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miércoles, 26 de abril de 2017

Nos vemos en el próximo Canon

Leyendo un poema del siempre postergado Manuel Díaz Martínez, evoqué polémicas de años recientes, y volví a repasar mis nociones sobre el canon literario cubano. El tema, abierto siempre, es más fértil de lo que pudiera anticiparse, y se supone que deje entrar (no es fortuita la palabra) todo lo que se adhiera al hecho estrictamente literario. ¿Quedarán plazas libres / en el próximo Canon?  Y más que gusto o tradición, ciertas mitologías alimentan la dejadez de nuestra crítica, hoy más pobre que nunca, para conformar el Manual, el Atlas. ¿Quedarán plazas libres / en el próximo Canon? Todo poeta, a solas, alguna vez se ha preguntado lo mismo, de otras maneras. Por suerte, quienes se ocupan de archivarle y alinearle como merece son el tiempo, el lector, la suerte. Y hoy más que nunca: la operatividad.
   Lo que el historiador y crítico Rafael Rojas vio como explicación a la generosa nómina de cubanos en la conocida lista de Harold Bloom, la cercanía del profesor Roberto González Echevarría, no es rebatible por nadie, ni siquiera por nuestro catedrático de Yale. Él mismo se ocupa de decir ...si bien es cierto que asesoré a Harold en la confección de la lista que sus editores le exigieron... ¿Para qué argumentar entonces? Cuando publica su ensayo “Oye mi son: el canon cubano” lo que más se percibe es su adquirida costumbre de categorizar despiadadamente, a la americana. Costumbre adquirida en estas tierras de pasiones clasificatorias y de jerarquías. Cierto que su lista personal le fue arrancada por la curiosidad de amigos y congéneres, pero una vez aceptada la faena, nos explicó sus elecciones yendo a la tangente, pinchando la yugular: dos novelas de Carpentier, dos novelas de Lezama Lima “aparte de todo lo demás”, Piñera y Diego en lo medular, una novela de Cabrera Infante, dos novelas per cápita de Sarduy y Barnet, dos volúmenes narrativos de Arenas, un cuento de Benítez Rojo, y un texto acaso relato de Calvert Casey. Salvarse por un pelo, por un cuento. Ni la revista Time lo hubiera hecho mejor.
   A su canónica lista siguieron, como era de esperarse, algunas quejas y sugerencias, que firmaron varios ensayistas, de los que siempre mantienen viva el alma crítica de ambas orillas. Narradores y poetas, sin romper protocolo, no polemizaron en aras de proseguir la redacción de sus candidaturas. Quizás sumando algunos tomos más podrían silenciar a los que desde ya pretenden obviarlos, aunque ya sabemos que la literatura cubana prefiere el margen al Número.
   He podido releer el escrito de González Echevarría, su prosa limpia y certera, en la que podrá equivocarse aquí o allá pero no dejar de hacernos cómplices. También los textos de otros ensayistas como Emilio Ichikawa y Duanel Díaz, el primero colándose entre las costuras teóricas y las arritmias de la personalidad del hombre de Yale; el segundo rebatiendo o ampliando cada punto vital en Bloom y en la extensión cubana, y replanteando el concepto que pueda regir la formulación de todo canon. Sin embargo, podría asegurar que el mejor resumen del capítulo canónico cubano lo hace Jorge Luis Arcos, en sus “Notas…”, incluidas en su libro Desde el légamo.
   De hallarse un consenso, muchos preferirían ver a Martí al centro de nuestras beatificaciones, y en un círculo exterior ubicar a figuras como Casal, Lezama, Carpentier y Piñera. Luego, una tercera afluencia, más cambiante, donde pudieran ubicarse nombres como Zenea, Diego, Heredia, Arenas, Cabrera Infante, Baquero. Existe una minoría que entiende que la literatura cubana no ha dado un solo ejemplo de trascendencia universal. Quizás sea que tenemos mucha medianía y poca o ninguna grandeza. Se aventuran nombres de hoy con la incógnita del mañana, y nombres de ayer que sólo provocan debates y argumentaciones.
   Ya se ha barajado la idea de que el sello de estos tiempos es la fugacidad, el impacto de insoportables decibeles y de efímera resonancia. Se ha hecho imposible cotejar tantas obras que son resguardadas por su correcta factura y limitado ingenio a la vez. El fenómeno cubano es doblemente llamativo, pues sus escritores sobreponen lo acumulable a lo intenso. No en balde la crítica se queda rezagada, habiéndose convertido en el complemento que debe justificar la vastísima biblioteca por venir. Aparentemente, las compuertas del canon seguirán cerradas a nuestros artífices.
   Retornando al problema de las mitologías, ¿qué papel pudiera jugar una crítica objetiva ante el listado de libros que no se leen a fondo? De no cambiarse el método, se seguirá elogiando sin leer, sin juicio que ponga en su lugar tanto breviario ingenuo. La crítica ha de cesar como instrumento que redima los sistemas de análisis ya preestablecidos. No es su lugar jugar con esas reglas. Hemos aprendido de Bloom que todavía podemos estudiar la eficacia de una palabra sustituyendo a otra, de una palabra en compañía de otra, de un calificativo en tanto portador de expresividad.
   Así entonces, seguimos oyendo la pregunta: ¿Quedarán plazas libres / en el próximo Canon? No todo escritor sabe aquietarse e ironizar a costa de su propio sino. Muchos quisieran que el Canon fuese un ómnibus o un tren, y que pudiera regresar mañana a recogerlos, con sus equipajes a cuestas. ¿Y qué pasó con aquel Poeta Nacional? ¿Y nuestros Premios Nacionales de Literatura? ¿Y esos jóvenes de treinta años que han publicado una veintena de títulos y han recibido Premios de la Crítica y becas extraordinarias?
   Queda el polvo a lo lejos, y el ruido festivo del ómnibus. Nos vemos en el próximo Canon.

© Manuel Sosa

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