Vistas de página en total

miércoles, 25 de enero de 2017

Corriendo las cercas de noche

Nos enseñaron que muy pocas cosas podían ser verdaderamente nuestras. Teníamos una habitación, una casa y sus irradiaciones, algún idolillo para venerar a solas, pero el Ojo no dormía nunca. De la tenencia a la carencia mediaba sólo una orden caprichosa, sin amparo de ley, por ser la ley otra manifestación de lo caótico. Un salvoconducto en blanco, firmado de antemano, decidía quién salía al descampado y quién quedaba en las sombras. Además: quién podía calibrar pertenencias, su pobreza ilustrada en imitaciones que nada representaban, sólo el Deseo. La palabra “privado” sonaba bastante escabrosa en una sociedad donde Todo era de todos, hasta nuestras rogativas y ensoñaciones; y ansiar espacios era admitir su naturaleza hereditaria, transmisible, de lo individual a lo múltiple, el atrevimiento de apartarse del Código. ¿Quién podía clamar autoridad sobre objeto alguno, quién podía encerrarse en su ilusoria pieza o llamarse árbitro de piezas dispersas sin tentar al dios tutelar y ubicuo, el que velaba cada uno de nuestros pasos? De tal manera crecimos, llegamos al punto aglutinador y nos vimos rodeados de cómplices: la hornada que sabía atenerse a las instrucciones y seguir las voces de mando. Y nada era nuestro.
     Aunque exilio y pérdida se asocian con facilidad, nadie examina su hacienda con el esmero que le haría desmarcarse. Como poseedor, al fin. Nadie enumera sus bienes antes de rendirse al sueño. Y peor aún: no se aprende todavía a erigir demarcaciones. El hombre que escapa del feudo tarda en convencerse de que cada acto de improvisación le hace más y más libre. Se equivocará, irá contra los usos, no ahorrará elocuencia. A lo venturoso nadie podrá cuadricular, y él será el ejemplo.
     Lo que hoy conservamos, ese espacio que sigue afianzándose en la tierra y sus representaciones, medra en la confianza de quien le busca como refugio. Sus límites, dibujados con trazos temblorosos, parecen extenderse y buscar más allá. Habrá quien indague y trate de reprocharnos la práctica (aprendida del dios tutelar, o del Cronos que le nutrió) de correr cercas de noche, extendiéndolas, imponiendo nuestro territorio. La palabra que estremece la vetusta hacienda, y la renueva. La adquisición de nuevos escenarios y testigos. Pero, ¿habrá mejor excusa, para seguir modificando el cianotipo, que un lector insaciable y su costumbre de invocarnos cuando nadie parece escuchar?

© Manuel Sosa

No hay comentarios:

Publicar un comentario