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viernes, 29 de septiembre de 2017

Levantando un caso contra la fauna decimista

Mi casa es de menthol

El glande coagula notas

Hay un orgasmo en tus pies

La fiebre copula con los cerrojos

Cantar a dentelladas la mordida

Soy reo en latifundios de euforia

El parto hizo del yugo un infarto

Y tu cuerpo despide hebillas rotas

Desoccidentalizado ante las aguas

Un aluvión de galaxias sin resuello

Tiembla de fragor mi pubis duende

Queda una angustia metálica sin ti

Me has comido el brazo con tu sexo

¿No se ovilla su clítoris en la bruma?

Sopla un brisote unimembre diabólico

Los olores que madrugan en mis lentes

El musgo crece al costado de tus piernas

Quiero que sea mío el aluvión de tu falo

Yo podría morir de alguna enzima judía

Los muros donde el flamenco se incrusta

Yo estuve en coma en la sala del prejuicio

Siempre habrá quien inyecte una bacteria

A cambio una azucena masticaba mis ojos

Mientras hinco en tu piel mi falo de óxido

Me nacen quistes y se instalan en mi pluma

Madre escupe un maleficio de sangre y pus

Tu mirada desabrochándome cada lágrima

Una gaviota se caga sobre la vejez del muro

Una masa ecléctica entre berberisca y gótica

Entrarás a un ataúd insenescente, inconsútil

El terrible desamor que le tengo al esperanto

Y eyacula su memoria en un vahído metálico

Ensaya un pizzicato que estalla bajo el clítoris

Un designio se coagula en la vagina del mapa

Hay una mano caníbal desaletrando mi halago

Porque tu calle amamanta esta saliva de idiota

Aborto de ovas y lamas soñando ser un esquife

Herejía son los pétalos que calzo entre silencios

Luego asisto en su parto a la ubre trunca de aire

No dejen que los tigres desovejen sus dos aspas

¿Dónde bojeo las mellas de mis puños radicales?

Danzan tus vellos un ávido pus entre las cuerdas

Su vulva paciente que lubrica la furia del tambor

Atrapado por el vello que tu entrepierna custodia

Por mis controles remotos sucios de luz y tinieblas

Esta asepsia comió mi reloj más fresco de guijarros

En este instante alguien te planifica algún implante

Imagino que Dios estuvo cerrado por reparaciones

Yo deliro desde otra muerte un suspiro en piltrafas

Esta albufera me está podando el través de la quilla

Y yo que me quedo angosto en mi estuche de reptil

Regando materia orgánica para salvar tu existencia

Luego exprime su bragueta sobre una revista porno

Los pozos de hidrocarburos dictan murallas de pan

Se nos pudre en la retorta un verbo que se deslustra

¿Seré el hollejo en una mano longeva de parroquias?

Claudio padece los cólicos del alcohol en honda llaga

El glande desafina resbalando por el vientre marchito

Trae la ausencia un canario en las rodillas fracturadas

Qué de pájaros viola tu guadaña recostada a un estero

La patria, entonces, nos mira como a fetos en su vientre

Crudo oficio que navega hacia el hospicio del intertexto

¿Quién vela la paz de la sanguijuela desde su orgasmo?

¿Qué dios defeca sus miedos sobre la frente del mundo?

¿Hay un triunfo tecnológico, en la razón que no espero?

Lo gnosivo es un pleonasmo hermético entre las piernas

¿Soy un cadáver despierto o un fantasma que estornuda?

Es que padezco esta herrumbre con fantasmas del olvido

Incorpóreo volverás a un tiempo ecuóreo como el amnios

¿Qué azar aliviará el espaldar donde me trepan las zarzas?

