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lunes, 31 de julio de 2017

El Ángel del Umbral interroga a Cynthio Vitier

A: El último de una singular cofradía, por no llamarle estirpe, ¿podría ser?

CV: Me sobreviven otros, quisiera creerlo así. Algunos muy cercanos, por sus tantas objeciones y su insistencia en situarse más allá, donde nadie puede clasificarles. Y una esposa que sí tuvo el Verbo.

A: ¿Le alarmó alguna vez su propia intransigencia? Porque usted fue muy específico en sus demarcaciones, forzando un sentido que acomodara la poesía a un telos nacional.

CV: No he dejado de creer que la poesía sirve a un fin superior. El hecho de ser tajante, a veces, no me impidió descubrir la utilidad de otras perspectivas. Se me reprochará que desterré algunas voces discordantes con mi propio mapa; pero me auxilié de buenos argumentos, sin dejarme tentar por la arbitrariedad. Ya no era el gusto o la eficacia intrínseca de la obra, que para mí no cuentan, sino su trascendencia y su condicionamiento al Ser.

A: ¿No fue arbitrario el usar un argumento nacionalista, aunque el término pueda sonar excesivo, para obviar el valor de lo existencial en poetas incómodos como Piñera?

CV: Así como usted repasa mi vida, como examinador, yo preferí juzgar la literatura en base a un propósito que rebasaba las coordenadas habituales. Me sentí capaz de juzgarme a mí mismo y no absolverme. La función del crítico es ser riguroso y saber explicarse el rasguño de lo temporal sobre la infinitud. Un libro, una poética específica son maneras de acceder a la salvación; cobran sentido cuando se conciben en estado de gracia. Tuve la suerte de conocer a quienes escribían iluminados por ese conocimiento. Pero también existen libros que se dan el lujo de distraer los sentidos. Como si fueran artefactos que agradan y seducen, y luego se borran cuando se acaba el espejismo.

A: ¿No puede el hombre percibir el Ser en un instante efímero, irrepetible? ¿Acaso la perfección no puede vislumbrarse sin buscarla, cuando se es un elegido?

CV: Toda certeza sirve para ser destruida. Cuando se quiera entender cuánta perplejidad alberga un hombre, úsese mi ejemplo. De ahí mi obsesión con Rimbaud, a quien nadie podrá categorizar jamás… ¿Me disculpa tantas explicaciones? Al cabo somos tan pobres…

A: Una pobreza que sabe dónde remediarse, e insiste en sus hábitos.

CV: Yo tendría que purgar tanta pretensión…

A: ¿La redención social como excusa para servir a los uniformados? ¿No es eso conceder credibilidad?

CV: Es que hablamos de un tránsito, donde confluyen ideas generosas y hombres atados a su circunstancia.

A: ¿Una nación que ya no se reconoce a sí misma, dispersándose?

CV: Confieso que el desasosiego me paralizó muchas veces, pero no podía abjurar justo cuando más fácil era hacerlo. Se ha pagado un precio terrible, es cierto. Yo he pagado ese precio.

A: ¿Habla de una redefinición de sus Orígenes, de un rescate forzado en nombre de la Causa?

CV: Pero ha de juzgarse ese empeño como la única manera que nos fue dada. La excesiva cercanía de Lezama es preferible a su desconocimiento. El cuaderno origenista sigue abierto, palpitante…

A: Virgilio y Lorenzo no se han aquietado aún. Quizás ellos han de interrogarle más. Y algunas preguntas serán difíciles.

CV: No más difíciles que las que me he hecho yo.

A: Entonces no tengo que indicarle el camino. Lo están esperando.


© Manuel Sosa

viernes, 28 de julio de 2017

Que trata del reclamo de paternidad que hace Norberto Fuentes sobre la disidencia literaria en Cuba, y su propia relación con el Orden Ornithorhynchus

