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viernes, 7 de abril de 2017

El curador virtual

Será como antes, porque todo se inicia en ese esfuerzo
que hacemos para magnificar el cuadro
interpuesto entre nuestra avidez
y la avidez de quien no tuvo otro remedio
que restaurar las grietas de su panel inservible.

Nos habían contado de la angustia del curador
y su posible rompimiento con las ordenanzas.
Cargábamos el baúl, y otra vez los frescos, las tablas,
el alma siempre henchida.
Temíamos al borrador, a la paleta
y su textura amarga, a la cuesta de Sísifo,
su miseria emplastada en siena y brea:
era mucho pedir a nuestro ritual,
avezado con el perfume engañoso de los sudarios.

Nos obligamos hoy a evocar ese rompimiento,
la primera vez que faltamos a las instrucciones,
incrédulos y faltos de linaje.
Es así que se debe repasar
todo lo que nos muestra el discipulado,
figuras, marcas, borradores,
dibujos con menos técnica que ilusión.
Te pones a escoger daguerrotipos
que no hacen otra cosa que reflejar la misma carencia,
pues cada elección que hacemos
es registrada en secreto, desde el insomnio.
Escribes y escuchas lo que estuvimos a punto
de esbozar usando otras parábolas: esa filigrana
es tuya, es nuestro el misterio que nos recoge.

Será como antes: no dejes de transcribirlo
y no olvides la inocencia ante el lienzo
y las partituras vacías.
No pierdas esa avidez que te aparta
y te dicta lo que nadie más parece discernir
cuando el museo se alza como bóveda inmensa,
y eres un resucitado que recorre los pasadizos,
sin hallar el final. 

© Manuel Sosa

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