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viernes, 31 de marzo de 2017

Miserias del traductor

El traductor prefiere leer en el baño, y para esos momentos reserva las lecturas fáciles, cuando no breves: las noticias, algún prólogo que la avidez del libro le hizo desechar, un cuento, los poemas que le siguen interrogando, un fragmento dudoso sobre el que siempre vuelve. Al traductor, sobre todo, le apasiona releer. Se levanta temprano y recorre con el índice los lomos del estante. Esta mañana tropieza con las poesías de Robert Frost, y recuerda que lleva meses por verter al español el magnífico “Mending Wall”, pospuesto una y otra vez. Pero hoy decide comenzar el trabajo, y sonríe ante el primer verso del poema:

   Something there is that doesn’t love a wall.

   El traductor piensa que toda pieza literaria debe romper así, enunciando lo que obligó al autor a sentarse y describir su visión particular del asunto a discernir. Un primer verso ejemplar, casi definitivo. El traductor no puede evitar que el instinto le dicte una traslación literal: Algo existe que no ama una pared. Pero tales palabras no parecen recoger la fuerza del original. Es obvio que toda traducción, por exquisita que resulte, será incompleta. No en balde ciertas sonoridades definen las palabras en sus lenguas específicas. Quien escribe, sabe escuchar y acomodar secuencias sobre moldes rítmicos, sonoros, emocionales… El traductor se regaña a sí mismo: “¿Pared, has dicho? ¿Y no tenemos muro, que denota más severidad, más separación?”. Viene entonces: Algo existe que no ama un muro. Pero no ama un muro suena fatal. ¿No podría ser: Algo existe que no gusta de un muro? Otra objeción: al traductor no le parece efectiva esa proximidad entre existe y gusta. A estas alturas las compuertas de la Duda se han abierto. La Duda: esa gran enemiga del oficio. Porque el traductor comienza a sopesar variantes, incluyendo algunas ridículas, exageradas. Veamos: Existe algo que no se lleva bien con los muros. Algo existe que no concibe las demarcaciones. Llega incluso hasta la variante libertaria: Existen cosas que no pueden ser separadas por un muro. Como si fuera la oración que inicia un manifiesto político o artístico. Y cuando tanta incertidumbre, impuesta por el cinismo que los años le han regalado, sólo le sirve para sabotear su afán de buscar credibilidad y naturalidad, es mejor abandonar el proyecto y dejarlo para el día siguiente. Eso piensa el traductor al guardar el libro. Sólo entonces recuerda que esa misma razón es la que mantiene intacto el poema, intraducible desde la primera vez.
  Y el traductor sale a la calle, a sus otros quehaceres, libre y feliz.

© Manuel Sosa

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