Yo no soy el único obsesionado con Norberto Fuentes. He leído reseñas donde los autores dan fe de su curiosidad por el sujeto, como si fuera una especie de ornitorrinco literario que amerita la verificación y el escrutinio. Porque es difícil encontrar un hombre de letras cuya esencia sea la suma de todas las cosas que no es. Así, Norberto Fuentes no llega a ser periodista por su excesiva cercanía, capaz de abandonar la cámara y el bolígrafo para limpiarle la metralleta al general o participar en interrogatorios de prisioneros; no es escritor, novelista, cuentista, prosador: sus libros no califican como buena literatura, aunque sirvan de referencia a la filología de la Revolución; no es hombre de acción, pese a haber servido como adlátere de selectos (dulces) guerreros, ya que la pasividad palaciega es una de sus grandes pasiones; es incapaz de escribir un buen memoir porque sus memorias son las de otros; no es intelectual castrista, pues fue desterrado de la Corte hace muchos años, sin posibilidad de readmisión; no es activista contra la dictadura que gobierna en su país, pues su papel se limita al análisis desde ángulos inesperados, como si todavía mantuviera un acceso secreto; no es una figura visible, pero mantiene opiniones que siguen siendo bien pagadas; acopia notas y más notas sobre su propia masculinidad, y a la vez nos agobia con minuciosas descripciones de portañuelas abultadas. Ornithorhynchus anatinus dije, y no dije mal.
   Norberto Fuentes reaparece ahora como uno de los dos padres de la disidencia literaria, según él mismo. El otro es Heberto Padilla. Tal disidencia consiste en un librillo tirado contra la pared por el Crítico en Jefe, y en una memorable puesta en escena, allá por 1971, luego de que Padilla inculpara a varios escritores. Fuentes negó las acusaciones allí mismo, para desentonar en plena actividad o para agregar realismo al Mea Culpa, según se mire o se crea. Con ese expediente, tan flaco como el librillo, cargó durante varios años. Fuentes resulta entonces el único disidente literario del castrismo, ya que la disidencia de Padilla “pertenece a otra experiencia”, en este caso la soviética.
   Está visto que el reto de toda discrepancia sigue siendo el reconocimiento, especialmente en una nación donde el gobierno y sus objetores, por igual, minimizan a quienes pretendan desplazarles. Y si se trata de algo tan discutible como “disidencia literaria”, estaríamos asistiendo a otra manera de pasar por encima de los libros, sin leerlos, para darles crédito cívico y consagrarlos. Yo creía que escribir bien, a pesar de la opresión que pueda ejercer la realidad, era disentir. Muchos escritores creen pertenecer a órdenes exclusivas, a base de doctrina y geografía, sin haber logrado una obra que los justifique. Escriben y contabilizan los poemas, se ufanan de las ventas, pretenden obtener patentes de visibilidad. Yo creo, sinceramente, que el nombre de Norberto Fuentes aparecerá en transcripciones futuras, pero no como miembro exclusivo de ese club que pretende inaugurar, sino como apostilla. ¿Disidencia literaria? Si usted no ve un pleonasmo en esa pretenciosa construcción, mejor siga evocando guerreros y describiendo paquetes testiculares, que llegará lejos.

© Manuel Sosa 

miércoles, 26 de julio de 2017

Lorenzo García Vega: lo cubano en el reverso

No es por hurgar en las antípodas del revalorizado (porque hasta hace unos pocos años era sólo bendecido) título de Vitier, ni por usar de referente el asunto del Reverso, algo que he venido leyendo con persistencia en la red, que quiero hablar del símbolo García Vega y encabezarlo con conceptos tan rotundos. De su propia pluma vino: “Pero es que no sólo existía lo cubano en la poesía, sino lo cubano en el reverso, y lo cubano en lo grotesco”. Porque se ha tenido que volver a examinar la encíclica donde se daba cuenta del precio y el número de las adquisiciones para el reino. Una herejía como apéndice olvidado, al final del corpus, el margen donde alguien hubo de anotar su disensión. Eso fue lo que encontraron los que pretendían cerrar el caso y enterrarlo en una cápsula de tiempo. Cuando nadie lo esperaba, García Vega alzó la mano y dijo: “Falta una página”. A esa hora, cuando los estudios creían haberle exprimido todo el zumo a la naranja teleológica y vindicadora. A esa hora.
   Dos maneras se tienen de reciprocar la visión de este raro origenista (y la etiqueta es un apelativo que ya se le aplica por inertia cubensis):

   1) La que busca un equilibrio, la que se debate entre el asentimiento y la incomodidad, la que trata de compensar las obras posteriores con su poesía (todos los desencuentros se aplacan en el aparente tono neutral de los versos, sea quien sea el poeta) y con su otrora membresía e inevitable dependencia del grupo Orígenes. Dependencia o desprendimiento, si acaso derivación como envés. Es interesante descubrir que esta manera acomoda a la oficialidad cultural cubana, pero también a quienes desde sus exilios veneran el phenomenon origenista y a la vez simpatizan con el Lorenzo viejo, recogido, que llora o gesticula en versículos y collages, el Lorenzo náufrago y que aún no termina de ser rescatado. Otra anotación sintomática de esa ambigüedad: muchos críticos mencionan Los años de Orígenes y sus consecuencias negativas (en lo personal) para el autor, pero no dan su propia valoración del libro en sí.

   2) La que le tiende una alfombra y se convierte en cohorte, la que le copia, la que le celebra sus arbitrariedades con un silencio novicial. En una entrevista, García Vega dice que nunca vio a Piñera; en otra que lo vio dos veces y que llegaron a cruzar algunas palabras. O la matraca de Playa Albina por la tarde y Playa Albina por la mañana. Son ejemplos quizás traídos por los pelos, pero que demuestran lo que puede la elocuencia del maestro contra la mudez de los discípulos; esto es, cuando el coro no pone en entredicho al que lleva la oscilante batuta. Sin embargo, se debe reconocer que esos deudores rescataron del olvido total a un clásico de las letras contemporáneas. Le rescataron y le dieron actualidad y continuidad. Sólo después de asumir al autor de Vilis se puede asumir lo mejor de Diásporas(s), que para los perplejos sigue siendo una resurrección vanguardista. No quisiera dejarlo en “mudez”, ni tildar de prosélitos a un grupo de escritores que se identifican con un genio de la fragmentación como expresión. Pues entran otros factores comprensibles: García Vega no es la típica referencia, es un autor difícil con una personalidad difícil (si hubiese que pormenorizarle), es un monumento a la revocación, es la Revocación misma.

