo, lo muestran hoy al mundo, perdida la suspicacia. Relatar lo inevitable sigue siendo el cebo que convierte al incrédulo. Surrexit autem Saulus de terra: el descubrimiento de la voz. Un nuevo género, es un nuevo signo que replantea las variantes de correlación. Quizás la palabra clave sea: acceso. Yo agregaría otra: alas. Para prescindir de un diario que nadie leería sin creerse invasor de otro halo. Para despreciar los mecanismos de sujeción, que son el atrevimiento, la anuencia, las mordazas descritas en cada pliego. Libertad de confesarse, flotando en un mundo que te aplasta en apariencias, pero que te agrega al mecanismo de la practicidad. El viajero inmóvil va dejando caer sus cartas. Alguien le visita y le recuerda que ha aceptado estas nuevas reglas: atravesará el horizonte, describirá los escollos y el naufragio, escuchará sin temor las voces amotinadas. Es un viaje tan largo como espectral. Una claraboya en la celda para distinguir el cielo y los rostros que pasan furtivos. Escudriñan el nuevo espacio, allí donde el protagonista se inicia en la torpe danza, hasta aprender los pasos y la consigna. Hablando quedo y luego descubriendo un rosario debajo del lecho. Le aconsejan no predicar y no aceptar prédicas a la vez. No quería más que un rincón donde relatar lo que le asustaba, lo que le invitaba a desandar el camino. Yo le he mirado desde la verja, le estudio y compruebo sus flaquezas, su vanidad. Le comparo con los propios guardianes, que corren los cerrojos sin entusiasmo. Le diviso a pesar de la sombra que cubre su cuerpo transido, y compadezco esa ambiciosa anuencia de ilustrar al mundo. Le miro siempre, aterrado, al comprobar que soy yo mismo.

© Manuel Sosa

viernes, 3 de febrero de 2017

El barrio pobre de la poesía urbana

La última vez que miramos, la poesía cubana procuraba demostrar su inocencia de tantos cargos que se le imputaban. Ese afán inculpatorio no podía venir de una crítica concienzuda, que no existía, o de una posible asechanza del consumidor, siempre insuficiente, sino de los propios escritores, llamados a purgar facilidad, sentimiento o expresión. Sopesaban el veredicto, en tanto esgrimían el mejor argumento: buscar la poesía en otra parte, no en los libros, no en el verso; acosarla y hacerla selectiva; replantear el texto como un ingrediente más, y despojarlo de protagonismo. La sentencia había sido dictada de antemano: culpable.
   Algún provecho se puede sacar de estos disturbios literarios, cada vez que ocurren. Queda la conciencia en estado de alerta, por muy provinciana que nos parezca la alteración del mapa y las paradojas que contiene. Por ejemplo, la obsesión por librarse del sentimentalismo terminaba siendo otra efusividad, porque era prolija en datos que justificaban ese alejamiento. Al último vanguardismo cubano se le notaba el esfuerzo. Además, el foco ya no era el texto, más bien la recepción y las noticias que el texto llegaría a conseguir. En realidad, ni siquiera se necesitaba escribir, o saber insinuar la escritura. El hallazgo poético aguardaba en los nuevos encabalgamientos, las contorsiones del declamador, los vituperios contra la tradición, el nivel referencial de una bibliografía…
   El hecho de sacudir ciertas retóricas es causa suficiente para provocar esas tomas de conciencia. No hace mucho, un intelectual cubano pedía el Premio Nacional de Literatura para su trovador preferido. Buscando complicidad, la antología de turno no tardará en incluir la transcripción de alguna composición suya. Se habla de “poesía” usando un referente de pobreza expresiva que bien justifica, como respuesta, la aparición de vanguardismos de baja intensidad. Ha sido una acumulación fatigosa, capa sobre capa, hasta llegar al verso más práctico y recuperable. La herencia de la “nueva canción”, que medró sobre el vacío generado por tanta censura y triunfalismo, aún se percibe en la trova reciente, una retórica que busca disimular su insipidez con gramática confusa.
   Lo que no pudo cumplir el verso, y luego sus aventuras tipográficas, ha venido a redimir la Letra, afianzada esta vez en fórmulas repetitivas de los negros americanos, quienes tuvieron el buen tino de no renunciar a la rima o el ritmo. Así, la Isla le cobra al Norte ciertos préstamos que nadie recuerda, llámense Mario Bauzá o Luciano Pozo. La poesía urbana viene siendo un cumplimiento de aquella insatisfacción vanguardista que anhelaba materializar lo que venía sobrando en la página. Se manifiesta como síncopa marginal, como frase interminable e irreverente; se ha volcado en festivales alternativos y acciones plásticas; ha intentado desplegar su ala cívica con toda la ingenuidad posible. Uno no podría aplaudir todo ese afán evangélico, pero se ha de reconocer el ánimo que los impulsa, y aún más: la incomodidad que causan en la cultura oficial.
   En Cuba, la búsqueda de sentido se ha tornado urgente, como nunca antes, y cada figura busca credenciales en el riesgo. Más que ir contra el Estado, ir contra la expectativa de conformidad que un padre espera de sus hijos. No se concibe un rimador urbano sin ficha policial. Los géneros subterráneos cobran sentido en la interrogación de su realidad, del gobierno y sus representantes, del lenguaje mismo. Nos llegan las noticias, las estrofas desencajadas, las imágenes que no pueden escapar de la usual coreografía; nos llega el mensaje de que Algo ocurre, cuyo significado aún aguarda; nos llega el sabor de la impaciencia… Señales mixtas, ambiguas; esperanzas de que semejante retórica sea un reflejo del cambio radical que vendrá. Y sin embargo: sobrevive la sospecha de que existe un hálito quejumbroso, limitado y pueril en esas letras; rebeldía que se hace dócil al atravesar las Aduanas de aire…
   Para no quedar defraudados, los apostadores tendrán que acostumbrarse a lo previsible de cada acto insular que juega a hacer política, bien corrosiva, y luego proclamar su amor al prójimo y la cultura sin fronteras. El discurso de lo urbano como reflejo de la angustia social tendrá que sostener su credibilidad  bajo cualquier luz, a no ser que resulte otro negocio, o un pacto orillero al que todos se han rendido. No en balde se agitan por doquier esos banderines que ayer resultaban ser inconformidad y hoy reciben otro nombre conveniente: indignación. Mientras el mensaje se define, mapa urbano o laberinto, los apostadores tendrán que esperar.

