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viernes, 28 de abril de 2017

Libre y roto

Roto ha sido, otro más, dispuesto
al surtidor blanco, polvo sobre la corteza.
Deshecho, dos tablas de salvamento,
ahogado en el ejercicio: libre,
reja que hiende. Lo rompe
con alevosía, propaga su música, sangra.
Vuela lejos, no regresa, pero los
grilletes sabían a hidromiel.
No lo buscan. Oculto en la zozobra.
Arde en el negativo, reverso de la candidez.
No sabe llorar, dice quebrarse
al cortar su ofrenda.
Cegado, el estertor furtivo, revisa
sus notas, miente y se alegra aún.
Destrozado, respira buscando,
libre, agua en las mañanas: está roto.

© Manuel Sosa

miércoles, 26 de abril de 2017

Nos vemos en el próximo Canon

Leyendo un poema del siempre postergado Manuel Díaz Martínez, evoqué polémicas de años recientes, y volví a repasar mis nociones sobre el canon literario cubano. El tema, abierto siempre, es más fértil de lo que pudiera anticiparse, y se supone que deje entrar (no es fortuita la palabra) todo lo que se adhiera al hecho estrictamente literario. ¿Quedarán plazas libres / en el próximo Canon?  Y más que gusto o tradición, ciertas mitologías alimentan la dejadez de nuestra crítica, hoy más pobre que nunca, para conformar el Manual, el Atlas. ¿Quedarán plazas libres / en el próximo Canon? Todo poeta, a solas, alguna vez se ha preguntado lo mismo, de otras maneras. Por suerte, quienes se ocupan de archivarle y alinearle como merece son el tiempo, el lector, la suerte. Y hoy más que nunca: la operatividad.
   Lo que el historiador y crítico Rafael Rojas vio como explicación a la generosa nómina de cubanos en la conocida lista de Harold Bloom, la cercanía del profesor Roberto González Echevarría, no es rebatible por nadie, ni siquiera por nuestro catedrático de Yale. Él mismo se ocupa de decir ...si bien es cierto que asesoré a Harold en la confección de la lista que sus editores le exigieron... ¿Para qué argumentar entonces? Cuando publica su ensayo “Oye mi son: el canon cubano” lo que más se percibe es su adquirida costumbre de categorizar despiadadamente, a la americana. Costumbre adquirida en estas tierras de pasiones clasificatorias y de jerarquías. Cierto que su lista personal le fue arrancada por la curiosidad de amigos y congéneres, pero una vez aceptada la faena, nos explicó sus elecciones yendo a la tangente, pinchando la yugular: dos novelas de Carpentier, dos novelas de Lezama Lima “aparte de todo lo demás”, Piñera y Diego en lo medular, una novela de Cabrera Infante, dos novelas per cápita de Sarduy y Barnet, dos volúmenes narrativos de Arenas, un cuento de Benítez Rojo, y un texto acaso relato de Calvert Casey. Salvarse por un pelo, por un cuento. Ni la revista Time lo hubiera hecho mejor.
   A su canónica lista siguieron, como era de esperarse, algunas quejas y sugerencias, que firmaron varios ensayistas, de los que siempre mantienen viva el alma crítica de ambas orillas. Narradores y poetas, sin romper protocolo, no polemizaron en aras de proseguir la redacción de sus candidaturas. Quizás sumando algunos tomos más podrían silenciar a los que desde ya pretenden obviarlos, aunque ya sabemos que la literatura cubana prefiere el margen al Número.
   He podido releer el escrito de González Echevarría, su prosa limpia y certera, en la que podrá equivocarse aquí o allá pero no dejar de hacernos cómplices. También los textos de otros ensayistas como Emilio Ichikawa y Duanel Díaz, el primero colándose entre las costuras teóricas y las arritmias de la personalidad del hombre de Yale; el segundo rebatiendo o ampliando cada punto vital en Bloom y en la extensión cubana, y replanteando el concepto que pueda regir la formulación de todo canon. Sin embargo, podría asegurar que el mejor resumen del capítulo canónico cubano lo hace Jorge Luis Arcos, en sus “Notas…”, incluidas en su libro Desde el légamo.
   De hallarse un consenso, muchos preferirían ver a Martí al centro de nuestras beatificaciones, y en un círculo exterior ubicar a figuras como Casal, Lezama, Carpentier y Piñera. Luego, una tercera afluencia, más cambiante, donde pudieran ubicarse nombres como Zenea, Diego, Heredia, Arenas, Cabrera Infante, Baquero. Existe una minoría que entiende que la literatura cubana no ha dado un solo ejemplo de trascendencia universal. Quizás sea que tenemos mucha medianía y poca o ninguna grandeza. Se aventuran nombres de hoy con la incógnita del mañana, y nombres de ayer que sólo provocan debates y argumentaciones.
   Ya se ha barajado la idea de que el sello de estos tiempos es la fugacidad, el impacto de insoportables decibeles y de efímera resonancia. Se ha hecho imposible cotejar tantas obras que son resguardadas por su correcta factura y limitado ingenio a la vez. El fenómeno cubano es doblemente llamativo, pues sus escritores sobreponen lo acumulable a lo intenso. No en balde la crítica se queda rezagada, habiéndose convertido en el complemento que debe justificar la vastísima biblioteca por venir. Aparentemente, las compuertas del canon seguirán cerradas a nuestros artífices.
   Retornando al problema de las mitologías, ¿qué papel pudiera jugar una crítica objetiva ante el listado de libros que no se leen a fondo? De no cambiarse el método, se seguirá elogiando sin leer, sin juicio que ponga en su lugar tanto breviario ingenuo. La crítica ha de cesar como instrumento que redima los sistemas de análisis ya preestablecidos. No es su lugar jugar con esas reglas. Hemos aprendido de Bloom que todavía podemos estudiar la eficacia de una palabra sustituyendo a otra, de una palabra en compañía de otra, de un calificativo en tanto portador de expresividad.
   Así entonces, seguimos oyendo la pregunta: ¿Quedarán plazas libres / en el próximo Canon? No todo escritor sabe aquietarse e ironizar a costa de su propio sino. Muchos quisieran que el Canon fuese un ómnibus o un tren, y que pudiera regresar mañana a recogerlos, con sus equipajes a cuestas. ¿Y qué pasó con aquel Poeta Nacional? ¿Y nuestros Premios Nacionales de Literatura? ¿Y esos jóvenes de treinta años que han publicado una veintena de títulos y han recibido Premios de la Crítica y becas extraordinarias?
   Queda el polvo a lo lejos, y el ruido festivo del ómnibus. Nos vemos en el próximo Canon.