   Si otra manera hubiese, ya quisiéramos sumarnos a ella y no describirla. Recojo estos apuntes dispersos como soporte de una posible tesis:

   -La magia de su obra es esa sensación de rompecabezas incompleto; la certeza de que nunca encontraremos el resto de las piezas. Esa incompletez, mientras no sea producto de la indiferencia, o del prejuicio político, o de la admiración ciega que no deja incorporar cargas negativas, es lo que sustenta su validez de escritor. El día que se publiquen sus “Obras Completas”, este García Vega se enamorará del estante y se convertirá en otra asignatura del Programa de Estudios.

   -Su inaccesibilidad (y agrego: falta de disponibilidad) es su mejor atributo. Las masas no se merecen a un autor tan inquietante. No es pedir que decrezca su influjo, sino que se le pueda preservar como límite, como marca de insubordinación. Que haberlo descubierto no se convierta en hacerlo conveniente.

   -García Vega debe ser la evidencia postrera de lo cubano en el reverso, volviendo a su terminología. El último clásico de una lista donde le acompañan José Jacinto Milanés, Virgilio Piñera, Reynaldo Arenas, Heberto Padilla, Ángel Escobar. Al tenerse la certeza de que ya la hora de los clásicos ha pasado, de que nuestra literatura será de ahora en lo adelante un semillero de pequeños triunfos, se le debe una reverencia profunda. Tómese en cuenta que va a ser la última reverencia que hagamos.

   Nada más ajeno a lo grotesco que su obra y memoria. Él habrá querido adjudicarse esa carga, para completar el espectro que abarca el oficio de perder. Pero sus cáusticas salidas, el martilleo de la repetición, las fricciones del collage, sus punzantes dardos son indicio de otra cualidad: ser la verticalidad dentro del mapa horizontal (consultar, como analogía, el Retrato de A. Hooper y su esposa, de C.A. Aguilera; libro como aguja que traspasó el territorio Nominal de la poesía en la isla). García Vega, como se ha dicho, nunca ha dejado de aguar las fiestas. Cuando ha dicho más de la cuenta, cuando ha dicho lo justo, cuando ha enumerado sus muchos desencuentros. Sin cambiar de estilo, insistente hasta lo insoportable, le ha dado rostro al Reverso como opción a la dulzura de las fundaciones. Y eso basta para resguardarle como escritor.

© Manuel Sosa 

lunes, 24 de julio de 2017

Agrimensura de la trascendencia poética

Esta creciente angustia que palpamos, entre poetas y críticos, por jerarquizar los registros de quienes vinieron como resaca origenista, no tiene mucho que ver con Harold Bloom y sus análisis revitalizadores. Es una angustia que se deriva de la dispersión formal y conceptual de la lírica cubana en los últimos años. Precisamente porque no han cuajado ciertas promesas y porque las aparentes consagraciones se deshacen a la luz de una relectura que se ha librado del Suceso, es que irrumpe la insistencia electiva de poner obras y nombres en su lugar, de enunciar sin piedad quiénes quedan y quiénes viajan.
   La buena fortuna de nuestra ensayística reciente marca el grado de arbitrariedad con que algunos críticos, amparándose en esa aureola tan bien cargada, se atreven a categorizar. Cada quien enuncia su canon y apila los fascículos que demostrarán las razones de elección. Ya leíamos la lista de Roberto González Echevarría, que no podía librarse del ademán profesoral, como si fuera satélite traslaticio de su afamado colega de Yale, Harold Bloom. Una lista que le pidieron y ofreció a regañadientes, como preferimos seguir creyendo, pero ello no la salva de lo irrisorio. Porque al final es simplemente eso: una lista.
   Que nuestros ensayistas justifiquen su bien ganada aseidad no significa que su crítica literaria sea eficiente. Habrá que cuidarse del arrobamiento y desentrañar la validez de una incorporación, poemas como cauces, limpios del malabarismo verbal que les sujeta. Ensayistas y críticos, siendo lo mismo, han de saber proponer más que enunciar. Nuestra generación se arroga clarividencias que nadie solicita. Es esa rara angustia de calcar planisferios y ubicar puntos sobre puntos, hasta el agotamiento.
   ¿Quiénes se alimentan de esas particiones canónicas, de los encuadres y las depuraciones en el campo de la poesía cubana? Lo que está ocurriendo, justo ahora, tiene más de desconcierto que de certidumbre. La lírica reciente no ha producido figuras de gran peso, si las comparamos a los puntales origenistas y a otros personajes de fácil enunciación. ¿Ha de verse como crisis, o como el natural remanso tras el encrespamiento de las aguas?
   Si se deben amontonar propuestas sobre la balanza: Piñera, Diego, Padilla, García Marruz, Baquero, Vitier, verificamos que ninguno se compara al indestructible Lezama Lima. Creer que la vastedad, la historicidad y la extrañeza van a propulsar o destruir un sistema, es no saber pensar la poesía. Creer que hacerle contrapartida a un sistema es otra manera de igualársele, exuda más que candor. Designar lo sentimental como gradiente y complemento del ingenio, y medir sus dosis, es convertirse en árbitro a la fuerza.
   ¿Hacia dónde se suponía que nos condujera el poema? Al ir perdiendo su maquillaje de accesibilidad debía buscar la concentración, la visión pura de lo que no se podía comunicar a través de argumentos. Pero he aquí que sus redactores insisten en revestirle con emociones y efectos, sin que les importen las tasaciones corrientes. La poesía cubana se ha dispersado tanto, que es imposible abarcarla en un único registro. ¿Intrascendente por ser cubana, o por ser actual? ¿Qué poeta contemporáneo, resida donde resida, es un clásico viviente? ¿Quién rescata al que escribe versos, y le muestra al mundo? ¿Volverá el poema a recoger los despojos, a embadurnarse de sentimentalismo, rimas, cadencias, y ripios? Por suerte, ningún árbitro domina o decide estas cuestiones, y tendrá que acostumbrarse a esgrimir su arrogancia sobre las cabezas reverenciales. Pero no las nuestras.
   En otras palabras: entre tantos tipos de arrogancia, nos quedamos con la que no pretende señalizar lo obvio. Nos quedamos con la que no pretende, ni siquiera, señalizar.

