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miércoles, 29 de noviembre de 2017

Aquellas asignaturas imprescindibles

Educación Laboral: Con un futuro leguminoso por delante, y tanta maquinaria agrícola que reparar, alguna vez entramos a clase creyendo merecer aquel adiestramiento proletario, porque ¿qué otro mensaje se podía entrever, torneando piezas de muebles oficiosos y apretando empecinadas tuercas? ¿Qué nos estaban queriendo decir desde el Ministerio? ¿Es que nuestra sociedad no iba a admitir hombres incapaces de arreglar un fogón o una plancha? Mi congénita torpeza fabril me convencía de lo contrario: los libros abren pasajes secretos, y nos impiden pensar como burdos obreros. Ni el campo ni el taller podían borrar la experiencia de los libros furtivos. Yo reparaba en la ridícula vestimenta de mis profesores, en su torpeza pedagógica y su habla pastosa, y ya sabía que no quería ser como ellos ni aprender nada de ellos. De modo que esta asignatura, de haber sido útil, nos hubiera ahorrado lágrimas y recursos, en un país donde abundan los desperfectos y las roturas. De haber prestado atención, mi sentido práctico habría prevalecido, y yo sería ahora otro peón orgulloso de su complejo agro-industrial; y lo que es peor: quizás sería feliz.

Dibujo Técnico: Una educación comunista no está completa si no se atiborra al alumno de conocimientos perfectamente inútiles. El nivel del trazado, y la exactitud que requerían los planos servían para detectar posibles rotulistas e ilustradores, siempre necesarios en la guerra ideológica. Las mayores batallas de la Revolución, como sabemos, se han librado contra los muros blancos y las pancartas vacías. Tiempos para añorar, aquellos en que los rótulos no se desmarcaban del rectángulo imaginario, fruto del buen aprovechamiento de una asignatura elitista, contra la que se estrellaban muchos sueños y pulsos temblorosos.

Fundamentos de los Conocimientos Políticos: ¿En qué estadio de inmadurez andaba nuestro raciocinio antes de que nos iluminaran con la dialéctica materialista y su certera aplicación social? De no haber sido por Afanasiev, todavía creeríamos que la filosofía era aquella acumulación de sabiduría y tradiciones indias y chinas: máximas y versículos donde no existía la pugna que encierra toda lógica. ¡Ah, la belleza de razonar en torno a la unidad y lucha de contrarios, la negación de la negación y la ley de los cambios cuantitativos en cualitativos! Gracias a esta asignatura creció nuestra capacidad retórica y aprendimos la utilidad de los sofismas, sobre todo para justificar nuestros incontables errores. Convencidos de que el comunismo es una necesidad histórica, esperamos su llegada desde esta orilla, leyendo a Konstantinov bajo una palmera de Miami Beach.

Preparación Militar Inicial (PMI): ¡El sueño de todo adolescente americano! ¡Portar un AKM en territorio escolar, y poder dispararlo contra los condiscípulos! En nuestro caso, valdría aclarar que las ráfagas siempre fueron accidentales. El ejemplo que recuerdo: una jovencita exageradamente tímida, obligada a tomar el arma y apuntarla hacia los blancos del improvisado campo de tiro. Y tan nerviosa que se ponía, que apretaba con firmeza el gatillo y se volvía hacia el grupo, todavía disparando, para preguntar: “¿Así, profesor?” Todos nos tirábamos contra el piso, y por suerte, la muchacha apuntaba hacia lo alto, y esa vez sólo nos tocaba sentir el entrecortado soplo de Átropos. ¡Una asignatura excitante!

