El traductor prefiere leer en el baño, y para esos
momentos reserva las lecturas fáciles, cuando no breves: las noticias, algún
prólogo que la avidez del libro le hizo desechar, un cuento, los poemas que le
siguen interrogando, un fragmento dudoso sobre el que siempre vuelve. Al traductor,
sobre todo, le apasiona releer. Se levanta temprano y recorre con el índice los
lomos del estante. Esta mañana tropieza con las poesías de Robert Frost, y
recuerda que lleva meses por verter al español el magnífico “Mending Wall”,
pospuesto una y otra vez. Pero hoy decide comenzar el trabajo, y sonríe ante el
primer verso del poema:
Something there is that doesn’t love a
wall.
El
traductor piensa que toda pieza literaria debe romper así, enunciando lo que
obligó al autor a sentarse y describir su visión particular del asunto a
discernir. Un primer verso ejemplar, casi definitivo. El traductor no puede
evitar que el instinto le dicte una traslación literal: Algo existe que no ama una pared. Pero tales palabras no parecen
recoger la fuerza del original. Es obvio que toda traducción, por exquisita que
resulte, será incompleta. No en balde ciertas sonoridades definen las palabras
en sus lenguas específicas. Quien escribe, sabe escuchar y acomodar secuencias
sobre moldes rítmicos, sonoros, emocionales… El traductor se regaña a sí mismo:
“¿Pared, has dicho? ¿Y no tenemos muro, que denota más severidad, más
separación?”. Viene entonces: Algo existe
que no ama un muro. Pero no ama un
muro suena fatal. ¿No podría ser: Algo
existe que no gusta de un muro? Otra objeción: al traductor no le parece
efectiva esa proximidad entre existe y gusta. A estas alturas las compuertas de
la Duda se han abierto. La Duda: esa gran enemiga del oficio. Porque el
traductor comienza a sopesar variantes, incluyendo algunas ridículas,
exageradas. Veamos: Existe algo que no se
lleva bien con los muros. Algo existe
que no concibe las demarcaciones. Llega incluso hasta la variante
libertaria: Existen cosas que no pueden
ser separadas por un muro. Como si fuera la oración que inicia un
manifiesto político o artístico. Y cuando tanta incertidumbre, impuesta por el
cinismo que los años le han regalado, sólo le sirve para sabotear su afán de
buscar credibilidad y naturalidad, es mejor abandonar el proyecto y dejarlo
para el día siguiente. Eso piensa el traductor al guardar el libro. Sólo
entonces recuerda que esa misma razón es la que mantiene intacto el poema,
intraducible desde la primera vez.
Y el
traductor sale a la calle, a sus otros quehaceres, libre y feliz.
© Manuel Sosa
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