© Manuel Sosa

viernes, 21 de julio de 2017

Crisis de los Misiles en la poesía cubana

“Como una panetela”
“Como escamas sin pez”
“Como una mancha rubia”
“Como un cangre de dolor”
“Como los pelos del pecho”
“Como una marihuana sin mar”
“Como un héroe que es cobarde”
“Como un caracol escarmentado”
“Como un bulto de reses en el cine”
“Como un perro tullido de aguamiel”
“Como un país abarrotado de ausencia”
“Como el imperdible prendido al agua”
“Como trueque fugaz de hiel por heces”
“Como una pistola femenina en mi sien”
“Como un islote escondido entre las olas”
“Como crece una alfombra tejida a mano”
“Como bichos de execrable transparencia”
“Como un río en la hoja digital del portátil”
“Como un aullido ahogándose en mis ojos”
“Como un ladrido insepulto en las paredes”
“Como una piedra con escalofríos de rodar”
“Como un condenado tango sin bandoneón”
“Como a un paria en el parnaso de los hatos”
“Como una andanada de salvajes cerbatanas”
“Como un cadalso impasible tira de un cuello”
“Como una geisha tullida en su indócil kimono”
“Como una esponja que absorbe todo sin razón”
“Como criaturas chatas que no tienen qué comer”
“Como el almuerzo elemental gracias al que vivo”
 “Como un papiro ilegible que justifique mi partida”
“Como duras son las nalgas y las tetas de muñecas”
“Como dramáticas cabirias despellejadas de su piel”
“Como el arroz marchito antes del sol de su cosecha”
“Como un vasto frigorífico de silencio que me ignora”
“Como vuelve Edipo a la caducidad de su ambulacro”
“Como sucede con la orina del arce derritiendo la nieve”
“Como el que sostiene un báculo a través del infernáculo”
“Como un adorno contra el volcán de sueños donde grito”
“Como una estrella de sangre sobre los coágulos de la aurora”
“Como una fuerza ondulatoria y una fila de dunas del detrito”
“Como si estuviéramos frente a una calle que donó sus grietas”
“Como pequeños riachuelos que contaminan la ciudad con mi dolor”
“Como a un invitado a quien la ausencia le organiza coros de bienvenida”
“Como un animal utópico hipertrofiado en el trópico falaz de la incertidumbre”
“Como mil años que sólo sirven para que el horizonte firme un desamparo manso”
“Como una oración de esperma derritiéndose en la yerma dimensión del vaticinio”
“Como la noche cuando insulta a las algas porque invaden su cosecha de fragancias”
“Como un esquimal que tiene el agua en la cerradura de una galaxia elegida antes”
“Como la huella étnica que camina con nosotros durante el desgarramiento del hueso”
“Como el marino que extiende el brazo haciendo una señal de guillotina que pudre la soga”
“Como si la esperanza fuese algo más que el lastre de un calce que abre larvas al final del fuego”
“Como si fuera un muerto dentro de una novela que escribiera Bulgakov a orillas de esqueletos sin ramas”

(Búsqueda y captura a cargo de: Manuel Sosa)

miércoles, 19 de julio de 2017

Inglés instantáneo: rain on one’s parade

Podríamos imaginar un desfile, como era usanza en nuestro campamento, siempre atentos al abigarrado almanaque, y ser espectadores o protagonistas. De lo primero: banderines y sombreros de paja. De lo segundo: uniforme oliváceo o azul, tratando de no pisar al títere que nos precede. Títeres guiados por la banda musical, al frente. En la tribuna, dominando el campo, otra clase histórica que nadie define aún. Ancianos barbados, dos federadas gordas que enronquecieron la tarde anterior (un acto de repudio), tres babalawos que compusieron la Letra del Año, campesinos sacados del vivero, policías en cada ángulo. Muchas guayaberas. El trópico, la parada (esa otra acepción comunitaria) y de repente el aguacero, raining on our parade, sin avisar. Justo cuando los vítores comenzaban a sonar auténticos. Aguarnos la fiesta. Estropearnos la actividad. Algunos resisten, otros agradecen el dispositivo humectante y su idioma. (Nota del coordinador: evitar los meses de mayo y septiembre). La cita original: Who told you you're allowed to rain on my parade? (Bob Merrill). Los jefes de núcleo escrutan el horizonte lloviznado, sin haber leído a Lezama, y pasan lista mental. Los jóvenes escapan hacia la avenida, riendo. Natura naturans. Pero el sentido ideológico puede asimilar algunas zonas del sentido práctico. Y para colmo, God rains on this parade. Como es el trópico, las fiestas pasadas por agua no desaniman a la plebe. Quedan el fango, los pobres envoltorios y las consignas. Unas llaman a seguir el ejemplo de alguien que murió por la causa, otras elogian la prudencia de quien nunca sufrió un rasguño. La naturaleza suele estropear cierta espontaneidad política que luego tarda en resurgir, actos de azar que se atribuyen a Dios, dispersando la manada. ¿Entiendes ahora? Siempre viene alguien a señalar errores, a tachar adjetivos y a romper los hilos. Tras el velo sajón podemos ser naturaleza y conjugarnos deliciosamente: no pretendo llover en tu fiesta, no voy a lloverte el acto. ¿A qué otra nube podrías reclamarle tantas cosas? Un desfile que se deshizo hace mucho tiempo, y que nadie recuerda. Así llueve sobre las cosas solemnes, no para interrumpirlas sino para alargarlas y dejarnos a la intemperie.

