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lunes, 6 de marzo de 2017

Exceso de Realidad

Este tiempo será recordado por la manera en que la realidad hubo de imponerse a la literatura, desplazándola y vaciándola de sus posibles elucubraciones; además, por la insistencia de los cronistas en ignorar esa sustitución, enlazando anécdotas vencidas de antemano: creando tramas, fabricando personae. ¿Y cómo podría hilvanarse una red de vínculos y desavenencias, gastando aliento en una historia forzosa, si de allí no surgiría moral o término satisfactorio? Cuando la realidad invade los espacios naturalmente destinados a la fábula, sabe ser implacable, como derivación de otros designios que escapan al ingenio de los hombres: realidad insuperable, la aseidad hecha obstáculo en sí. En lugar de aprovechar una estación tan propicia al escrutinio de atmósferas, continuamos añadiendo ánimas y rasgos, diálogos inverosímiles, fragmentos del doctrinal… Seguimos la tradición de asir aldabas para, alguna vez, despertar al carcelero. La justificación es ordinaria, cuando menos: el poeta trabaja con lo intangible, y su oficio le aparta de biógrafos e historiadores, figuras que se conforman con esa pobreza física que su gremio desprecia. Sin embargo, un verdadero fabulador sabría reconocer sus propios límites, al admitir que todo personaje es arquetípico, y que todas las tramas son Una. Podría pensarse en un exceso de objetividad, que ahora no dejaría espacio al deseo, cada intersticio colmado por la voluntad civil, cada desaliento premiado con dádivas y mercancía útil. Los que creyeron escapar del retablo, comprenden que el retablo se extiende más allá de su horizonte y de sus perspectivas; los que incorporaban porciones de realidad a su escritura, descubren que forman parte de una ficción mayor, manejados por hilos arteros, ciegos al desenlace que ya les viene arrasando desde la primera línea. Quien imagina otra página después de saciarse con el documento original, es menos auténtico que quien se regodea en los hechos reales, siempre ininteligibles.  Aun así, evadimos una vez más el Silencio, e ilusamente nos prometemos aceptarlo al día siguiente. De esa promesa incumplida hemos hecho toda una obra.

© Manuel Sosa

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