© Manuel Sosa

lunes, 24 de abril de 2017

Citar mal

En el poema “Noche insular: jardines invisibles”, de José Lezama Lima encontramos estos versos:

   La mar violeta añora el nacimiento de los dioses,
   ya que nacer es aquí una fiesta innombrable,
   un redoble de cortejos y tritones reinando.

   Aparte de servir como epitafio en la tumba del poeta, las dos primeras líneas de ese fragmento suelen citarse para explicar su desbordante insularidad, y confirmar una pertenencia que suele ser cuestionada en base al aislamiento oficial que sufrió al final de su vida. El verso del nacimiento como fiesta ha sido fatigado, expropiado, reescrito, usado como apostilla útil, declamado en actos políticos…
   Y por supuesto, ha sido invertido, para recalcar el lugar sobre el hecho. No voy a perder el tiempo tratando de explicar la gran diferencia que existe entre “nacer es aquí una fiesta” y “nacer aquí es una fiesta”. En realidad, la inversión se hace de manera inconsciente, e incluso muchos creen que “nacer aquí” es como debe ser y suena mejor. En su artículo “Fiestas cubanas”, publicado en la revista Encuentro (2001, 53-54), el profesor Roberto González Echeverría cita de este modo:

   La mar violeta añora el nacimiento de los dioses,
   ya que nacer aquí es una fiesta innombrable,
   un redoble de cortejos y tritones reinando.

   En otro ensayo, “La fiesta en Lezama”, publicado en Letras Libres, repite el error y enfatiza el “nacer aquí” explicando ese significado más conveniente:

   “Como sabemos, entre sus versos más conocidos están aquellos que figuran en su tumba del Cementerio de Colón en La Habana que dicen: ‘La mar violeta añora el nacimiento de los dioses, / ya que nacer aquí [es decir, en Cuba] es una fiesta innombrable.’”

   Como él, otros han leído el verso en su variante más cómoda, e incluso, ya es usual que se le oponga a “la maldita circunstancia del agua por todas partes” de Piñera. Y de esa lectura han derivado comparaciones y simbologías que sobran si se repara en el acto del nacimiento como milagro en sí: el nacimiento como fiesta.
   He encontrado algunos ejemplos que ilustran la ilusión del “aquí es”:

   ***
   Pero hay un momento en la biografía de Lezama que dura más allá de la muerte. Su epitafio es su verso “ya que nacer aquí es una fiesta innombrable”. Lezama se refiere a su vida pero su muerte no fue precisamente una fiesta. [Guillermo Cabrera Infante]

   ***
   (…) pasé frente a la casi irreconocible tumba de José Lezama Lima, a menos de cincuenta metros de la de mis progenitores. Lo supe, por el nombre del padre del poeta y por el apellido Rosado. Al pie, se ve la pequeña, oscura, casi ilegible tarja en la que se acierta a leer que vivir aquí es una fiesta innombrable. [Virgilio López Lemus]