Pero teje tu perla negra su fleje sobre duelas de mi anverso

Mas son como de un androide las luces que en mi ojo secan

Un esquimal en el Polo refuta las profecías de Nostradamus

En mi barrio hay monigotes imberbes que se depilan el bozo

El desafío va siendo un recuerdo impío al norte de su rodilla

Ninguna homilía puede impedir tanta orgía entre mis nalgas

Por tu esófago bogamos en el sarcófago de nuestras debilidades

Serán mis lágrimas la oxalme que guardará tu grito reaccionario

Desde su ungüento el pulgar se anticipa y eyacula sobre el lóbulo

Tal vez la virusemia escape por el géiser que tengo en el ombligo

Eres una señora fotogénica con una hermosura étnica… caucásica

Yerras si el estigma se vierte en la antinomia de la cima del lábaro

Y no empolla el huevo que con la olla vendí por una anestesia azul

Núbil red clandestinizaba al reo vocinglero del deseo de intemperie

Tengo un árbol sin injertos, ingrávido para el semen de mis sombras

Una vieja colonia de nativos que se embadurnan la expresión del sol

Se atrincheran en Job, para disfrazar lo snob de anticonvencionalismo

Detengan a la muerte y el blindaje perverso de sus uñas lacrimógenas

La travesura es un soplo de orgasmo al aguafuerte sobre tu placa gris

Algún tragaluz regurgita un arcabuz que me apunta al entrecejo del ala

Tal vez eres un póster…un afiche de alguna estrella porno…extraditable

Lepanto no es más que el modo de asir la pestaña de zurcir con la otra mano

De incordura yo tildo ese vocablo que supura y asume desamparos en su toga

Una cruz no detiene la herida con el pus para un lobo perdido al que me entrego

Mi forma letal de exteriorizar la furia al faltarme tu lujuria multiorgásmica y ritual

Soy una gota de la espina que atraganta cientos de ahogados por el velamen de los navíos

Mis oníricos opúsculos se llenan de unos minúsculos cíclopes y de una erótica excomunión

No es burdo transformar al Homo Faber en la eversión de un cadáver fiduciario de lo absurdo

Con tu aliento se alimenta una ciudad en short que fuma a una edad nocturna y sin documento

Avistar una ínsula que tache teleológicos ritmos a través del fragmento para ascender a un epos libidinal ubérrimo

(Búsqueda y captura a cargo de: Manuel Sosa)

