Este tiempo será recordado por la manera en que la
realidad hubo de imponerse a la literatura, desplazándola y vaciándola de sus
posibles elucubraciones; además, por la insistencia de los cronistas en ignorar
esa sustitución, enlazando anécdotas vencidas de antemano: creando tramas,
fabricando personae. ¿Y cómo podría
hilvanarse una red de vínculos y desavenencias, gastando aliento en una
historia forzosa, si de allí no surgiría moral o término satisfactorio? Cuando
la realidad invade los espacios naturalmente destinados a la fábula, sabe ser
implacable, como derivación de otros designios que escapan al ingenio de los
hombres: realidad insuperable, la aseidad hecha obstáculo en sí. En lugar de
aprovechar una estación tan propicia al escrutinio de atmósferas, continuamos
añadiendo ánimas y rasgos, diálogos inverosímiles, fragmentos del doctrinal…
Seguimos la tradición de asir aldabas para, alguna vez, despertar al carcelero.
La justificación es ordinaria, cuando menos: el poeta trabaja con lo
intangible, y su oficio le aparta de biógrafos e historiadores, figuras que se
conforman con esa pobreza física que su gremio desprecia. Sin embargo, un
verdadero fabulador sabría reconocer sus propios límites, al admitir que todo
personaje es arquetípico, y que todas las tramas son Una. Podría pensarse en un
exceso de objetividad, que ahora no dejaría espacio al deseo, cada intersticio
colmado por la voluntad civil, cada desaliento premiado con dádivas y mercancía
útil. Los que creyeron escapar del retablo, comprenden que el retablo se
extiende más allá de su horizonte y de sus perspectivas; los que incorporaban
porciones de realidad a su escritura, descubren que forman parte de una ficción
mayor, manejados por hilos arteros, ciegos al desenlace que ya les viene
arrasando desde la primera línea. Quien imagina otra página después de saciarse
con el documento original, es menos auténtico que quien se regodea en los
hechos reales, siempre ininteligibles.
Aun así, evadimos una vez más el Silencio, e ilusamente nos prometemos
aceptarlo al día siguiente. De esa promesa incumplida hemos hecho toda una
obra.
© Manuel Sosa
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