   ***
   Me conforta en verdad el Eliseo Diego que se ríe del maestro escultor, que aquel buscador de virutas “donde nunca jamás se lo imaginan”; más el Lezama de “esperar la ausencia” que el Lezama de “nacer aquí es una fiesta innombrable”. [Pablo de Cuba Soria]

   ***
   La isla recreada en "Noche insular: jardines invisibles", de Lezama, donde el poeta exclama: "Ya que nacer aquí es una fiesta innombrable", ha encarnado últimamente en la infernal "Isla en peso" de Virgilio Piñera, donde expresa como aventurando un síntoma claustrofóbico: "la maldita circunstancia del agua por todas partes". [Jorge Luis Arcos]

   ***
   Entre otros nombres, Lezama aludía a la muerte como “la gran enemiga”, y un día me dijo que quería que su epitafio fuera aquella frase de Flaubert que dice: “Todo perdido, nada perdido.” En algún momento posterior cambió de opinión y asoció, con mucha belleza, la idea de la muerte a la imagen del nacimiento. Por eso en la lápida que se colocó sobre su tumba en la Necrópolis de Colón se leen estos versos suyos: “El mar violeta añora el nacimiento de los dioses/ porque nacer aquí es una fiesta innombrable”. [Ciro Bianchi Ross]

   ***
   Es interesante notar el contraste entre la visión de Lezama en "Noche insular, jardines invisibles", donde la luz es grata, delicadeza suma y "nacer aquí es una fiesta innombrable", con la condición fatídica que entraña el nacimiento y la condición insular para el sujeto poético de "La isla..." de Piñera. [Damaris Calderón]

   ***
   Consecuente con su propia fabulación, desde finales de los años treinta el escritor imaginó en sus ensayos y en su poesía una teleología insular, el mito que les faltaba a los cubanos, según dijo. Entre los textos permeados por esa búsqueda están el “Coloquio con Juan Ramón Jiménez” de 1938, posiblemente el lugar donde de modo más sistemático despliega esta idea, o “Noche insular, jardines invisibles” de 1941, donde en un mar violeta que añora el nacimiento de los dioses, declara que “ [...] nacer aquí es una fiesta innombrable”… [Adriana Kanzepolsky]

   ***
   Como solía decirse en Cuba: Nacer aquí es una fiesta innombrable. [Derek Walcott]

   ***
   Solo acudieron al llamado del deseoso los iniciados en sus eras imaginarias, los que celebramos secretamente con él el regreso al Paradiso, a ese mundo mágico y real donde se conmemora y se rinde también un homenaje a la cubanía, porque como dijera el maestro “nacer aquí es una fiesta innombrable”. [Ileana Rodríguez Martínez]

   ***
   Leyendo una tarde en su apartamento el poema de Lezama "Noche insular..." , cuando llegó al verso "nacer en esta isla es una fiesta innombrable", Rakita se detuvo y me hizo esta reflexión:
   —José, si yo fuera un ectoplasma y me fuese dado elegir donde nacer no dudaría en pedir que fuera en Cuba. [José Antonio Fernández Vidal]

   ***
   Para escribir uno lee mucho, tiene que nutrirse de muchos escritores, de muchas generaciones, como dijo el gran maestro Lezama de Trocadero, “Nacer en esta Isla es una fiesta innombrable”. [Víctor del Rosal Ahumada]

   ***
   “Yo miré cómo mi negra harinosa se perdía en cámara lenta en la urbe requetecantada, nacer aquí es una fiesta innombrable y toda esa quincallería que a mí no me dice nada” [René Vázquez Díaz]

   ***
   Hoy, una frase en la tumba de Lezama Lima del Cementerio de Colón petrifica y predice esa cita: “La mar violeta añora el nacimiento de los dioses, ya que nacer aquí es una fiesta innombrable”. [Llamil Mena Brito]

   ***
   Nacer en esta isla es, en verdad, una fiesta innombrable, querido José Lezama Lima. [Eliseo Alberto]

   ***
   Como todos saben, en la tumba del poeta cubano hay una inscripción que constituye uno de sus versos más sencillos, hermosos y penetrantes. (…) el espléndido obituario lezámico que es el siguiente: Porque nacer aquí es una fiesta innombrable... [Jorge Solís Arenazas]

   ***
   Si mis palabras, dichas con toda la humildad y al mismo tiempo la soberbia que puede caracterizar a una persona que está al servicio de la poesía, han provocado reacciones, entonces desde mi espacio pequeño he contribuido a la fiesta nombrable, porque, jugando con Lezama Lima, él había dicho que nacer aquí “es una fiesta innombrable”. [César López]

   ***
   Cada generación desentierra sus muertos: el verso de José Lezama Lima “porque nacer aquí es una fiesta innombrable” fue sustituido por “la maldita circunstancia/del agua por todas partes” de Virgilio Piñera. La fe en la utopía hizo agua y dio paso a lo opuesto… [Abelardo Mena Chicuri]

   ***
   Si para él es una “fiesta innombrable”nacer en la Isla, y ella constituye la destinataria de su telos; para Virgilio Piñera es incertidumbre, insuficiencia, limitación (sobre todo existencial) por su aislamiento. [Rafael Alvarez R.]

