Y tenía que venir el tiempo en que una brújula fuese
el arma predilecta: para realzar o para sepultar. Lo sabe quien lleva su
bitácora al día, tratando de establecer su feudo a toda costa. Le asedian
preguntas que quizás no puedan ser respondidas de antemano: ¿Bastará la
asiduidad como garantía de permanencia? ¿Será más gratificante el esfuerzo de
la escritura sumamente meditada, donde subyazga alguna teoría, un par de
aforismos, algún trozo memorable?
El
auditorio dicta, pero a la vez necesita referentes fáciles. Y cuando un
referente se impone, por las atmósferas que recrea (y crea) o por el hito que
represente en la hora que más se le necesitó, es bien difícil recusarle. Un
producto de masas, revista, diario, emplazamiento. Ahora también libretas de
apuntes, dear diaries, papelitos.
Llega así ese producto, atavismo o esmalte, pero algún día se llenará de
sombras. Para sobrevivir tiene que aparentar flexibilidad. Se hará dinámico.
Como los antiguos colaboradores se han cansado, se otorgará crédito a los que
demuestren más osadía. Luego tocará el turno a las apropiaciones; que no
parezca que una idea fue traída como parche irremediable; que no parezca
dictada por las circunstancias. Ahí aparece entonces el Mapa, y una pluma
fulgente que subraya las atracciones.
Saber
disimular las jerarquías significa “haber llegado a dominar las retóricas”.
Todo redactor que se respete sabe de civilidad: aupar con un marcador y
apuñalar con otro. Es una lástima que nuestros antagonistas no sepan discutir
yendo a la médula de la porfía. Al usar una dimensión particular, y atiborrarla
de argumentos, se igualan al escribano ruin que acecha y golpea desde la
penumbra. En lugar de reconocer su miseria, se envuelven en la sonoridad de
turno. Decididos a no gastar avenencias, ensayan la mordacidad. Sabiéndose
tardos, procuran lo ecuménico por conveniente.
Dada la
efectividad del método cartográfico, los émulos menores se apresuran a hacer lo
mismo. Diseñan sus propias guías de laberinto, y casi que jerarquizan esas
enumeraciones: fondeaderos donde soltar el ancla, oasis donde el aguarrás es
otro sustituyente, mostradores donde las chanzas vienen del cantinero y no del
parroquiano. En fin, que todo el mundo tiene algo que decir y algún espejismo
que señalar.
Yo quisiera
decirles que lamento tanta ironía corriente. Que lamento tanta sabiduría
primordial. Y que la carta de navegación les sienta bien: un papel todo ajado,
que sigue flotando en el sumidero, y no tiene la decencia de hundirse.
© Manuel Sosa
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