Bases de la Producción Contemporánea (BPC): Asistir a una clase con semejante nombre constituía todo un desafío. Y mucho más cargar con su libro de texto, que pesaba alrededor de 5 kilogramos. Era algo así como verse obligado a pasar cursos de “Iniciación al Martirologio Textil Sincronizado” o “Introducción a la Parametración de Actividades Resemantizadas”. No todos pudimos aprovechar la revelación de los tantos secretos que guardaba el motor de combustión interna, y hoy sufrimos las consecuencias, dispersos por las carreteras del mundo, arrimados a las cunetas, el capó levantado, y marcando desesperadamente el número del único mecánico cubano que conocemos, posiblemente alguien que siempre sacó sobresaliente en Bases de la Producción Contemporánea, y nos lo hace pagar caro. 

lunes, 27 de noviembre de 2017

Modelo de discurso y hasta prólogo

En este preciso instante, echamos de menos el motivo recurrente que brilla con luz propia en las buenas y en las malas, el callejón sin salida que a estas alturas no nos cabe en la cabeza, como un arma de doble filo. Sabemos de buena tinta que dejar una impronta juega un papel crucial y cobra importancia en toda la extensión de la palabra. No queremos, sin más ni más, dejar en el tintero el secreto mejor guardado. Tomar cartas en el asunto y cerrar filas en torno a un amigo entrañable es ya ponernos entre la espada y la pared. Habría que atenerse a las consecuencias y pagar justos por pecadores, no cabe duda. Tan es así que de un tiempo a esta parte la inmensa mayoría nos encontramos enfrascados en coger la sartén por el mango y luchar a brazo partido contra la aplastante derrota. Para nadie es un secreto que reverdecer laureles no significa pasarse de listo o algo por el estilo. Como botón de muestra va el esfuerzo sobrehumano de quien pone los puntos sobre las íes y mantiene a raya al chivo expiatorio, al enemigo jurado; en otras palabras: un acto de legítima defensa, no apto para cardíacos. De una manera u otra, el pan de la enseñanza se hace con harina de otro costal. ¿Qué más da, si al bailar en casa del trompo nos dan gato por liebre y al final cargamos con el muerto? A fin de cuentas, la manzana de la discordia brilla por su ausencia desde tiempos inmemoriales. Huelga decir que en un abrir y cerrar de ojos ponemos manos a la obra y acto seguido nos vamos con nuestra música a otra parte si fuera menester, sin titubear un instante. ¿Para qué traer a colación el mundanal ruido como ejemplo a seguir si al cabo hacemos acto de presencia y vestimos las mejores galas cuando cunde el pánico? Es una verdad insoslayable a lo largo y ancho del país; es otro ejemplo palpable y latente de poner a buen recaudo este secreto a voces: el futuro es luminoso y en la recta final ya podremos ver los cielos abiertos. No nos llamemos a engaño, poner en tela de juicio las fuentes fidedignas y sembrar la duda por amor al arte no significa crear falsas expectativas en este momento crucial. Mal que nos pese, tener la vida pendiente de un hilo y sudar la gota gorda son el marco propicio, la condición sine qua non antes de quemar las naves. Llama poderosamente la atención el apoyo incondicional de ese nutrido grupo que se duerme en los laureles sin ventilar sus asuntos ni elevarlos a la enésima potencia. De más está decir que abrigamos el propósito de hacer caso omiso a los caminos trillados. Dentro de lo que cabe, un error garrafal y el éxito rotundo son a la larga el mismo perro con diferente collar. Son, por estrecho margen, prueba irrefutable del creerlo todo a pie juntillas y del pedir peras al olmo, sin que nos importe un bledo la satisfacción del deber cumplido. Sin