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Memoria=Imaginación

Siempre nos quedará Madrid, libro de memorias de Enrique del Risco, reúne tres condiciones aparentemente provechosas, pero que suelen ser una receta para el desastre, si se combinan: emigrante, cubano y escritor. Quizás no sea lo usual, pero yo comenzaría con otro libro de Enrique del Risco (escrito a dos manos con Francisco García): Leve historia de Cuba. De cierta manera, Leve historia... es uno de los protagonistas de Siempre nos quedará Madrid. Se trata del manuscrito traído de la isla, que lo acompaña en cada mudanza y peripecia, enviado a concursos y editoriales una y otra vez, sin éxito alguno. Cuando lo leí entonces, me llamó en particular la atención un relato titulado Un día mortal, sobre todo por el dejo metafísico de lo irrepetible y la descripción minuciosa de un día en su vida que fue particularmente feliz. (Paradójicamente, un día en que, además, muchos habaneros creyeron encontrar una brecha al muro de la opresión: el 5 de agosto de 1994). Aquel relato (que creo netamente autobiográfico) también me hizo decir: "Si de alguien me gustaría leer memorias, ese alguien sería Enrique del Risco". Y lo hubiera preferido por varias razones: su ingenio, su exquisito sentido del humor, su prosa incisiva y segura de sí, y en particular porque su vida habanera tuvo que ostentar muchos ribetes tragicómicos. Recuérdese que su último trabajo en Cuba fue como historiador del Cementerio de Colón. (Yo le he rogado que escriba esas memorias.) Sabemos de sus proyectos (con Armando Tejuca) para homenajear al Bobo de Abela, frustrados por la Seguridad del Estado y funcionarios adyacentes. Recuérdese además que se le atribuye aquella frase memorable que prefiguraría sus tesis sobre la levedad: "La materia ni se crea ni se destruye: se conquista con el filo del machete". Al menos yo me resistía a la idea de que un transgresor como Enrique hubiera tenido una vida anodina, en aquel tiempo, bajo aquellas circunstancias.
   Enrique del Risco, si bien es conocido y reconocido por sus escritos donde predomina el humor, y últimamente por su ideología "vertical" (le han aplicado ese mismo adjetivo), tiene a su vez el mérito de indagar sin reservas en las fisuras del relato nacional, el que nos vendieron ayer y nos venden ahora mismo: desde las enconadas conferencias de Pedro Santacilia hasta los tratados de apologética revolucionaria firmados por gente como Rolando Rodríguez. Aunque uno se niegue a admitirlo, nuestro álbum nacionalista es rico en apariencias, historias soterradas, hipérboles, dobles filos, secuencias ridículas, balbuceos, zonas encubiertas por el recato y la ignorancia, personajes sobrevalorados... Libros como Leve historia de Cuba y Elogio de la levedad abren el camino a esa mirada cínica (si no podemos ser imparciales, el cinismo servirá para contrarrestar tanta solemnidad) que nos sigue faltando a la hora de pormenorizar nuestros privilegios y nuestras miserias.
   Sabemos que el memoir no abunda en la literatura cubana. Algunos ejemplos parecieran desmentirnos: Los años de Orígenes, de Lorenzo García Vega; Antes que anochezca, de Reinaldo Arenas; La mala memoria, de Heberto Padilla; La vida tal cual, de Piñera. Pero creemos que en nuestro caso específico, donde la realidad parece destronar a cualquier ficción o materia ficticia, el mero inventario de una existencia marcada por el Desastre tendría igual o más suficiencia literaria. Si usted quisiera degustar las disímiles variantes del absurdo, o constatar las asociaciones más increíbles, o apuntar situaciones límites, consulte a un cronista cubano. ¿Dónde florece mejor el chiste involuntario, el chiste innato, sino en un sitio custodiado por figurantes y militantes lobotomizados? Y la mejor pregunta de todas: ¿Qué exiliado cubano no carga una historia alucinante: dramaturgia de evasión, apetito geográfico, atrezzo surrealista, rutas de escape desaconsejables, travesías azarosas, oficios inenarrables?
   Siempre nos quedará Madrid no se limita a la experiencia de un itinerario, ni de una vida ensalzada por gracia de un cambio de latitud. Si alguien tratara de idear una preceptiva del relato autobiográfico, ¿bastaría el estilo o la supuesta grandeza de una vida para validarlo? Si ahora mismo, por ejemplo,  yo tratara de escribir mis memorias, estoy seguro que algunas zonas del pudor y la estilística me harían alterar (retocar) la realidad. Más que una prosa eficiente o una vida inusual, nuestro mayor reto sigue siendo la franqueza a la hora de confesarnos. Del Risco logra algo muy singular: nos deja con la impresión de un recuento descarnado, y de paso ha logrado que leamos de corrido, atentos a su relación, y con la sonrisa a flor de labios a pesar de que ciertos pasajes no son precisamente idílicos. De todas las ganancias posibles, de su lectura, quisiera quedarme con dos en particular. La primera: la descripción del acecho constante de ese mundo paralelo que alguna vez rechazamos en favor del otro, el que desandamos hoy. Nuestra vida se compone de renuncias, de encrucijadas a cada paso; nos decidimos por un camino, por una puerta, y siempre quedamos con la duda: ¿qué habría sucedido, de haber elegido la otra opción? La segunda ganancia: poder constatar que seguimos siendo un clan maldito, el escritor como carga pública, como inconveniente en esta etapa de la civilización en que el contrato social exige aún más aprender a convivir con el Otro, a trabajar con [para] el Otro, a no herir la sensibilidad del Otro, a mostrar sentido práctico, a simular una sintonía doméstica, a dominar el lenguaje y los instrumentos de supervivencia…
   Si en sus libros anteriores, Enrique del Risco había socavado parte de la estructura retórica del templo nacionalista, así como su empecinada hagiografía, esta vez se lo tomado de manera personal, saliendo al ruedo, allí donde sobran las indulgencias, al foro desierto y ruinoso que alguna vez fue una Isla.

