La UNEAC, esa institución de membresía dilatable y
cumplidora, también quiere intervenir en las decisiones personales de sus
artistas y escritores. Como no puede forzar su punto de vista, se conforma con
advertir o alertar; pero sabemos que para el caso es lo mismo. Si se trata de
una actividad planificada en territorio enemigo (en la residencia de un
embajador o cónsul, o en Alamar, para no ir muy lejos) les hará saber a tiempo
su inconformidad o beneplácito. En algún momento aconsejó a sus miembros de
cuidarse de aquellas “personas que no son dignas del espíritu de soberanía” por
si resultaban invitados a la celebración del 4 de julio en la Sección de
Intereses americana.
Me imagino
que la UNEAC haya concebido un gradiente de valores que midan el nivel de
indignidad de ciertos individuos. No sé, quizás usen un sistema de puntuación
para determinar el rendimiento patriótico de los intelectuales. Teniendo en
cuenta ese promedio, podrán saber quiénes son dignos, indignos o quiénes están
a medio camino.
Alguna vez
le pregunté a una institución de la isla (una editorial provincial que rinde
culto a la chapucería) cuál era el límite de perversidad que se aceptaba para
que un autor exiliado se convirtiera en “impublicable”; y además si se tenía
una categorización por países y grados de culpabilidad. No estaría mal conocer
todos esos detalles, para no perjudicar a los pocos amigos con quienes
mantenemos contacto habitual, acaso porque esa relación viola los parámetros
mínimos de desmerecimiento que la UNEAC concede.
En cuanto a
los que no acumulen suficiente “espíritu de soberanía” en la isla, ya sabemos:
la recomendación será evitarles, o cerrarles el paso. Para ellos se guardarán
los calificativos menos ingeniosos y no por ello incontestables.
La UNEAC,
al igual que las demás instituciones, confiere un significado especial a esa
soberanía que cuidan como culo virginal. Veamos: no contradecir a los
uniformados, pedirles permiso para salir del país, acogerse al patronazgo de
gobiernos fogosos y ridículos, viajar con pasaje prepagado, hacer circular los
desatinos impresos de Nerón, hacer silencio ante el avasallamiento de sus
colegas, participar en la euforia populista, propagar la exigua semiótica del
Poder…
Dama de
compañía, chaperona, hada madrina: Miguel Barnet no quiere que sus párvulos se
extravíen, y hace públicas sus recomendaciones. De tal modo, condena de
antemano un posible himeneo antipatriótico y “rechaza la pretensión de
legitimar una «sociedad civil» construida y financiada desde el exterior.”
La UNEAC no
quiere que los fuegos de artificio distraigan a la élite cultural, ni que sus
cocientes de soberanía bajen a un punto vergonzoso e irreversible. Nadie como
ellos para manejar conceptos y delimitaciones: quiénes pertenecen a la nación,
quiénes no merecen integrarla. ¿Y alguien pondría en duda la experiencia
etnográfica de Miguel Barnet para dirimir esas cuestiones?
© Manuel Sosa
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