lugar a dudas, cosechar éxitos o ser un dechado de virtudes en última instancia pueden ser el reverso de la moneda. A la postre, sembrar cizaña a tontas y a locas siempre saca de sus casillas a quien no nos pierde ni pie ni pisada. Vale la pena trabajar con tesón y ahínco en la acuciosa labor, con el sudor de nuestra frente, para después dormir a pierna suelta. Mejor que perder los estribos es hacerse el de la vista gorda y seguir al pie de la letra esa ardua tarea a nosotros encomendada y así dejar constancia de nuestro diario quehacer. Resulta de vital importancia puntualizar los detalles de este amplio abanico de posibilidades, porque llamar las cosas por su nombre sigue siendo un motivo de orgullo y un motivo de gran satisfacción, valga la redundancia. Duro y largo ha sido el camino, a ojos vistas; donde hubo humillante revés tenemos hoy calurosa bienvenida y cerrada ovación; donde hubo temas escabrosos y rumores infundados, vemos análisis detallado, encomiable labor y avances significativos a pie de obra. Otro gallo cantaría si luego de anunciar con bombo y platillos la respuesta contundente que merece cualquier espiral de violencia hiciéramos de tripas corazón y pusiéramos pies en polvorosa antes de pasar a mejor vida. No es una peregrina idea la que nos hace creer a pie juntillas el ejemplo imperecedero de quien hace mutis por el foro y nos sirve en bandeja de plata tantas emotivas imágenes de toda índole, para luego cargar con la culpa. A ciencia cierta, andar de capa caída no es bajar la guardia por cuenta del papel preponderante que un meteórico ascenso propicia. Cuando llueve a cántaros, la llovizna pertinaz toma la iniciativa y el celoso guardián no logra pegar los ojos, no logra conciliar el sueño de los justos. El hombre ruega encarecidamente que la catadura moral de quien no es bien visto sea por fin el golpe de gracia, la gota que colma el vaso. Tirar la toalla, craso error de quien peina canas y no tiene pelos en la lengua, equivale a coger el rábano por las hojas y crear óptimas condiciones a toda costa, sin ton ni son. A pesar de los pesares, hacemos valer nuestra unión inquebrantable, los ingentes esfuerzos de quienes hacen uso de la palabra y someten a votación las drásticas medidas, como un enclave privilegiado a flor de piel. No es hora de andarse por las ramas ni andar con paños tibios, sino de recabar el apoyo de cada cual, contra viento y marea, a como dé lugar. De alguna manera, el que más y el que menos ha dado en el clavo si ha estado a punto de ver con sus propios ojos lo que significa una favorable acogida. Después de todo, la suerte nos sonríe y nos damos el lujo de sentar cátedra y meternos en la boca del lobo. Jugarse la vida es dejar por sentado que acometer esta empresa, hasta las últimas consecuencias, es el cuento de nunca acabar. El camino es tortuoso, lleno de vicisitudes; cruentos combates se vislumbran a diestra y siniestra, y no basta avanzar a pasos agigantados, a galope tendido; no basta llevar a cabo otra tarea priorizada y cumplir a cabalidad lo que parezca un hueso duro de roer y así sucesivamente. Antes de darse muchas ínfulas, y por ende, arder en deseos, se ha de rechazar enérgicamente el dorar la píldora a quien deja mucho que desear. En cierto sentido, estrechar lazos inquebrantables de buenas a primeras, como el que no quiere la cosa, es única y exclusivamente un raro privilegio, sólo comparable al amor a primera vista. Todos hacen hincapié en los precios módicos, por si las moscas, previendo que su afán de protagonismo no deje títere con cabeza, de golpe y porrazo, pésele a quien le pese, salga el sol por donde salga. La suerte está echada.

