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lunes, 3 de abril de 2017

Norberto Fuentes le agita la merienda a Senel Paz

Desde luego, hay que reconocer que el autor de “Condenados de Condado” disfruta de ese limbo estamental en que él mismo se situó luego de abandonar la corte isleña. Goza lo mismo que ha de gozar aquel que le presta la esposa al gigoló, sin participar participando, observando cada detalle detrás del cortinaje. Sabe que puede salir y detener las acciones, si quiere. Después de todo, es su esposa.
   Rozando sin rozar, acariciando sin acariciar, paladea la ambigüedad por obligación, y es que su destierro (que ya había comenzado en 1989, dentro de la corte) no vino por hacer cosa contestataria alguna, sino por haber estado donde no debió. De igual modo podría vincularse al escudero con la desgracia del paladín: el sujeto es inconveniente por asociación, sin que haya movido un dedo.
   La crítica hacia sus libros siempre nos estampa esa extrañeza, ese no creer lo que parece ser. A medio camino entre lo servil y lo irónico, escudriñado por lectores y críticos que se quedan con la boca abierta, y se preguntan: ¿Pero, es posible que este hombre pretenda dar testimonio de su propia desfachatez, de esta manera?
   Reconozco que no abunda esa sensación de tratar con un cronista al que leemos más para despreciar más. Y que siempre nos suelta perlas informativas, sólo accesibles a un falderismo de su nivel. Eso está bien; para eso es que se escribe, al fin y al cabo.
   Da gusto ver cómo Fuentes le entra al fomentense Senel Paz, tras desilusionarse del concepto que no llegó a ninguna parte por medio de la novela “En el cielo con diamantes”. El mismo Norberto de siempre, con su veta de adjutant, usando las terminologías que él solo ha paladeado hasta el cansancio: bandidos, contrarrevolución, combatientes. Su crítica literaria es bien práctica: el fomentense debió definir una franja y no posarse sobre el borde, el fomentense oculta lo evidente gracias a su estilo, el fomentense se limita a darle brillo a la Gran Vitrina. Estamos de acuerdo en que el libro no funciona, como no funciona el fenómeno retórico al que pertenece el fomentense. Pero nuestras razones van más allá de lo que son las expectativas del lector Norberto. La falsedad, por supuesto; es inevitable no reparar en ella. Su prosa tiene conciencia de sí, y persigue un sistema que se funda sobre símbolos y alegorías obvias. El fomentense no da para más.
   Y cómo no sonreír al comprobar que los razonamientos de Fuentes no se alejan de factores como “culito, nalgas, verga”. Sabemos que sus análisis comparativos dependen de larguras, abultamientos, grosores. Nadie como él para gastar tiempo anotando esos detalles.
   Hay que advertirle un par de cosas a Fuentes, dejando la novela a un lado. La llamada contrarrevolución sí que ha logrado su “producto literario” en Cuba. Está latente en todo lo que la oficialidad ha negado. Está en todo lo que acecha, y no se publica. Está fuera y dentro, defendiéndose de la retórica positivista que nos meten todos los días. Quizás estemos muy próximos para darnos cuenta.
   La otra cosa: entre Alberto Delgado y Julio Emilio Carretero, me quedo con el segundo. Le regalo el primero a Fuentes, con sombrero, soga, Corrieri y todo.
  Y tendremos que releer “Dulces guerreros cubanos” en la primera ocasión que se nos presente. Por eso de la extrañeza y la incredulidad, para que no se nos esfumen.

© Manuel Sosa

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