© Manuel Sosa

lunes, 17 de julio de 2017

"Cathartes aura"

Los períodos de estabilidad serían otro escenario donde admirar el cíclico estancamiento de la cultura, embebida en la placidez del instante, sin nada que denunciar o ponderar. Cuando prevalece el estatismo, nadie se angustia; las cuerdas no se tensan y los espíritus flotan absortos, a salvo de las tentaciones. ¿Cómo va a romperse este silencio actual, esta meseta que se pierde en el horizonte, apenas el murmullo de quienes conocen el riesgo de alzar la voz y perder sus privilegios? Ni pesadumbre ni júbilo: el virtuosismo no tiene que ser ejecución o dominio, sino también la capacidad de contenerse y enmudecer.
   Existen dos caudales que discernir, llevando estas conjeturas al plano insular. En uno, la cultura florece si se fomentan instituciones y programas; el tutelaje se expande a cada rincón y súbdito, de modo tal que los labriegos llegan a asimilar piezas dramáticas sin esfuerzo alguno; sus hijos reciben instrucción ambiciosa, y cada comunidad aprende a premiar los “logros” de tanta especialización. Podría hablarse de arte y literatura copiosa, aunque resulte uniforme. Un país donde exista exceso de poetas, pintores y ejecutantes; donde las editoriales desechen el tamiz exquisito y los libros abarroten las librerías. Un país planificado e informado, donde predomine una clase intelectual que no repare en los detalles engorrosos de la subsistencia.
   La otra imagen sería la de un plano acosado por urgencias materiales, la falta de futuro (o mejor, la garantía de un futuro lúgubre) que desvincule al súbdito de cualquier tipo de subvención. Un gobierno que se especialice en abusar de su propia retórica y sacrifique solvencia económica por Poder. El individuo que se enfrenta al paisaje. En medio del caos, la necesidad de comunicar tanto desasosiego. Ciertos escritores prefieren llegar a estados extremos, que los obliguen a escribir, a descargar el lastre del día. El Arte como rareza: literatura concentrada, auténtica.
   Y se vuelve a la pregunta, ¿cómo describir el atlas que nos concierne? ¿Estrépito, silencio? ¿Riqueza, escualidez? ¿Originalidad? ¿Claro del bosque, dunas? No toma mucho tiempo el aquietarnos y decidirnos por escudriñar esa fotografía obligada, nuestro escenario inagotable, congénito; y divisar las congregaciones que se animan con el verbo, los asentamientos y el humo de las fogatas; las líneas divisorias que demarcan cada doctrina y sus oficiantes. Alcanzamos a comprender que será imposible clasificar tantas visiones, y que sólo nuestros sucesores habrán de tasar nuestros trabajos, si fuera preciso. Por ahora un campo barroco, que no se agota, sobrevolado por alas negras que dibujan un círculo, impasibles.

© Manuel Sosa

viernes, 14 de julio de 2017

Libros x leche condensada: un muestrario

“Conseguí (verbo clave en Cuba) Tres tristes tigres cambiando el libro por tres latas de leche condensada, mi cuota mensual de la libreta de abastecimiento…” [Zoé Valdés]

“Así, hace unos 30 años, la escritora Zoé Valdés consiguió la novela Tres tristes tigres a cambio de tres latas de leche condensada, su cuota mensual de la libreta de abastecimiento”. [Frank-Christian Hansel]

“Con el pasar del tiempo, se dice que las obras de Cabrera Infante llegaron a valer en el mercado negro (clandestino) cubano, hasta tres latas de leche condensada”. [Ernesto Bravo Bauzat]

“Él recordaba con frecuencia que en La Habana cambiaban su novela más famosa por tres latas de leche condensada...” [Juan Cruz]

P.-¿Cuánto cuesta hoy Tres tristes tigres en La Habana?
R.-Me lo han dicho. Me han hablado de tres latas de leche condensada. [De una entrevista a Guillermo Cabrera Infante]

“Es conocido el caso del trueque de los libros de autores como Guillermo Cabrera Infante por –a modo de ejemplo– botes de leche condensada en la mayor de las Antillas.” [Ignacio Peyró]
           