viernes, 24 de noviembre de 2017

De Birán a Delfos

¡Cuánto hubiera dado la guardia pretoriana por ver a su Jefe investido con verdaderas cualidades de escritor! Esa posibilidad, ya comentada por muchos articulistas de la red y del papel, habría hecho más creíble la conversión de estadista a Oráculo. Más creíble y sustanciosa, pues la oficialidad ha debido activar sus salas de redacción (sus “tanques de escritura”) como sustitución a tan palpable ausencia. Al tener que retirar la Figura axial de ese proyecto que hasta hoy sigue siendo aclamado por una parte del pueblo, viene su reemplazo a ocuparles las noches y los días. Y esas jornadas son de grafología e imitación de estilo, de redacción de un nuevo manual, bastante apresurado, que logre servir de testamento y evangelio para el orfelinato revolucionario.
   Y no es un reemplazo que esperaban tan presto, pues el adalid les había prácticamente convencido de su inmortalidad. Al defraudarles, yéndose por la vía más escandalosa, desgarrón, tripas perecederas donde leer vaticinios, flatulencia guerrillera, les ha dejado con una libreta en blanco que deben manuscribir a toda prisa.
   Al adalid le faltaron en vida muchas dotes que usualmente caracterizan al escritor de éxito (le faltó tiempo, que ahora ha de sobrarle, nos ha tratado de decir como excusa a esa bibliografía activa que insiste en pergeñar): no tuvo el intelecto de Marx, ni la agudeza de Engels; no aprendió de la pluma contenciosa de Lenin; los matices estilísticos de León Trotsky le fueron vedados a su mente utilitaria; no fue un glosador atendible, como Stalin. Hubiera querido ver más allá del entramado que le circundaba; por ejemplo, ser capaz de versificar, algo que Mao podía resolver con naturalidad (Ho Chi Minh y Agostino Neto también). Su pieza oratoria más conocida, más divulgada y traducida, fue obra cómplice de otros. Sus libros fueron hechos a partir de pura transcripción, de discursos o de entrevistas: agobio de taquígrafos y ajetreo de rebobinadores. Todo un legado que componer en las postrimerías, para convertirse en la enjundia de lo que sobrevivirá.
   Para no prescindir de su cuerpo y su máscara patriarcal, lo siguen exhibiendo en sitios caprichosos, sabiendo que lo arriesgan todo. Grabado con libreto y editado en lo posible, ese viejito que farfulla y articula incoherencias, que gesticula ante la cámara y se abraza de todo aquel que ostente un uniforme o vista de rojo sangre, es la cáscara que cubre el concepto sustancial. Ha de imaginársele en el lecho, arrellanado ante su ordenador portátil, los libros amontonados por doquier, el ceño indagante, el dedo sempiterno punzando la teoría de una Roma moderna que se expande y les oprime como nación. No volverá al estruendo de los micrófonos, pero continuará como eminencia gris del proyecto, vivo o muerto, lúcido o senil. Mientras su cascarón sea útil, seguirá prestando una fachada a los edictos que se publiquen en la prensa diaria.
   De Birán a Delfos, el octogenario adalid ha pasado a ejercer una función que jamás concibió: la de sacerdote crepuscular. Un país regido por la irrealidad es sólo comparable a una pieza literaria que se desmarca de su urdimbre y ahoga al transcriptor. Sin mano firme y salpicada por mares borrascosos, los discípulos (los personajes) han prolongado su omnisciencia para salvar la presente coyuntura, aunque su progenie sufra el precio de los desmoronamientos y los ridículos en el futuro no tan lejano.
   Ya podemos concebirlo, viendo el rumbo que van tomando las cosas: clases sin profesores, asignaturas que escrutan folletos redactados por un comité de sustitución, un sistema de enseñanza que usa las llamadas “Reflexiones” como puntal a su sobrevida. ¿Cuánto tomará para que la familia cubana proteste y pida que sus hijos no sean sometidos a semejante experimento? Esos textos mal urdidos, que abundan en planteamientos llanos y citas extensas, sujetos al lugar común,  pretenden mantener activo a quien jamás logró siquiera una frase ingeniosa. Es triste, de cierta manera: no pudo dar con la página o el aforismo que constituyesen su heredad. No fue capaz de adjudicarse un testamento que fuese reproducible.
   Otros, en las sombras, se encargan de imitarle la retórica y mantenerle en primera plana, haciéndole pasar por augur. Tratan de reeditar así la postrera hazaña del Cid Campeador, quien amarrado a su caballo, después de muerto, hizo huir a las huestes enemigas.
   Este que pasean por delante del regimiento constituye una combinación peculiar de Ruy Díaz con la Pitia. El periódico que hace resonar todos los vaticinios, sustituye a Babieca, el corcel fiel que carga los despojos como última esperanza.