© Manuel Sosa

miércoles, 1 de febrero de 2017

Mercados de aves y otros sitios

En 1946, Jorge Luis Borges fue nombrado ‘Inspector de mercados de aves de corral’ por el gobierno peronista como “premio”, entre otras cosas, a opiniones como esta: Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez. Botones que balbucean imperativos, efigies de caudillos, vivas y mueras prefijados, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando el lugar de la lucidez... Combatir estas tristes monotonías es uno de los muchos deberes del escritor. Esas palabras siguen teniendo la peligrosa vigencia de siempre, por muy desoídas que resulten. Borges tuvo que renunciar a su trabajo en la biblioteca y buscarse la vida enseñando, lo cual terminó puliendo su faceta de comunicador. La impotencia de aquel gobierno le cerró unas puertas para abrirle otras, para bien suyo y de sus lectores.
   A nosotros nos tocó presenciar otro tipo de retribuciones: escritores condenados al ostracismo, a sobrevivir como obreros y oscuros funcionarios para desgastarles la mirada incisiva. Y pese a que lograron borrar a muchos de ellos, tan opresiva la carga, tan prolongada y sórdida, nos quedan los nombres de quienes insistieron en proseguir su obra con la mirada puesta en las redenciones que ella misma les propiciaría, en vida o en muerte. Otros, sin embargo, jugaron a la suerte del bufón desterrado de Cortes, confiando en que su dueño alguna vez cambiaría de parecer y les traería de regreso, todo arpegios y chanzas. “Fue un malentendido”, suspiran satisfechos ahora, mientras pulen el cuerno de plata con que les pagaron.
   Ya sabemos cuán caprichosos pueden ser los oficios en Cuba. Y lo caprichosos que suelen ser esos que dicen saber gobernar. Para fomentar la idiotez se arman de un cuerpo altisonante, que preparan de un día para otro, anteponiendo la conveniencia a la eficacia. Tuvimos maestros que se jactaban de su ineptitud, médicos que revendían todo lo que pasase como material etílico, ingenieros que se especializaban en provocar filtraciones, directores de cultura que preguntaban si aquella cosa que alguien leyó eran “versos o décimas”, asesores literarios que prometían juntar al Cucalambé con el Indio Naborí en una misma actividad, agentes policiales que se ofrecían a traer desde La Habana a la Peláez, editores que apenas entendían las noticias de sus periódicos. Tuvimos incluso a un abogado mediocre, de esos que a duras penas memorizaron algunas leyes, convertido en primer ministro, explicando a unos estupefactos campesinos cómo se debía cultivar el arroz, interrumpiendo a un meteorólogo de la televisión para imponerle sus criterios, elaborando proyectos genéticos en su cabeza neroniana, derrotando ajedrecistas, ¡escribiendo prosas reflexivas!
   Y así, viene al caso otro personaje que trató de convencerse y convencernos de que la cercanía de palabras como “economista” y “comunista” bastaba para identificarlas y juntarlas en una misma convicción. Este personaje era argentino, como Borges. Pero ya lo hemos constatado: no todos los argentinos han tenido la decencia de apartarse de los mercados de aves, o de los degolladeros.

© Manuel Sosa