Más peligroso que entrar al circo donde buscarán
hacer escarmiento con nuestra carne, llámese debate o pugilato; más riesgoso
que provocar una polémica o hacerse de un nombre al que todos tacharán de sus
listas, es trabajar con materia leve.
Cuando se
escribe para un periódico, de manera sistemática, se dificulta mantener la
probidad de ese nombre que nos sirve de escudo. El símil que más se le acerca a
este estado de alerta es el del locutor de la radio, en vivo, siempre el
garrote sobre su cabeza, por si entra en argumentos de los que no podrá
arrepentirse cuando ya esté encendido el letrero de on air.
Yo vengo a
agregar la bitácora, como riesgo y circo.
Pues el
material que abunda, siendo noticioso, no anda lejos de ser vistoso y oportuno
(la sangre, la fuerza de los elementos, la fragilidad del hombre y su
arquitectura, la usual estupidez de quien justifica la vigencia de Darwin y
Lombroso) y entre Oportunidad y Oportunismo sólo media un personaje frágil que
se sirve de un micrófono, un teclado, o una pluma falibles.
El material
está ahí, listo para ser procesado, sin que nadie sepa aún si es conveniente o
no. Todo editor debe aprender a servirse de lo irresistible, sin convertirse en
su esclavo como recurso de
supervivencia. No por oscura puede dejar de aprovecharse la discreción que ha
velado el conocimiento de ese inédito Alguien.
Temo haber
abusado de este ejemplo: Allá en Cuba, los aficionados tropezaron con John
Donne, por azar. Le revivieron y le convirtieron en cita, en referencia chic.
Tuvimos que oír su nombre así de fácil, gracias a los aficionados.
Semejante
experiencia me ha hecho mentir cuando me preguntan qué cosa estoy leyendo, por
si acaso.
Pero es
inevitable amasar ese material. El nuevo día le trae, y tenemos que decidir, y
decidir pronto. De alguna manera tenemos que reciprocar esa fuerza que nos hace
creer que la arena del circo es otro espejismo.
Y entonces
atreverse a describirlo, dudando.
© Manuel Sosa
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