© Manuel Sosa

miércoles, 22 de noviembre de 2017

¡EXTRA! Titulares (reales) de la prensa cubana

Cuba, único país con desarrollo sostenible

Estudian automatizar comportamiento de la cuenca del Zaza

Emulación para más carne

Cuba lidera trasplante de hígado en la región

Sostenido trabajo científico en Pinar del Río

Criterios contrapuestos impiden extender tecnología para conservar leche

Incrementa Cuba producción de perfiles de aluminio

Numeroso público en encuentro de Teatro Callejero

Plátano extradenso muestra sus ventajas en tierra espirituana

Granma al rescate del marañón

Reanimación lechera en Las Tunas, provincia menos lluviosa de Cuba

Inician federadas proceso de reflexión

Comienza hoy III taller de resistencia bacteriana

Despierta interés tema de la democracia y las elecciones en Cuba

Continúa en Granma dignificación del oficio de lustrar calzado

Exponen plan nacional de Cuba para prevenir la anemia

Ensayan vacuna cubana contra el dengue en monos

Policía Nacional Revolucionaria: dueña de la salud ciudadana

Diseñan en Cuba diccionario bilingüe para sordos

Dan calor en provincia cubana al uso de la energía solar

Granma recibe calificación de Bien en reforestación

Abre nuevas perspectivas para las exportaciones el humus de lombriz en Cuba

Instalan primera prótesis peneana en Guantánamo

Sobresalen guajiros científicos de La Sierpe

Miden eficiencia del cepillado dental

Felicitan a Empresa cubana de ladrillos refractarios

Cuba mantiene vigilancia en colonias de abejas

Holguín satisface demanda nacional del suero de conejo para programa de trasplantes renales

Prosiguen muy deprimidos embalses espirituanos

Seleccionan las siete maravillas de la arquitectura en Granma

Lombricultura: Sostén básico del agro

Sobrecumplir con menos


[Compilación y ataque de tos: Manuel Sosa]

lunes, 20 de noviembre de 2017

"Reparando el muro", de Robert Frost

Algo existe que no gusta de un muro,
que incita a la hinchazón del suelo helado a traspasarle,
y le derriba las piedras de los bordes cuando sale el sol;
y le abre grietas que hasta dos hombres pudieran cruzar.
Lo que ocasionan los cazadores es diferente:
he venido siguiéndoles y he restaurado el daño
allí donde no han dejado una piedra sobre otra,
pues de cualquier manera tenían que sacar a la liebre
de su escondite, por complacer a la excitada jauría.
Hablo de las grietas, nadie pudiera decir que ha visto
cómo y cuándo las hacen, pero al disponernos a hacer
las reparaciones de primavera damos con ellas.
Así se lo hice saber al vecino que vive detrás de la colina;
y nos encontramos el día acordado para señalar el límite
y reestablecer el muro que irá a dividirnos otra vez.
Caminamos a lo largo del muro, cada cual por su lado.
A cada quien le tocan las piedras que se derribaron en su parte.
Y algunas se acomodan, pero otras son tan redondas
que tenemos que usar algo de magia para que no se caigan:
“¡Quédese quietas, al menos hasta que nos demos la vuelta!”
Los dedos se tornan ásperos de tanto rozarlas.
Oh, sólo otro tipo de deporte al aire libre,
uno en cada extremo. Y llega a ser más:
hay un punto preciso donde el muro no es necesario:
él es todo pinos y yo soy un huerto de manzanas.
Mis manzaneros nunca cruzarán a comerle
las piñas bajo sus pinares, así le digo.
Pero se limita a responder: “Buenas cercas hacen buenos vecinos”.
La primavera se me sube a la cabeza, y me pregunto
si podría hacerle cambiar de parecer:
“¿Por qué es que nos hace tan buenos vecinos? ¿No es algo
que tiene que ver con el ganado? Y aquí ni tenemos ganado.
Antes de edificar un muro me gustaría saber
qué dejamos fuera y qué demarcamos,
y a quién podría ofender al hacerlo.
Algo existe que no gusta de un muro,
que quiere derribarlo”. Podría decirle: “Duendes”,
pero no se trata precisamente de duendes, y quisiera
que el vecino llegara a decirlo por sí mismo.
Lo veo allí, trayendo piedras en cada mano, bien aferradas,
como si fuera un salvaje prehistórico listo para golpear.
Se mueve en lo que se me antoja oscuridad,
y no de bosques ni de sombra de árboles.
Nunca traicionará ese refrán que le enseñara su padre,
y tanto le ha gustado recordarlo
que lo vuelve a decir: “Buenas cercas hacen buenos vecinos”.

