Dos palabras no se relacionan tanto como “hurgar” y
“prehistoria”. Los escritores cubanos saben evitarlas porque la curiosidad
suele tener un precio incosteable. No es la ausencia de archivos que alguien
reclamó alguna vez, sino su hermetismo: ciertos códices y grabados antiguos no
merecen aproximaciones novedosas, pues terminan enjuiciando a sus
protagonistas. “Fuera de contexto”, es una excusa recurrente; “juzgar sin tomar
en cuenta las circunstancias”, reza otra. Cerrojos inviolables: escritores que
apuestan por la desmemoria.
Porque
quisieron haber alcanzado, mucho antes, el grado de lucidez que ahora les
embarga; o porque no han sabido dispensar aquellas osadías que hoy enturbian su
escalafón; o porque sus miserias tenían la excusa de la poca vida, del
reflector en los ojos y del embullo colectivo; reescribir en este momento de
asentamientos otoñales, tachar los pasajes que estorban; cambiar el tema de
conversación. En ese espejo nos hemos mirado todos.
¿Qué ves a
estas alturas, antólogo? ¿Serás el mismo activista, el que avanzaba con el índice
acusador hacia la dirección equivocada? ¿Serás el que regalaba los libros que
ahora entorpecen tu acceso al Canon? ¿Distingues al jovenzuelo que tan
duramente atacó a los funcionarios que al cabo adivinaron tu precio? ¿Te
arrepientes del libro inmaduro y la pose rebelde que manchan tu conciencia
civil? ¿Has desautorizado tu obra precoz al repasar las pruebas de galera,
autor reeditable, en la "colección homenaje" que te preparan?
Y si la
prehistoria laboral pudiera justificarse de igual manera, ¿qué verías, oh
desterrado? ¿Ardor universitario? ¿Malas lecturas que diluyen tu aureola,
entonces enérgica, ya casi borrada por el alivio que traen los años: la foto
descolgada? ¿Te resistes a comprobar que toda necedad sobrevive a su
traducción?
¿Te has atrevido,
aunque nadie haya adelantado su voto, a perdonarte a ti mismo?
© Manuel Sosa
No hay comentarios:
Publicar un comentario