***
   Eso quizá sea decisivo para todos los que han intentado marginar a Piñera del panteón de las letras patrias: él, en vez de fabular que "nacer aquí es una fiesta innombrable", nos alertó sobre "la maldita circunstancia del agua por todas partes". [Carlos Espinosa]


(Búsqueda y captura a cargo de: Manuel Sosa)

viernes, 21 de abril de 2017

Inglés instantáneo: the next best thing

En una cárcel atestada de hombres, a falta de mujer ¿qué buscarán los reclusos? The next best thing: lo que mejor la sustituya, la cosa que más se le aproxime. Si el elegido ya tiene inclinaciones naturales, se efectuará una sustitución espontánea. Dado el caso de que no existiera esa variante, the next best thing en el menú será alguien de facciones delicadas, un muchacho sombrío y manejable. En el campo de la cultura (en específico: la cubana) es común encontrar ofertas que se regodean en el casabe, por falta de pan. A falta de Joyce, Cabrera Infante. Carentes de personajes y epopeyas, inventamos un Salvador Golomón. Donde faltó cine, pusimos largometrajes. ¿Escasez de teatro? Piñera, y luego Piñera. ¿Libro reverencial? Paradiso. En este hervidero de hoy uno tiene que aprender a aferrarse al primer salvavidas que aparezca. O a una boya, que sería en definitiva the next best thing.

© Manuel Sosa

miércoles, 19 de abril de 2017

La UNEAC como dama de compañía

La UNEAC, esa institución de membresía dilatable y cumplidora, también quiere intervenir en las decisiones personales de sus artistas y escritores. Como no puede forzar su punto de vista, se conforma con advertir o alertar; pero sabemos que para el caso es lo mismo. Si se trata de una actividad planificada en territorio enemigo (en la residencia de un embajador o cónsul, o en Alamar, para no ir muy lejos) les hará saber a tiempo su inconformidad o beneplácito. En algún momento aconsejó a sus miembros de cuidarse de aquellas “personas que no son dignas del espíritu de soberanía” por si resultaban invitados a la celebración del 4 de julio en la Sección de Intereses americana.
   Me imagino que la UNEAC haya concebido un gradiente de valores que midan el nivel de indignidad de ciertos individuos. No sé, quizás usen un sistema de puntuación para determinar el rendimiento patriótico de los intelectuales. Teniendo en cuenta ese promedio, podrán saber quiénes son dignos, indignos o quiénes están a medio camino.
   Alguna vez le pregunté a una institución de la isla (una editorial provincial que rinde culto a la chapucería) cuál era el límite de perversidad que se aceptaba para que un autor exiliado se convirtiera en “impublicable”; y además si se tenía una categorización por países y grados de culpabilidad. No estaría mal conocer todos esos detalles, para no perjudicar a los pocos amigos con quienes mantenemos contacto habitual, acaso porque esa relación viola los parámetros mínimos de desmerecimiento que la UNEAC concede.
   En cuanto a los que no acumulen suficiente “espíritu de soberanía” en la isla, ya sabemos: la recomendación será evitarles, o cerrarles el paso. Para ellos se guardarán los calificativos menos ingeniosos y no por ello incontestables.
   La UNEAC, al igual que las demás instituciones, confiere un significado especial a esa soberanía que cuidan como culo virginal. Veamos: no contradecir a los uniformados, pedirles permiso para salir del país, acogerse al patronazgo de gobiernos fogosos y ridículos, viajar con pasaje prepagado, hacer circular los desatinos impresos de Nerón, hacer silencio ante el avasallamiento de sus colegas, participar en la euforia populista, propagar la exigua semiótica del Poder…
   Dama de compañía, chaperona, hada madrina: Miguel Barnet no quiere que sus párvulos se extravíen, y hace públicas sus recomendaciones. De tal modo, condena de antemano un posible himeneo antipatriótico y “rechaza la pretensión de legitimar una «sociedad civil» construida y financiada desde el exterior.”
   La UNEAC no quiere que los fuegos de artificio distraigan a la élite cultural, ni que sus cocientes de soberanía bajen a un punto vergonzoso e irreversible. Nadie como ellos para manejar conceptos y delimitaciones: quiénes pertenecen a la nación, quiénes no merecen integrarla. ¿Y alguien pondría en duda la experiencia etnográfica de Miguel Barnet para dirimir esas cuestiones?