(Traducción: Manuel Sosa)

viernes, 17 de noviembre de 2017

Rosario senil para poeta virginal

Si lloras, no escribas. Si escribes, no llores.

No dejes que tu cielo sea azul ni que tu noche sea oscura.

Si todos comulgan contigo y te vitorean, cambia urgentemente de retórica. Aunque es posible que ya sea demasiado tarde.

No sigas recetas, ni fórmulas. Puedes empezar por dejar de leer esta lista.

No andes por la vida como si tuvieras un palo metido por el culo, que para eso están los pavorreales.

Recuerda que la rima es un medio, no un propósito.

No te sometas al juicio de una tertulia de idiotas, de esos que cortan y pegan palabras como costureras frígidas.

Huye del diccionario como lo harías de un viejo leproso.

Escribe como si nadie jamás fuera a leerte.

Si en lugar de “bosque” insistes en usar ‘floresta”, date una ducha fría antes de regresar a la página.

No le temas al ridículo o la infamia, que el poeta está más cerca del bufón que del hidalgo.

Si eres puta, tortillera, maricón o mujeriego, enhorabuena. Pero no hagas carrera literaria a costa de ello.

No te pongas a desarmar aquello que en principio no seas capaz de armar por ti solo.

Si te aprendieras de memoria un poema tuyo, no se te ocurra (jamás) recitarlo en público.

Aléjate de coprófagos y panegiristas; si no conoces esos términos, reevalúa tu relación con el lenguaje.

Absorbe un poco de todos, sus disparates y aciertos; pero a la hora de escribir no absorbas de nadie.

Si comes como Lezama Lima no cagues como Nicolás Guillén.

Deja que el clítoris florezca en la alcoba, no en la cuartilla. Y de paso, deja tranquilo al pubis, los pezones, los orgasmos y todo eso. Ya sabes, la alcoba.

No te dejes engatusar por ninguna antología ni por maquilladores de academia.

Nunca, nunca aplaudas a alguien que lleve uniforme.

No cometas el error de morirte demasiado tarde.

© Manuel Sosa

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Los porteros culturales

Largo ha sido el camino, pero al fin el gobierno dionisíaco de los comisarios ha logrado la especialización de los bouncers ante sus puentes herméticos: los porteros culturales. O mejor, para restarle amabilidad al término: los cancerberos de actividades. Son los que llevan cuenta de quiénes ingresan a los conciertos, comparando las fotos del álbum subversivo con las caras de la dócil fila que acude a comprar sus papeletas. Son los que corren presurosos a consultar cuando confirman que alguno de ellos ha osado venir. Lo dicen por las claras: "No te dejaremos entrar". Evitan así que los enemigos del Proyecto puedan disfrutar del arte de su tiempo, no porque les preocupen sus filiaciones estéticas, sino para hacerles saber que tienen aún el Control y el Acceso.
   Es la típica actitud del bravucón despechado y obligado a reprimir sus fuerzas en un medio civil: no puede estrangular a los que odia, pero les impide el paso y les susurra obscenidades. Nunca como hoy han estado los “trabajadores de la cultura” más vinculados al Ministerio del Interior, cuando ejercen descaradamente su papel de perros guardianes, listos para ladrar si así se les ordena.
   Imaginad la orfandad de ese gobierno que alguna vez tomó venganza sobre un grupo de ciudadanos que quisieron aprovechar un micrófono vacío. ¿Contemplaría el performance de aquella artista (Tania Bruguera) todas estas secuelas? ¿O habrá demostrado que ciertos performances nunca terminan, y el micrófono sigue abierto, recogiendo hasta lo inaudible?
   El gobierno cubano, una asamblea cuya cobardía es pura proyección de lo que ahora es revolución momificada y para siempre apartada de aquella tribuna tutelar, sigue la estela del líder en cuanto a estrategias represivas que retratan su impotencia. Ahora viene el chantaje, como consecuencia a la profanación del micrófono único, y quizás en lo sucesivo prosigan esos métodos que incluyen el ultraje físico. Escasa de originalidad, la preceptiva de los comisarios no da para mucho más: guardianes de arquitecturas que se vienen abajo, animales entrenados a reconocer transgresores en la multitud. La cultura de olfatear y ladrar, y si fuera preciso, de clavar dientes. 

