Ahora irreconocibles, sobrevuelan el Feudo,
confiando en que la apariencia supera al arquetipo que late adentro, su repulsa
a ser iluminado por luces oportunas.
La cal se queda en la mano que la repasa, la corteza
salta igual de fácil, los nombres recientes no convocan el asombro original.
No habría que insistir, esta casa de tolerancia
esconde apenas el sosiego de otros años; el armonio se distingue aún entre las
notas atropelladas; el oficiante tiembla bajo el haz cegador; el coro mira a lo
lejos, al mar de banderas muertas.
© Manuel Sosa
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