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miércoles, 19 de abril de 2017

La UNEAC como dama de compañía

La UNEAC, esa institución de membresía dilatable y cumplidora, también quiere intervenir en las decisiones personales de sus artistas y escritores. Como no puede forzar su punto de vista, se conforma con advertir o alertar; pero sabemos que para el caso es lo mismo. Si se trata de una actividad planificada en territorio enemigo (en la residencia de un embajador o cónsul, o en Alamar, para no ir muy lejos) les hará saber a tiempo su inconformidad o beneplácito. En algún momento aconsejó a sus miembros de cuidarse de aquellas “personas que no son dignas del espíritu de soberanía” por si resultaban invitados a la celebración del 4 de julio en la Sección de Intereses americana.
   Me imagino que la UNEAC haya concebido un gradiente de valores que midan el nivel de indignidad de ciertos individuos. No sé, quizás usen un sistema de puntuación para determinar el rendimiento patriótico de los intelectuales. Teniendo en cuenta ese promedio, podrán saber quiénes son dignos, indignos o quiénes están a medio camino.
   Alguna vez le pregunté a una institución de la isla (una editorial provincial que rinde culto a la chapucería) cuál era el límite de perversidad que se aceptaba para que un autor exiliado se convirtiera en “impublicable”; y además si se tenía una categorización por países y grados de culpabilidad. No estaría mal conocer todos esos detalles, para no perjudicar a los pocos amigos con quienes mantenemos contacto habitual, acaso porque esa relación viola los parámetros mínimos de desmerecimiento que la UNEAC concede.
   En cuanto a los que no acumulen suficiente “espíritu de soberanía” en la isla, ya sabemos: la recomendación será evitarles, o cerrarles el paso. Para ellos se guardarán los calificativos menos ingeniosos y no por ello incontestables.
   La UNEAC, al igual que las demás instituciones, confiere un significado especial a esa soberanía que cuidan como culo virginal. Veamos: no contradecir a los uniformados, pedirles permiso para salir del país, acogerse al patronazgo de gobiernos fogosos y ridículos, viajar con pasaje prepagado, hacer circular los desatinos impresos de Nerón, hacer silencio ante el avasallamiento de sus colegas, participar en la euforia populista, propagar la exigua semiótica del Poder…
   Dama de compañía, chaperona, hada madrina: Miguel Barnet no quiere que sus párvulos se extravíen, y hace públicas sus recomendaciones. De tal modo, condena de antemano un posible himeneo antipatriótico y “rechaza la pretensión de legitimar una «sociedad civil» construida y financiada desde el exterior.”
   La UNEAC no quiere que los fuegos de artificio distraigan a la élite cultural, ni que sus cocientes de soberanía bajen a un punto vergonzoso e irreversible. Nadie como ellos para manejar conceptos y delimitaciones: quiénes pertenecen a la nación, quiénes no merecen integrarla. ¿Y alguien pondría en duda la experiencia etnográfica de Miguel Barnet para dirimir esas cuestiones?

© Manuel Sosa

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