© Manuel Sosa

lunes, 13 de noviembre de 2017

Inmunidad gregoriana

Unos pocos años deben bastar para olvidarse del Calendario oficial. Y buen síntoma, que algunas mañanas me entero de la fecha leyendo periódicos que cada vez frecuento menos. La noticia de una ceremonia vacía, en algún lugar de la isla, pormenoriza ausencias y el paisaje que preside una estatua, también vacía. Fechas que consigo neutralizar, ausente, siguiendo otro hilo, asumiendo los días en su esplendor físico. Un día de julio vuelve a ser un día de julio, caluroso y solitario. Quizás sea otra manera de ganarles, logrando que las fechas nos sorprendan como tiempo recobrado, nunca como efemérides. Desde esta perspectiva, es fácil distinguir la superficialidad de los hechos que nos vendieron como heroicos, escaramuzas y gritería narradas con tintes melodramáticos, puestas en escena que el tiempo ha ido desnudando. Ahora sólo quedan ancianos ridículamente vestidos con la pobreza del mercado, asociados al Olimpo por gracia de las marcas deportivas, deslavazados e indefensos. Y nosotros, inmunes a sus fechas sagradas.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Inglés instantáneo: user friendly

Agotadas las ilusiones de significado, reparamos en la nada sutil complicidad entre quien fabrica y quien abastece: se da por descontado que el consumidor, antes de ser cautivado por el Artefacto, es ya un idiota. 

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Un poco de odio nunca está de más

Bueno, porque llega el momento en que sólo se respira un aire de seducción, de tanteos conciliadores, de escritura complaciente…
   Abres el periódico y procuran demostrarte que todo se encamina hacia un final apacible, a pesar de los desencuentros y el vocerío. Los articulistas proponen cosas: la fusión de visiones opuestas, el perdonarnos las injurias pasadas, el repliegue total.
   Se nos pide más tacto y tolerancia. Debemos atarnos a la matriz y abrazar a nuestros hermanos postizos, que en definitiva comparten nuestro propio ardor.
   Cada quien se dedica a redactar sus composiciones, de regreso al pupitre escolar, y nos piden quebrar el lápiz rojo, guardarnos los reproches, demostrar cuán apacibles podemos llegar a ser.
   ¿Has visto esas antologías, y esas bitácoras que se copian entre sí, y esas revistas ilustradas con dibujos cervunos?
   No bien cae la noche, y nos arrastra la multitud a la fiesta de turno, donde con seguridad habremos de hacer el papelazo, pues nuestra torpeza sigue sin pulirse. Aún no hemos aprendido a evitar los traspiés, el pisotón y la frase inoportuna. ¿Y qué hacer entonces?
   Si es un libro, ponte a contar el número de citas y dedicatorias. Los tomitos de poesía ya parecen libros de condolencias. Se debaten entre la dulzura y el puntillismo. Las novelas procuran imitar alguna jerga útil; sus diálogos son cortos y tersos, libretos de esa película que pondrá a gozar a todos. Serás la excepción, querrás votar en su contra pero no podrás comunicarlo, por el bien de nuestras Letras.
   Existe un plan secreto para lograr que la lástima o la simpatía suplanten al entendimiento.
   Odiar a los miserables se ha convertido en un problema. Odiarse a sí mismo (como puede ser el caso) es materia de estudio clínico. Si con alguna aberración tropezaras, dale esperanza. Al imbécil, hazle creer que te aventaja en razones.
   Si tropiezas con un mural pintarrajeado, llénate la boca de eufemismos.
   Vuelve la página, sigue de largo, échate una menta en la boca.
   Que se siga acumulando tu odio, a ver qué pasa mañana.