“-Es más –expresó-, cuando la revolución comenzó a ponerse fea y llegaron las prohibiciones de autores ‘desafectos’, podía darme el lujo de cambiar, de forma clandestina, una lata de leche condensada por Tres Tristes Tigres, de Cabrera Infante, o una de carne rusa por Doctor Zhivago, de Boris Pasternak.” [Víctor Manuel Domínguez]

“Pero peor llevó que en Cuba no se le pudiera, ni siquiera, leer Tres tristes tigres, por ejemplo, que en el mercado fraudulento se podía cambiar por dos o tres latas de leche condensada. (…) …un libro que entonces ya estaba prohibido en Cuba, y que aún sigue allí siendo materia de intercambio con la leche condensada”. [Juan Cruz]

“P: Apartemos el humo. Hace tiempo Tres tristes tigres costaba en La Habana tres latas de leche condensada. ¿Sabe si ha subido su cotización?
R: Llegó a cambiarse por diez latas a fines de los noventa.” [De una entrevista a Guillermo Cabrera Infante]

“Las noticias que tenía eran de gente que compraba mis libros, por ejemplo La Habana para un infante difunto, a cambio de diez latas de leche condensada.” [Guillermo Cabrera Infante]

“Otros cambiaron Tres tristes tigres por una camisa, dieron seis latas de leche condensada por Arcadia todas las noches o un reloj despertador por Vidas para leerlas.” [Raúl Rivero]

“En medio de las mayores penurias materiales la gente cambiaba los estrujados ejemplares de Así en la paz como en la guerra, por unas latas de leche condensada…” [Blog anónimo]

“Por otra parte he contribuido no poco a la bolsa negra cubana. Según un escritor inglés que visitó La Habana el año pasado mis libros eran objeto de un culto extraño entre las ruinas. Pasados de contrabando se vendían a estraperlo por el precio de ¡diez latas de leche condensada!” [Guillermo Cabrera Infante]

"La alta cotización de los libros de Guillermo Cabrera Infante en el mercado negro cubano -en doce latas de leche condensada, por ejemplo- hace de la literatura el cuerpo más apetitoso". [Valentí Puig]

“…además de su inmenso valor literario, histórico, musical, sentimental y civil el libro es dentro de Cuba un valor de cambio del más alto y carismático mercurio en el mercado de la vida cotidiana. Un ejemplar de La Habana... de Cabrera puede resolver la supervivencia física de una familia habanera durante una semana: leche condensada, aceite, carne de pollo, huevos, viandas de todo género, pasta de dientes, ropa, luz brillante. Todo sirve para ser intercambiado en la bolsa negra por un fulgurante ejemplar de La Habana... de Cabrera. [J.J. Armas Marcelo]

(Búsqueda y captura a cargo de: Manuel Sosa)

miércoles, 12 de julio de 2017

Teoría de los compartimentos

La reclusión del literato es sólo tal a la hora de concebir su obra, pues escribir es la consecuencia necesaria del hecho de aislarse. Confesiones, actos corporales, llenar páginas: el hombre saca de sí lo que ya no puede contener.
   Pero entonces queda el manifiesto vaporoso, temblando sobre la mesa. Nadie escribe para la pira. Press or pyre, llegada la hora de elegir, la otra personalidad interviene, la que cree saberse vender. En todo escritor duerme un viajante que prefiere negociar con los impresores del bazar.
   Como es usual que falte el sentido práctico, tan caro a los que no trabajan con la escritura, ha de establecerse la premisa básica de supervivencia: dejarse imantar por alguna suerte de mecenazgo, ya sea funcional o ilusivo.
   Por supuesto, entre mecenazgo y lotería, la segunda es alternativa más probable, pero el escritor no cesa en su empeño de ser adoptado, de ser descubierto.
   Mientras, dependerá del círculo que eligió. Se integrará al clan que describa mejor sus intereses. Abjurar quiere decir aquí: muerte filosófica. Tendrá que fundar su tertulia o su círculo de lectura. Tendrá que sobrevivir al absintio, a las rimas cansadas de los otros, al conversador franco y su tanta familiaridad.
   Búsquese en el atlas cubano, dentro y fuera de la isla, algún caso de anacoreta literario. ¿Dónde ubicarlos, si existieran? Allí uno que depende de los syllabi multiculturales, de los académicos que lo manejan como argumento difícil. Carpetas y carpetas por revisar y subastar entre conferencia y conferencia. Un poeta prolífico, cada vez menos incómodo para las tesis que se redactan a toda prisa. Aquí cerca otro cuya demencia senil sigue despertando curiosidad clínica en forma de dossiers y reimpresiones. Un literato en reclusión, sí, pero asediado por hinchas y fotógrafos.
   El escritor cubano codicia una porción de ese ostracismo (la forma más engañosa de simular la unicidad) que justificaría su obra, pero aún no se decide a abandonar la tertulia, la sesión de fotos, el homenaje.
   Si se mirara desde la altura, el mapa parecería cuadriculado, parcelas y más parcelas de iguales áreas y disímiles texturas; y en el abigarramiento de colores habría más de traje circense que de paleta laboriosa.