© Manuel Sosa

lunes, 17 de abril de 2017

El asedio

Estamos rodeados, y tan obviamente acorralados por este creciente efluvio de doctrinarios menores, que nos cuesta cobrar aliento e insistir en nuestro argumento: no se han de imponer condiciones al libre albedrío. Cuando declaramos que toda forma de caudillismo debe ser echada por tierra, nos hostigan y vituperan, pues nada serían sin la afanosa pleitesía a los patriarcas de turno. Nos rodea la multitud de coristas, que recién estrenan su gramática de instituto, y hay que ver cómo defienden causas usando teorías relativistas, insostenibles dentro del terreno de una discusión neutral, a razonamiento limpio.
   En el caso de los periódicos jacobinos, las pobres tesis de reivindicación social se mezclan con alardes filosóficos, que en el fondo resultan una amalgama pulposa de Marx con próceres de ayer y de hoy. Reciclaje del doctrinal, papelería ambigua que ahora dice lo que no quiso decir años atrás. Si se trata de intelectuales de reputación catedrática, llamados a filas luego de desempolvar sus antiguos trabajos de curso, las filiaciones vienen convoyadas de gran arsenal nostálgico: los sesenta, la Revolución cubana, la compasión por todo lo que huela a folclor comprimido y capilar.
   Nuestro caso es doblemente alarmante, pues nos dejan sin opciones o perspectivas. Por una parte, nunca van a renunciar al prototipo del héroe en solitario que enfrenta al Imperio. A ese héroe admiran y sostienen, sin importarle sus matices particulares. La generalidad les basta para aplaudir cualquier gesto, cualquier puño amenazador que nunca será aplastante: sólo viril. Con ese héroe bravucón sueñan. Son capaces de dedicarle odas y litografías.
   Por otra parte, es común oírles quejándose de las mismas cosas que nos ocupamos habitualmente de denunciar. Pero su queja es selectiva, y se aplica al medio donde procuran levantar cátedra. Es la única semejanza que compartimos. Para nosotros, el avasallamiento sólo responde a ese nombre, y con ese nombre sigue progresando en muchos rincones del mundo. Ellos, cuando le denuncian, ha de ser en su concreción doméstica, cuando les toca de cerca. Defienden las tiranías que no quisieran en suelo propio. Las que acogoten a indígenas o negros podrán ser imperfectas, pero terminan por realzar su condición subhumana. Así se lo creen, plácidamente.
   En lo que a creatividad respecta, florecen a la hora de justificar los actos cobardes. O a la hora de descalificarnos. Si algo debemos agradecerle al dios, es que nos ha hecho desandar todos los vericuetos posibles: los floridos y los cenagosos. Podemos calibrar la desmesura y la exigüidad, y no argumentar usando excepciones de reglas.
   Libres del vasallaje, casi sin resonancia, nos queda la dicción original, aunque estemos acorralados. Toda gritería, por entusiasta que parezca, se coordina desde palcos que se agrietan, y se paga con jornales que degeneran su valor a la hora de la estampida final. Y esa estampida, sin duda, va a ser un espectáculo digno de reyes.

© Manuel Sosa

viernes, 14 de abril de 2017

El santo maquillado


















Bajo el lápiz labial: la boca adusta
que maldijo esa práctica burguesa
de buscar en Sodoma la promesa
si fallaba la otrora causa justa.

Bajo sombra carmín: mirada augusta
que en los pechos ardientes sigue impresa
y en la nalga furtiva danza apriesa
con el ritmo del mílite y su fusta.

Justicia capilar: guedeja y calva
culminan en la misma boina malva
que regia, en otro tiempo, coronara.

Pederastia civil, ¡salud, Guevara!
buscando redimirse en ti se salva
saciándose en el lienzo de tu cara.