(Enrique del Risco: Siempre nos quedará Madrid. Sudaquia Group, 2012)

lunes, 25 de septiembre de 2017

Traductor de guardia: Un curioso fragmento

(…) La miseria y la pobreza son tan absolutamente degradantes, y ejercen tal efecto paralizante sobre la naturaleza del hombre, que ninguna clase es capaz de cobrar conciencia de su propio sufrimiento. Otra gente tiene que venir a comunicárselo, y con frecuencia se resisten a creerles. Lo que dicen los grandes empleadores de labor acerca de los agitadores es incuestionablemente cierto. Los agitadores son esa especie de gente que interfiere e interviene, que baja hasta las clases satisfechas de la comunidad, y siembran las semillas del descontento entre ellas. Tal es la razón de que los agitadores sean absolutamente necesarios. Sin ellos, en nuestro estado incompleto, no habría ningún avance hacia la civilización. La esclavitud se erradicó en América , no como consecuencia de acciones tomadas por los esclavos, ni siquiera de ningún deseo expreso de su parte por ser libres. Fue erradicada en su totalidad por medio de la conducta flagrantemente ilegal de ciertos agitadores en Boston y otros sitios, que ni siquiera eran esclavos, ni dueños de esclavos, ni tenían algo que ver con la cuestión en verdad. Fueron, sin lugar a dudas, los Abolicionistas quienes prendieron la antorcha, quienes pusieron en marcha los eventos. Y es curioso notar que de los esclavos recibieron, no la mera ayuda, sino que ni siquiera sus simpatías; y cuando al cierre de la guerra los esclavos se encontraron libres, tan libres hasta para pasar hambre en libertad, que muchos de ellos se lamentaron del nuevo estado de cosas. (…)

Oscar Wilde (The Soul of Man under Socialism)

viernes, 22 de septiembre de 2017

Inglés instantáneo: tired act

Los bardos, cuando se agotan, no ignoran su utilidad secundaria: hacer visible (audible) el mito que les engendró. No es que el mito necesite su arte, sino que la caja registradora precisa activarse durante esas temporadas en que la imagen se aparta del deseo. Arte como remembranza del estío, la casa tomada por la nieve. Sus voces gangosas no estorban; la audiencia está convencida de antemano y pide encores. ¡Una audiencia que parece no escuchar, que marcha disciplinada al reencuentro con su idolillo; una audiencia que jadea anhelante! ¿Qué términos podrían ilustrar ese acto estrujado y ridículo, el del falso poeta que ha sido incapaz de renovarse, y que revuelve afanoso el arcón donde guarda partituras amarillentas? ¿Farsa? ¿Bufonada? ¿Función pactada para que el bardo no se encolerice? Las palmas arrítmicas que son el enemigo, el contoneo del hombre nuevo que fracasó, las metáforas fáciles que desbordan el Carnegie Hall. Intraducibilidad. Tired act: comprobar que el Poder puede exponer, en territorio enemigo, sus teorías básicas. Resucitar nombres malditos. Reeditar autores peligrosos. Alimentar bardos que cansan. Tired act: el Poder reciclando metáforas elementales, palcos para la nostalgia populista, voz de comadreja, rostro que alguna vez mereció un expediente, versos de dudosa escolaridad, el circo como negocio estatal. Entradas agotadas para acto agotado.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Antes de la sedición

No basta saberse apartado de la docilidad que determina todo aprendizaje: entrega y gratificación, contrato invisible, acceso gremial. Ni en la tirantez haber cumplido un precepto que termine por condenar las puertas, deudor del filo por ser filo y no incisión. Habrá que gastarse en preguntas, en la indagación de lo axial, sin que parezca efecto o añadidura de cada ecuación vacía. Quien ronda márgenes, sin sustento, ha de quedar como nota apresurada, perdida entre el esplendor fugaz de las líneas que laten y glorifican al copista de provecho, el verdadero enemigo.
   Tú escribes para no simular la cadencia que ellos imponen, para no llenarte de eufonías. Para que no te absorba el engrosamiento, el entusiasmo. Para disimular el candor corrosivo que te hace escribir. Escribes para no ser objeto editable, para no ser inteligible en ese formato que publican cada mañana y que denuncia una minuciosidad repugnante.
   Tú escribes para que baste el carmín de las palabras, para sonrojarte si aciertas en alguna proposición y que no te abrumen los convites por ello.
   Cierras la verja con esmero, enciendes la cera y se las arregla el viandante para gritarte, desde el camino, que por fin ha rebajado el precio de su arreglo coral y que espera una oferta con la primera luz.
   Tú escribes para romper la armazón que reviste el discernimiento. Tú escribes con la certidumbre de que, llegada la hora de elegir, podrás borrarlo todo.

