Es como si hubiesen horadado ese muro que ya nadie
pensaba traspasar, y por allí arrojasen retazos y sobras de la cotidianidad.
Les han dejado proclamar sus ternezas, sus odios, sus efusiones. Lo que
apuntaban en una hoja secreta, que guardaban para otro tiempo, lo muestran hoy
al mundo, perdida la suspicacia. Relatar lo inevitable sigue siendo el cebo que
convierte al incrédulo. Surrexit autem
Saulus de terra: el descubrimiento de la voz. Un nuevo género, es un nuevo
signo que replantea las variantes de correlación. Quizás la palabra clave sea:
acceso. Yo agregaría otra: alas. Para prescindir de un diario que nadie leería
sin creerse invasor de otro halo. Para despreciar los mecanismos de sujeción,
que son el atrevimiento, la anuencia, las mordazas descritas en cada pliego. Libertad
de confesarse, flotando en un mundo que te aplasta en apariencias, pero que te
agrega al mecanismo de la practicidad. El viajero inmóvil va dejando caer sus
cartas. Alguien le visita y le recuerda que ha aceptado estas nuevas reglas:
atravesará el horizonte, describirá los escollos y el naufragio, escuchará sin
temor las voces amotinadas. Es un viaje tan largo como espectral. Una claraboya
en la celda para distinguir el cielo y los rostros que pasan furtivos. Escudriñan
el nuevo espacio, allí donde el protagonista se inicia en la torpe danza, hasta
aprender los pasos y la consigna. Hablando quedo y luego descubriendo un
rosario debajo del lecho. Le aconsejan no predicar y no aceptar prédicas a la
vez. No quería más que un rincón donde relatar lo que le asustaba, lo que le
invitaba a desandar el camino. Yo le he mirado desde la verja, le estudio y
compruebo sus flaquezas, su vanidad. Le comparo con los propios guardianes, que
corren los cerrojos sin entusiasmo. Le diviso a pesar de la sombra que cubre su
cuerpo transido, y compadezco esa ambiciosa anuencia de ilustrar al mundo. Le
miro siempre, aterrado, al comprobar que soy yo mismo.
© Manuel Sosa
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