© Manuel Sosa

miércoles, 12 de abril de 2017

Uno de la Otredad: Héctor Miranda


Héctor Miranda era uno de esos seres marginales que desandaban las calles de Trinidad, hambriento y perdido, en busca del argumento del día. Ayer pudo ser un reencuentro, alguien a quien no veía en años y que le reconoció y le regaló cigarros y algo de beber. A la jornada siguiente quizás toparía con una chiquilla de facciones candorosas; y ese recuerdo le obligaría a escribir algo, preferiblemente algunos versos faltos de sobriedad, que le aliviarían el ardor por unas semanas, hasta que se le borrara la imagen.
   Como rara vez conseguía dinero, se acostumbró a beber alcohol de cocinar, “alcohol de tienda”, debidamente colado y disfrazado. Era inevitable que le saliera el tufo a petróleo: Héctor tuvo que esperar unos buenos años para lograr adaptarse al sabor, y ni aun así le satisfacía ese raro estoicismo. La bondad de tal alcohol radicaba en que le eliminaba los deseos de comer, lo cual era conveniente en su situación. Y que nadie le pedía compartirlo. Sus amigos duros del pasado, los verdaderamente marginales, fueron los que le enseñaron las recetas de preparación. Usando huevo, algodón, sal, carbón, mierda de bebé. Cada estilo de aderezarlo y beberlo tenía su nombre: Seso de Dragón, Goma de Camión, Calentando el Pajarito. Ya hubiesen querido los bebedores del clásico “Destello Ferroviario” aventurarse en esas lides fuertes, su terreno explorado y vuelto a explorar. Todo aquel que sobreviviese la experiencia del turbio brebaje podía resistir, adaptarse a cualquier cosa.
   Como poeta, tuvo la suerte de publicar algunos cuadernillos, luego de recorrer las periferias culturales y literarias de su magra provincia. El primero fue escrito de un tirón, al procurar alinear todas las nominaciones de Satanás para zanjar la inaccesibilidad de una mujer que le despreció. Un periodista local, en vivo, le preguntó sobre su libro, y por primera vez en la radio revolucionaria alguien alabó al Maligno: “El demonio no es tan malo como ustedes creen. Estos poemas los escribí por una mujer, que aventaja al demonio en artes”.
   Su única familia era el hermano demente, al que creía cuidar. Quizás la demencia ajena le resultaba una especie de amparo, al comprobar que podía reinar, de alguna manera, en el país de los ciegos. Para sobrevivir, vendieron el legado de sus progenitores: libros, discos, muebles, vajilla, ropa. Cuando la casa quedó completamente vacía, se instalaron en la parte trasera y vendieron los ladrillos, las tejas, las vigas. Las habitaciones del frente fueron desmanteladas, pieza a pieza. Uno de esos tantos días de desazón, alguien le convidó a “morir por alcohol”, y se estuvieron tres jornadas bebiendo, encerrados en una casa de los suburbios, hasta ser rescatados por alguien que fue informado del plan y no quiso desentenderse.
   “Mis poemas no dieron nada”, escribió en la dedicatoria de un ejemplar que me regaló. Y en verdad no le dieron mucho, salvo la ocasional invitación a comer y a dormir en moteles, en algún festival literario. Y por supuesto, la admiración de un puñado de amigos incondicionales. Las dos veces que logró cobrar derechos de autor, se encerró en su cueva, a beber y fumar hasta las últimas consecuencias. ¿Qué pasaría si de pronto se le concedieran todos sus deseos? Esta pregunta le inquietaba sobremanera, siendo un poeta que no sabía otra cosa que describir la imposibilidad y la pérdida.

   ...esta noche soy tan humilde,
   tan simple rozadura en el agua,
   tan milagro que espera
   que otro milagro sea,
   que me escondo de mí,
   porque sería terrible
   ser tan feliz de pronto,
   definitivamente.

   Sus poemas no dieron nada. Fueron unos rasgos ocasionales, sobre un papel basto y ocre. Era tan arduo no ser patético en aquel país, sobre todo a la hora de gratificarse en versos. Su descenso prosiguió irreversible, sin gobernalle, hacia la Otredad, que hoy le denomina.


© Manuel Sosa

lunes, 10 de abril de 2017

Perros mudos

       …y comisionó ademas para que la esplorasen penetrando en
        el interior, a Rodrigo de Jerez y Luis de Torres, quienes volvieron seis dias despues  
        maravillados del pais que acababan de recorrer.

                                                 (PEDRO SANTACILIA)