© Manuel Sosa

lunes, 10 de julio de 2017

Traductor de guardia: Dos poemas de John Updike

(QUEMANDO BASURA)

Por las noches —la luz apagada, el filamento
libre de su carga quemadora de átomos,
su esposa dormida, su respiración bajando
hasta tocar la fuente cenagosa—él pensaba en la muerte.
La casa encumbrada de su padre le dio tiempo
a que intuyese la nada que permanecía como una lámina
impoluta de espejo por detrás de su futuro humano.
Disponía de dos holguras que podía entrever, sólo dos.

Una era la festiva totalidad de las cosas:
piedras macizas y nubes, vainas al acecho, el suelo
ofreciendo resistencia a sus rodillas y manos.
La otra era quemar la basura de cada día.
Disfrutaba el calor, el peligro artificial,
y la manera en que, según iba arrojando noticias viejas,
cordeles, servilletas, sobres, vasos de papel,
las lenguas hipnóticas del orden intervenían.

(VUELO AL LIMBO)

La fila no avanzaba, aunque no había
mucha gente en ella. Bajo una luz mortecina
la empleada atendía paciente, en silencio, interminablemente
a una aturdida y numerosa familia compuesta
lo mismo por gemelitos en sus coches que por una vieja
en su torcida silla de ruedas. Su equipaje
estaba todo en cajas de cartón. El vuelo andaba atrasado,
se decía en la fila. Nos encogimos de hombros,
sumergidos en nuestros alicaídos sobretodos. La aviación
nunca había sido una idea muy natural.

Niños hastiados flotaban con caras lívidas.
Las muchachas de las tiendas permanecían petrificadas
entre las promesas de una hermosa vida extranjera.
Louis Armstrong se oía desde algún rincón en lo alto,
un hilo de gozo oculto.
Afuera, inmersos en la oscuridad ininteligible
que se estiraba para acoger los rubíes del centro comercial,
monstruos alados rondaban buscando las puertas
donde habrían de enterrar sus hocicos de koala
y extenuar nuestras dinamos.

Los muchachos de anchas camisetas y gorras invertidas
sonaban sus pies con ostentación
mientras los mozos de seguridad reían
y la voz de un ángel perdido graznaba melodiosamente
las regulaciones de la FAA. Mujeres vestidas con saris
y kimonos arrastraban, cual castigo, sus criaturas
sujetas a ositos de peluche occidentales,
y las patas de las sillas chirriaban en el comedor
mientras espectros mal pagados limpiaban los círculos de la noche
contra el suelo impasible.

viernes, 7 de julio de 2017

Receta de novela cubana

Nombres de personajes:

Alejandro, David, Mariana, Fernando, Miguel, Diego, Claudia, Patria, Orlando, Daniel, Libertad, Mario…

Entornos recomendables:

La cárcel, La Habana en ruinas, escuela en el campo, balsa en altamar, geografía angolana, edificio habanero en ruinas, submundo socialista, Miami…

Tramas posibles:

Incomprensión de los padres revolucionarios, relación entre poeta y prostituta, ciudadano envuelto en trama kafkiana, visión caótica del encierro insular, escritor que se ufana de acostarse con una multitud de mujeres, desmontaje de mitos oficiales, vivencias de un artista inclasificable, un soldado que se pregunta qué hace en tierra africana, revisión acrítica de algún suceso o personaje del pasado, protagonista homosexual que refiere su trágica biografía, una mujer que hace larguísimo recuento de peripecias sexuales, desengaño del protagonista con la sociedad que él mismo ayudó a construir…

Técnicas a usar:

Planos paralelos, collage, cartas entre personajes, apuntes de diario, notas tomadas en el Taller de Narrativa, monólogo interior, diálogos que se apoyen en el habla natural para buscar credibilidad, recreación de atmósferas con tintes poéticos, intertextualidad, profusión de palabras coloquiales u obscenas, uso de referencias esotéricas…

Posibles títulos:

La flor del espejo, La cifra oscura, Ruinario, En afrenta y oprobio sumidos, El monte sin espumas, El polvo en los ojos, Hoy represento el pasado, El ocaso infinito, Manos a la obra, Osario Nacional, Tierra sin nombre, Tratado de circuncisión ideológica, Habaneramiento, La masa cautiva, Hambre de perros…

Destinatarios:

Concursos en España, concursos nacionales, concursos latinoamericanos, directorio de correos electrónicos, casa editora nacional, gaveta para la posteridad, concursos en España, concursos en España, concursos en España…

