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viernes, 1 de diciembre de 2017

El Ángel del Umbral interroga al Poeta Integrado

A: Una transición furtiva, casi como ardor que se apacigua…

PI: Yo no hubiera pedido otra cosa…

A: Es una extraña mezcla de credenciales. Tengo ante mí estos legajos en cursiva, donde descubro impaciencia, razones acumuladas sin una tesis original, un gusto por describir lo visible…

PI: Tenía la escritura como el recurso idóneo para…

A: Idóneo. Va a tener que olvidar esa terminología. La toleramos al principio, sabiendo que aún se carga tanto remanente físico. Yo hablaba de la impresión general, de la impaciencia en los apuntes, el énfasis por la cotidianeidad. Le aclaro que no busco entorpecerle esta primera etapa, pero debe esperar resistencia de nuestra parte. Usted, que pasó por tantas aduanas, debe estar acostumbrado. Es el procedimiento.

PI: Le agradezco esa precisión. Escribir poesía es vencer resistencias.

A: Por ahí andamos entonces. Esa frase suena distinta en otros poetas, se lo aseguro. Le pregunto, ¿se considera un artista asimilado por el uso, por el lector ideal?

PI: Durante mucho tiempo creí que mi labor como poeta…

A: ¿Su labor?

PI: …que mi función como poeta había sido gratificada. Fui leído, aprendido de memoria, recitado ante las masas, llevado como resguardo por el lector común, que era mi interés primordial. Pero con los años sobrevino la duda…

A: La duda salva a los justos.

PI: Llegó el momento en que sentí que se me debía más reconocimiento.

A: ¿De qué hablamos aquí, de la Academia?

PI: Digamos que del sentido crítico ulterior. Del trasfondo que sustenta a la escritura.

A: Caemos en lo utilitario, tan atractivo y pasajero…

PI: Mi credencial mayor es saber que nada importa. Así lo creo ahora. Escribía para mí, para aliviarme.

A: Dentro de lo cursivo, trazos de angustia. Pero usted se entretuvo en alianzas que negaban al hombre el derecho a la angustia.

PI: Me entretuve, así de llano. Me consuelo con intuir que nunca hubiera carecido de ingenio, de haber nacido en otro tiempo, en otro sitio.

A: No le faltó el ingenio. Le faltó el cinismo. Vea que pudiera ser una contradicción, pero buenas dosis de cinismo le abren al mortal otros senderos. Y el sendero hacia Dios. Le ilustro: un poeta que no puede salir del bosque frondoso, como experimento. El poeta corriente se queja de tanta sombra. El poeta divino canta a esa sombra, y a luz que le espera. El poeta irrepetible se da cuenta de que experimentan con él. Y se da el lujo de callarlo.

PI: Horacio, Whitman. Yo buscaba tantas cosas en ellos.

A: No pretendo demorarle. Pese a tanto abigarramiento y periferia, le deseo que aproveche esa calidez innata que nunca liberó del todo.

PI: Y la certeza, tardía, de que ningún credo que pretenda emancipar al género humano es comprensible. ¡Cuánto cansancio, Dios mío!

A: Ahí está la pastura, y más preguntas.

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