© Manuel Sosa

lunes, 18 de septiembre de 2017

Lecturas preferidas

De los 8 a los 10 años=Mark Twain, Verne, Salgari, Poe, Dumas, Stevenson, Maupassant, Lovecraft, Defoe, J. M. Barrie
De los 10 a los 12=Conan Doyle, Agatha Christie, Zola, Victor Hugo, Lorca, Wells
De los 12 a los 15=Dostoiesvki, Chéjov, Bradbury, Chesterton, Flaubert
De los 15 a los 18=Tolstoi, Stendhal, Dante, Homero, Balzac, Salinger, Vallejo, Kafka
De los 18 a los 24=Joyce, Lezama, Borges, Ginsberg, Platón, Aristóteles, Horacio, Eliot, Huidobro, Rimbaud, Baudelaire, Eurípides, Virgilio
De los 24 a los 30=Nietszche, Wilde, Hawthorne, Whitman, Carpentier, Wordsworth, Coleridge, Donne, Quevedo, Cernuda
De los 30 a los 40=Conrad, Piñera, Dickinson, Pound, Frost, Auden
De los 40 a los 48=Miguel de Carrión, Villaverde, Fray Candil, Montenegro, Cabrera Infante, Jesús Castellanos, Arenas, Labrador Ruiz, Fernando Ortiz 
De 48 palante=Libros de cocina

viernes, 15 de septiembre de 2017

Luis Pavón: queda escrito

Los hubo peores que Luis Pavón, pero pocos dejaron un testimonio tan explícito de su condición miserable. Por ejemplo, casi nadie menciona a José Martínez Matos, delator y testigo en procesos penales contra otros escritores, y cuyo nombre aparece incidentalmente en algún documento de ignominia. Pero al comisario Pavón es fácil ilustrarlo, pues cada artículo suyo (publicados en la revista Verde Olivo, usando el seudónimo “Leopoldo Ávila”) ha sido archivado y expuesto por gente memoriosa, que se sirve de ellos para demostrar los límites a que llegaba el estalinismo cultural de entonces.
   Cuando Pavón fue enterrado por segunda vez, y agotada en parte la ira de sus antiguas víctimas, se le quiso añadir una dosis de ternura al candente obituario no oficial. Norberto Fuentes se sopló los mocos con un par de esquelas gratuitas, y a Silvio Rodríguez se le ocurrió  rastrearlo por Google y copiar versos de tan mal gusto como estos:

   “Entonces,
me veo allí,
sentado sobre la hierba,
con los pies desnudos y sucios
rascándome una nigua.”