© Manuel Sosa

miércoles, 5 de julio de 2017

De cuando crecíamos junto a futuros funcionarios

Nadie adivinaba que aquella masa escolar, que cantara al unísono entrando en la adolescencia, terminaría por partirse en dos o tres facciones. En ese momento nos aunaba la poca edad; y más que todo, el gran desconocimiento. Faltaba mucho para que los unos fueran enemigos de los otros; y para que los que sobraban se acomodasen en las gradas para hacer de espectadores.
   Los unos se hicieron radicales. Cosa fácil, ser radical en un país donde firmar unas líneas extraviadas podía (puede) ser castigado con el calabozo. Aunque no hiciera falta la consumación de hechos denodados, la radicalidad se manifestaba en diversas maneras de obrar y decir. Las consecuencias de este extremo eran: el exilio, el cepo, la mordaza, la degradación.
   Los otros adoptaron el radicalismo fácil: acatar la ordenanza a como diera lugar. Cerrar los ojos y aguantar la clavada del Sátrapa, por detrás, sin aceites ni afeites. Ellos estaban seguros de que el hueso terminaría por rodar de la mesa, para atragantarse con él y luego ladrar agradecidos. Fueron ganando confianza y altura. Mientras esperaban su turno seguían memorizando el credo, que un día les haría buena falta.
   Ese credo, sin dejar de ser político, estaba disfrazado de magisterio cultural, como un plano trascendente donde las diferencias se lograban rebasar. Partes de ese credo estaban redactadas en tono docto, riguroso. Los enemigos civiles podían coincidir en el plano estético. Era una especie de zona neutral, buffer zone y mercado de ideas.
   De los espectadores, mejor no hablar. El calificativo de "espectadores" lo decide todo.
   Pero ellos, los otros, los que han ido ocupando las sillas que codiciaban y en ello quemaron las naves (su obra literaria, o lo que fuere) son los que nos hacen insistir. Volver a lo mismo, como un disco rayado.
   A cada rato nos llegan amenazas. Quienes escribimos para la red, o para un periódico cualquiera, tenemos asteriscos rojos junto al nombre, en su lista. Nos recuerdan con nitidez. Nos amenazan con lo que pueden: "No vas a ver más nunca a tus padres", "No entrarás", "No les publicaremos ni una línea".
   Ese tipo de amenaza es casi siempre infalible. Conocemos intelectuales del exilio que procuran no ofender al distante carcelero, el que guarda las llaves del bien y del mal.
   Yo prefiero ejercitar mi escasa inventiva y gastarla en evocar los tiempos en que los credos no nos habían separado. Me vuelvo a ver entre ellos, sin trabas, sin comedimientos. Mis quejas no encuentran ecos, pero les ponen en jaque de alguna manera. Mantenemos el único trasiego que nos permite sobrevivir: libros, consejos, largas conversaciones. La miseria es inexpresable. El hambre nos empareja. En este momento somos nuestras aspiraciones, y no sabemos que mañana publicaremos las versiones contrarias de un mismo accidente. Ellos no nos han amenazado aún; nosotros no describimos, como yo hago ahora, el asco más profundo.

© Manuel Sosa

lunes, 3 de julio de 2017

Oficios de poeta

Poesía y rentabilidad, siendo disyuntivas, no han de anularse en la vida pública del poeta. Si a Chaucer enviaban un tonel diario de vino, entre otras compensaciones, se resiste a ser provista la mesa contemporánea, o rociada siquiera, por el equivalente numismático de una estrofa. Así ocurre en el mundo real, donde el escritor despierta cuando acaba de dormirse el corregidor.
   Fortuna de haber vivido la poesía, de haberla respirado en nuestro ducado irreal, en nuestra isla a la deriva. Tropezar con metáforas al entrar y salir, al unirse a la fila larguísima, al extender la mano para recibir los papeles nominales que fueron piezas de plata. La poesía aguardaba en cada resquicio.
   Pues la isla no pudo contener tanto versar diligente: el sistema de distribución nos pulió, nos editó, nos distribuyó por doquier. Allí ejercíamos el oficio a nosotros asignado. Por el día, mostrar la cara utilitaria. Por la noche escribir a gusto, leer las ediciones baratas de Huracán, tomar notas, fumar y meditar sobre el Ser. Recuerdo mi época de carbonero, de músico de cabaret, de profesor de Fonética, de traductor traicionando al verbo. Poeta o buhonero, daba igual en un país estremecido por el incesante conteo de sílabas y el pase de lista antes del noticiero.
   Tanta poesía llegaba a ser virtuosismo cuando invadía el propio almuerzo: cada ración era medida con ojo (y oído) preceptivo. Cualquier dispensador sabía contar, y respirar en yambos. Se partían hemistiquios como se seccionaba la guayaba, fruta ahora admitida en el banco lexical de los talleres literarios. Todos queríamos ser asesores de algo, y posponer las tesis para cuando viniera gente de la provincia, a podar desaciertos y reciclar la hojarasca.
   Tanta poesía sigue generando confianza y accesos. Si un cirujano puede quedarse corto al intentar sus alejandrinos, es muestra de que todavía persisten ciertas claves esotéricas. Un torso pulido a fuerza de concreción no es marca negativa ni augurio pesaroso: puede ejemplificar los factores utilitarios de la imagen. Tanta poesía genera entendimiento, donde todos se comunican sin esfuerzo, versificando con los actos habituales.
   Oficios de poeta sí que retengo, para enumerar a gusto: enterrador, camionero, sicometrista, almacenero, guarda nocturno, pistero, acomodador de cine. Poetas en bicicleta, en ómnibus, a galope tendido por los campos; poetas recogiendo colillas y galletas tostadas por el sol; poetas destilando azúcar podrida, cultivando arroz. Son la marca que llevó nuestra generación, caracol o matul a cuestas. Nuestro legado ha sido un hilo de baba, serpeando, bordeando la sima. Ha sido el esmero y la agudeza de saber manifestarnos, en obra y mano de obra, en talleres fraternos y literarios.
   Haber dejado la isla nos apartó de la antología que vienen preparando a nuestras espaldas: antología del acceso y del suceso; la que ha de probar que todo oficio conduce al verbo, y que nosotros, ausentes y servidores de otro Orden, no merecemos ser convocados.

© Manuel Sosa