¿Cuál será mejor refugio: la memoria o el paisaje? Tanto desasosiego percibimos, tanta pérdida nos rodea que ya no sabemos qué pasadizos desandar para volver al punto de partida. Un museo laberíntico, los visitantes que no pueden percibir la combinación, los cuadros que dejaron de ser referenciales para convertirse en material onírico. Cada quien sopesa su destierro ante las balanzas, extraño equilibrio entre el provecho y la merma.
   ¿Cuánto hemos ganado así, mirando sobre el hombro, creyendo que aún nos buscan y que algo nos sustenta desde el pasado?
   Se habla de memoria como se habla de la matriz irrebatible. El sitio donde nacimos nos impone un recorrido vindicativo: nuestra tumba ha de ser ese hospicio rumoroso al que debemos el linaje. Sólo por habernos alumbrado quiere atestiguar nuestra muerte, devueltos a la tradición y al clan trocados en mortaja. Regresando a casa cerramos la circunferencia.
   Se apela a la memoria para resistir los embates de ese dibujo. Sueños, fotografías, embelesos. Todo desterrado sabe rescatarse a sí mismo puliendo esa imagen que conserva otro tipo de invulnerabilidad.
   Mejor que la memoria es la tierra, el intento de apresar su pulso, más débil cuanto más lejos de casa. Salimos al frescor del jardín ficticio, sin frutos reales ni descansos imprevistos. El desterrado se sienta y evoca los olores de la isla: hierba y fango, la lluvia golpeando el polvo, los efluvios oscuros que propaga el viento.
   Ningún paisaje acomoda a quien sigue cotejando lo que tiene con lo que le retiran desde que aprendió a enumerar las diferencias. Cada día que transcurre termina por desfigurar aún más el árbol del patio; el árbol se transforma en concepto vegetal, en amasijo de irrealidad que no sirve al propósito del cuidador. Y sus frutos, por intocables, se pudren.
   Los mapas antiguos vuelven a ser reconocibles. Esto lo sabe quien estudia la bruma del dibujo, quien sustituye los nombres modernos por los nombres originales, siempre mejores. Cuando repasamos el mapa de la isla, trazado por manos inseguras, llegamos a imaginar esa jornada sombreada, los tres días avanzando hacia el corazón de Cipango, la vegetación insondable que a la vez amparaba a intrusos y naturales.
   El raído mapa pudiera sustituir el viaje de regreso que seguimos concibiendo. Un viaje que sabemos inútil por no devolvernos las playas blanquísimas, las corrientes tranquilas, los perros mudos. Y por el conocimiento adquirido de que paisaje y memoria, representados en la brillantez del pergamino, suplen toda vehemencia circular.

© Manuel Sosa

viernes, 7 de abril de 2017

El curador virtual

Será como antes, porque todo se inicia en ese esfuerzo
que hacemos para magnificar el cuadro
interpuesto entre nuestra avidez
y la avidez de quien no tuvo otro remedio
que restaurar las grietas de su panel inservible.

Nos habían contado de la angustia del curador
y su posible rompimiento con las ordenanzas.
Cargábamos el baúl, y otra vez los frescos, las tablas,
el alma siempre henchida.
Temíamos al borrador, a la paleta
y su textura amarga, a la cuesta de Sísifo,
su miseria emplastada en siena y brea:
era mucho pedir a nuestro ritual,
avezado con el perfume engañoso de los sudarios.

Nos obligamos hoy a evocar ese rompimiento,
la primera vez que faltamos a las instrucciones,
incrédulos y faltos de linaje.
Es así que se debe repasar
todo lo que nos muestra el discipulado,
figuras, marcas, borradores,
dibujos con menos técnica que ilusión.
Te pones a escoger daguerrotipos
que no hacen otra cosa que reflejar la misma carencia,
pues cada elección que hacemos
es registrada en secreto, desde el insomnio.
Escribes y escuchas lo que estuvimos a punto
de esbozar usando otras parábolas: esa filigrana
es tuya, es nuestro el misterio que nos recoge.

Será como antes: no dejes de transcribirlo
y no olvides la inocencia ante el lienzo
y las partituras vacías.
No pierdas esa avidez que te aparta
y te dicta lo que nadie más parece discernir
cuando el museo se alza como bóveda inmensa,
y eres un resucitado que recorre los pasadizos,
sin hallar el final. 

© Manuel Sosa

miércoles, 5 de abril de 2017

Cartografía utilitaria

Y tenía que venir el tiempo en que una brújula fuese el arma predilecta: para realzar o para sepultar. Lo sabe quien lleva su bitácora al día, tratando de establecer su feudo a toda costa. Le asedian preguntas que quizás no puedan ser respondidas de antemano: ¿Bastará la asiduidad como garantía de permanencia? ¿Será más gratificante el esfuerzo de la escritura sumamente meditada, donde subyazga alguna teoría, un par de aforismos, algún trozo memorable?
   El auditorio dicta, pero a la vez necesita referentes fáciles. Y cuando un referente se impone, por las atmósferas que recrea (y crea) o por el hito que represente en la hora que más se le necesitó, es bien difícil recusarle. Un producto de masas, revista, diario, emplazamiento. Ahora también libretas de apuntes, dear diaries, papelitos. Llega así ese producto, atavismo o esmalte, pero algún día se llenará de sombras. Para sobrevivir tiene que aparentar flexibilidad. Se hará dinámico. Como los antiguos colaboradores se han cansado, se otorgará crédito a los que demuestren más osadía. Luego tocará el turno a las apropiaciones; que no parezca que una idea fue traída como parche irremediable; que no parezca dictada por las circunstancias. Ahí aparece entonces el Mapa, y una pluma fulgente que subraya las atracciones.
   Saber disimular las jerarquías significa “haber llegado a dominar las retóricas”. Todo redactor que se respete sabe de civilidad: aupar con un marcador y apuñalar con otro. Es una lástima que nuestros antagonistas no sepan discutir yendo a la médula de la porfía. Al usar una dimensión particular, y atiborrarla de argumentos, se igualan al escribano ruin que acecha y golpea desde la penumbra. En lugar de reconocer su miseria, se envuelven en la sonoridad de turno. Decididos a no gastar avenencias, ensayan la mordacidad. Sabiéndose tardos, procuran lo ecuménico por conveniente.
   Dada la efectividad del método cartográfico, los émulos menores se apresuran a hacer lo mismo. Diseñan sus propias guías de laberinto, y casi que jerarquizan esas enumeraciones: fondeaderos donde soltar el ancla, oasis donde el aguarrás es otro sustituyente, mostradores donde las chanzas vienen del cantinero y no del parroquiano. En fin, que todo el mundo tiene algo que decir y algún espejismo que señalar.
   Yo quisiera decirles que lamento tanta ironía corriente. Que lamento tanta sabiduría primordial. Y que la carta de navegación les sienta bien: un papel todo ajado, que sigue flotando en el sumidero, y no tiene la decencia de hundirse.