© Manuel Sosa

lunes, 6 de noviembre de 2017

Arte obediente

Enumerando derrotas: así también confirmamos
que alguna espontaneidad sobrevive
fuera de las murallas, donde todo es rastro
de tiza y de sangre, y alaridos.
Un evasor más, como nosotros, entra y sale
abrazando pliegos olorosos, su tinta tan fresca
que mancha la piel; pasa sin reconocernos
y se pierde en la planicie, sin mirar atrás.
Ha dejado esa fragancia, señal de que sabe desmarcarse
y aquietarse a la vez.
Un evasor más, a quien dejan regresar
porque sabe guardar silencio y apilar la ceniza.
Leemos sus derrotas en un registro que permanece
intacto, el novicio que sigue escribiendo
como novicio, el tiempo congelado
en el mismo libro que insiste en ofrecer.
Yo intuyo otra derrota más, dejada afuera
por desconocimiento: haber callado
obstinadamente para no contaminar su arte
hecho de palabras ambiguas, y no saber
qué hacer con tanta mudez y tanto ingenio
cifrados por la obediencia.

© Manuel Sosa

viernes, 3 de noviembre de 2017

Elogio del hijo renegado

No por desearlo con vehemencia habremos de leer lo que sigue faltando en la isla: escritura sin coordenadas, ajena a un ficticio contrato social o estético. Pienso en el hijo renegado como ejemplo de esa recuperación del sentido avizor que echamos de menos. Nos recuerda que no todo es silencio sepulcral o graznido oportuno, como es usanza en estos tiempos. Nuestra generación se ha quedado allí muda por apatía o complicidad, porque ambas cosas tienen sus recompensas. Los espacios editoriales tramitan sin esfuerzo su cuota de palabras, porque libros y proyectos sobran. Palabras que acomodan el cuerpo literario, para dejarle reposar en paz. Libros y libros que no dicen nada, que no se atreven a provocarle escozor al durmiente. Y entonces: también están los que prefieren pastar tan apacibles que ni siquiera se atreven a despertarse a sí mismos. Pues hay que sobrevivir, ¿no?
   La conciencia crítica, en el caso de una isla, tiene que parecerse a esa órbita de botes de salvamento que todo naufragio propicia. Un estallido que se sabía inevitable, la nave del gobernalle roto, y que algunos no pueden (o no quieren) abandonar. Otros se saben condenados al misterio, a la inmersión paulatina, y prefieren seguir aferrados a su instrumento. Por muchos asideros que aparezcan, nada se puede contra la resignación o el cansancio. Cuando se tiene esa ventaja (léase: no tener nada que perder, salvo la entereza) los actos de escribir y comunicar resultan más creíbles, despojados de falsa doctrina, lavados de servilismo y ansias de calmar a la tripulación.
   Ese hijo renegado, a quien nadie conocía hasta hace muy poco, no ha podido evitar un acento del que nos hemos hecho adictos. Y aquí no hay recetas ni fórmulas secretas: sólo agudeza y claridad. Por buscarla, hemos desechado la costumbre de indagar en sitios cuya retórica desborda su pretendida eficacia. Los medios tradicionales han perdido su filo al no poder entender que lo espontáneo y lo inmediato también sirven al conocimiento, siempre que tanta fluidez no llegue a enturbiar la razón. Políticas editoriales, composturas heredadas, formalismos que impiden cualquier tipo de riesgo: ¿qué ventajas les quedan sobre el individuo y su afán de protagonismo? Pero más aún: ¿son más creíbles por cumplir los requisitos del acervo que representan?
   Defiendo así una tesis atrevida, porque comprendo que describir certidumbres no es tarea dada a quienes se creen herederos de algo, y ostentan su condición acumulando cuartillas. Sentimos que falta otro sentido, otra densidad. En un mundo donde escritores y policías se confunden, yo prefiero leer a quien evade los cercos sin siquiera percatarse de ello.
   Hayamos escapado del naufragio o no, nos queda la conformidad de saber que la bitácora descansa en buenas manos.

© Manuel Sosa