P: Usted anunciaba el fin de la “poesía de consumo”
y el advenimiento del “poema especializado”, y comprobamos que esas profecías
no acaban de cumplirse. ¿Por qué?
R: Luego de una necesaria condensación, la poesía se
tuvo que dispersar. Un estallido, con chispas, humo y todo eso. Se han retomado
los vicios iniciales. Ha regresado la música, y el metro, la rima, la
confesión, las enumeraciones, las zampoñas y los rebaños. Y reacciones a esos
rebaños: lo coloquial y lo localista como refutación. Nos han dado de
bofetadas.
P: Viniendo usted de un espacio encerrado en
retórica pura, la isla, ¿cómo le afecta este exilio que se sigue prolongando?
R: El poeta mira al pasado, y no termina de pagar su
deuda. Yo privilegio la palabra, pero dejando un espacio al cinismo. Nadie
escribe para el lector de turno. Esa es mi justificación. Cada cual busca la
que le conviene. Pero todavía (todavía) no acudiré a la lástima y el panfleto.
P: ¿Y cuándo es que los intelectuales cubanos
comenzarán a manifestar el cinismo que profesan en otros medios que no son
precisamente “literarios”?
R: Muy pocos intelectuales son capaces de soltar el
trozo de túnica que les tocó asir. Discuten y lo orientan todo hacia una
perspectiva optimista, sin que ello cambie las circunstancias. Los referentes
siguen siendo los mismos: Poder, Doctrinal, Casta...
P: ¿Sería exagerado afirmar que ha surgido una
especie de bravuconería en la poesía actual cubana?
R: Desesperación sí hay. El problema es que los
bravucones son provincianos, usan referentes insulsos (los poetas retóricos y
aplaudidores que les antecedieron), se auto-incluyen en otra antología más.
Tienen mucho de aquel primer Raúl Rivero, pero con ideología rebobinada. Para
no meterse con el patriarca, se meten con el hijo bobo del patriarca.
P: ¿Se pudiera aseverar, como hemos escuchado hace
poco, que es preciso buscar un segundo idioma?
R: ¡Pero si aún no hemos encontrado el primero!
P: ¿Bitácoras, éter, ciberespacio?
R: Pasen a ver, aquí está la regordeta que consulta
su manual de repostería: entre pastel y pastel transcribe sus reflexiones. Un
periodista municipal nos atiborra de poemas y refranes. Aquel otro declamador
nos quiere vender sus mañas escénicas. Democracia, posibilidad, acceso,
aplausos.
P: ¿En qué guerra podremos encontrarlo dentro de
unos meses, años?
R: Tanta lucidez me paraliza. Por supuesto, ya
tendré que anotarme en alguna facción, so pena de verme apedreado por culpa de
mi crónica impasibilidad. Son muchas alianzas, y basta con alejarse del blanco
para que el dardo te busque: el dardo extraviado, que siempre hay alguno. Ser
(o considerarse) intelectual basta para que te traten de captar. O para que te
golpeen sin compasión.
P: ¿Vivimos otro período de lasitud entre las tantas
agonías de Nerón?
R: La ansiedad nos ha ido resquebrajando. El
moribundo no es tal: le han prolongado la vida. Le hemos prolongado la vida. Y
ya no importa que muera.
P: ¿Géneros dentro del género? ¿En la poesía, en la
prosa?
R: Sólo oportunidades que los escritores no pueden
desdeñar, por resultarles tan convenientes.
P: ¿Escribir ha resultado entonces un trofeo, una
ganancia que se ostenta?
R: Yo siempre vuelvo al muchacho tímido, que no
quería mostrar a los amigos las cuartillas de la noche anterior. ¡Qué
vergüenza, Dios! Ese pudor, esa resistencia a desnudarse ha de ser literatura.
Lo demás es exhibicionismo.
P: ¿Tendré que pasar por alto la pregunta donde le
pido que argumente tal visión con un fragmento suyo?
R: Sí.
P: ¿Quiénes se ocuparán de revisar y replantear el
Canon?
R: Ya el hecho de hacerse la pregunta implica una
preocupación por sistematizar algo que se alimenta de tiempo e ironía
despiadada. Usted ocúpese de conocerse a sí mismo. Será difícil zafarse del
baúl, del desván adonde irán a parar todos nuestros libros.
P: ¿No está usted jugando a explicar certezas?
R: Mire alrededor. Abren la boca y sueltan eso de
que “ladran, Sancho” cada vez que pueden, aunque se les diga que la frase es
apócrifa. Nos desgastamos adoctrinando, y escribiendo el manual de conducta. Y
lo mejor del juego viene luego, cuando nos apresuremos a borrar lo imborrable.