© Manuel Sosa

lunes, 3 de abril de 2017

Norberto Fuentes le agita la merienda a Senel Paz

Desde luego, hay que reconocer que el autor de “Condenados de Condado” disfruta de ese limbo estamental en que él mismo se situó luego de abandonar la corte isleña. Goza lo mismo que ha de gozar aquel que le presta la esposa al gigoló, sin participar participando, observando cada detalle detrás del cortinaje. Sabe que puede salir y detener las acciones, si quiere. Después de todo, es su esposa.
   Rozando sin rozar, acariciando sin acariciar, paladea la ambigüedad por obligación, y es que su destierro (que ya había comenzado en 1989, dentro de la corte) no vino por hacer cosa contestataria alguna, sino por haber estado donde no debió. De igual modo podría vincularse al escudero con la desgracia del paladín: el sujeto es inconveniente por asociación, sin que haya movido un dedo.
   La crítica hacia sus libros siempre nos estampa esa extrañeza, ese no creer lo que parece ser. A medio camino entre lo servil y lo irónico, escudriñado por lectores y críticos que se quedan con la boca abierta, y se preguntan: ¿Pero, es posible que este hombre pretenda dar testimonio de su propia desfachatez, de esta manera?
   Reconozco que no abunda esa sensación de tratar con un cronista al que leemos más para despreciar más. Y que siempre nos suelta perlas informativas, sólo accesibles a un falderismo de su nivel. Eso está bien; para eso es que se escribe, al fin y al cabo.
   Da gusto ver cómo Fuentes le entra al fomentense Senel Paz, tras desilusionarse del concepto que no llegó a ninguna parte por medio de la novela “En el cielo con diamantes”. El mismo Norberto de siempre, con su veta de adjutant, usando las terminologías que él solo ha paladeado hasta el cansancio: bandidos, contrarrevolución, combatientes. Su crítica literaria es bien práctica: el fomentense debió definir una franja y no posarse sobre el borde, el fomentense oculta lo evidente gracias a su estilo, el fomentense se limita a darle brillo a la Gran Vitrina. Estamos de acuerdo en que el libro no funciona, como no funciona el fenómeno retórico al que pertenece el fomentense. Pero nuestras razones van más allá de lo que son las expectativas del lector Norberto. La falsedad, por supuesto; es inevitable no reparar en ella. Su prosa tiene conciencia de sí, y persigue un sistema que se funda sobre símbolos y alegorías obvias. El fomentense no da para más.
   Y cómo no sonreír al comprobar que los razonamientos de Fuentes no se alejan de factores como “culito, nalgas, verga”. Sabemos que sus análisis comparativos dependen de larguras, abultamientos, grosores. Nadie como él para gastar tiempo anotando esos detalles.
   Hay que advertirle un par de cosas a Fuentes, dejando la novela a un lado. La llamada contrarrevolución sí que ha logrado su “producto literario” en Cuba. Está latente en todo lo que la oficialidad ha negado. Está en todo lo que acecha, y no se publica. Está fuera y dentro, defendiéndose de la retórica positivista que nos meten todos los días. Quizás estemos muy próximos para darnos cuenta.
   La otra cosa: entre Alberto Delgado y Julio Emilio Carretero, me quedo con el segundo. Le regalo el primero a Fuentes, con sombrero, soga, Corrieri y todo.
  Y tendremos que releer “Dulces guerreros cubanos” en la primera ocasión que se nos presente. Por eso de la extrañeza y la incredulidad, para que no se nos esfumen.

© Manuel Sosa