   Y efectivamente, no será la imagen del poeta rascándose una nigua la que perdure, sino la del teniente redactor de crítica terrorista, ya fuese bajo seudónimo o firma propia, amenazando a quien se desviase del patrón rítmico impuesto desde las alturas. Habría que decir que el encargo fue cometido con toda la saña posible, y nada mejor para demostrarlo que una colección de sus mejores momentos.
   Sobre Cabrera Infante: “Fue este Mr. Kein el primero en abrir el cauce al individualismo, la vanidad, la superficialidad y la extravagancia en el arte. Contaminó a más de un trepador que aún sigue dando guerra. Pero es útil analizar este caso y observar cómo siempre actitudes como las suyas terminan en el basurero de la contrarrevolución.”
   Y esto otro sobre Lino Novás y el propio Cabrera Infante: “Levantarle aquí monumentos a un Lino Novás Calvo, por ejemplo, o a Caín, sería peregrino. Llorar como magdalenas sobre sus recuerdos, es arbitrario y poco masculino.”
   Sobre Dos viejos pánicos de Virgilio Piñera: “Nada más lejos de la Revolución que esa atmósfera, sin salida posible, en que Virgilio Piñera ha volcado sus pánicos”.
   Sobre Heberto Padilla: “Se las ingenia, eso sí, para permanecer en el candelero publicando, de tarde en tarde, un poema en alguna revista o levantando el periscopio con algún viejo poema en antologías seleccionadas por algún amigo o por él mismo.”
   Y además: “del joven y prometedor poeta de antes sólo queda una caricatura, bastante lamentable por cierto, clownesca; decidor obstinado de frases supuestamente brillantes, hiriente, anacrónico personaje salido de alguna mala comedia de finales de siglo.”
   Y también: “Escribe en busca de un cartelito en el extranjero que le permita satisfacer su vanidad. Para lograrlo, nada mejor que hacerse el conflictivo, el perseguido, en una sociedad donde, de veras, muy poca gente piensa en él.”
   Sobre una obra de teatro de René Ariza: “A Ariza le repugna, por ejemplo, el Servicio Militar, que es, en la obra, sólo un medio por el que el carácter impositivo de uno de los padres frena al hijo, ni más ni menos que una escuela de curas. Pero sucede que el autor es cubano y que la obra no está escrita ni se representa, ni surge ni se premia en Constantinopla. Y aquí el Servicio Militar es una necesidad que nuestra juventud acepta y en la que participa con entusiasmo. Estamos levantando y defendiendo un pequeño país revolucionario muy cerca del más taimado, cruel y criminal de los enemigos. ¿No es claro que nuestros jóvenes y no sólo ellos, todo el pueblo, tiene que aprender a defenderlo?”
   Y contra Antón Arrufat se envalentonaba: “Llegó al colmo cuando dio a conocer el poema “Envío”, de José Triana cuyo contenido era la inversión sexual descrita en sus detalles más groseros. (…) Si en algún momento ha intentado publicar otras cosas contra-revolucionarias, siempre alguien —con buena intención, a ver si Antón cambiaba— le aconsejaba amistosamente. Y Antón guardaba su poemita. Pero ahora por su cuenta y riesgo se va a la guerra con armadura y todo. A la guerra contra la Revolución. Y ahí sí que no. Ni grupitos que lleven la obra al extranjero con dinero de la Revolución ni vuelos a capitales europeas. Aquí no celebramos las insolencias aunque vengan de un señor tan mínimo. Aquí no aplaudimos la infamia, porque la Revolución se hizo contra la infamia. Aquí no levantamos pedestales a la mentira, porque la Revolución se hizo con la verdad. Y además, no desprecie tanto al pueblo, no crea que el pueblo no va a entender sus ataques groseros y aristocratizantes. El pueblo los entiende y los rechaza. No van a pasar inadvertidas sus insolencias mientras él se ríe del pueblo detrás de la cortina. Eso no va a volver a pasar.”
   Y era capaz de soltar cosas como esta: “Por el camino del ablandamiento ideológico, de la despolitización absoluta se llega a la tontería, pero, a veces, a la contrarrevolución.”
   Para si existen dudas, este otro fragmento lo publicó con su nombre, y usando los mismos términos de “Leopoldo Ávila”:
   “En teatro, es sabido lo mal que andamos. Entre un Piñera que se repite hasta la monomanía y un Arrufat que repite a Piñera con mayores oscuridades, reticencias y anfibologías (por otra parte, tan transparentemente hostiles a la Revolución), nuestro teatro parece desembocar irremediablemente a la tontería.”
   Podrá descansar en paz, y podrán perdonarlo aquellos a quienes martirizó, pero ahí quedan sus palabras.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Carta reseña: R.U.Y.

Leerse un libro en los lunch breaks contiene su riesgo, y no porque el placer se difumine hacia uno u otro campo (aquí lo nutritivo es otra bifurcación), sino porque no sabemos sostener una continuidad creíble, que de veras sea aprovechable. Pero yo mismo he sabido convertir el Interruptus en Continuum, sin tanto esfuerzo, gracias al oficio de esos amigos cuyos libros ocupan mi tiempo. Así, R.U.Y. terminó por adaptarse a este apetito tantálico, y en cambio le garanticé fidelidad y avidez para no regresar en falso, y seguir la línea, sin el acostumbrado zigzag de mal lector. La impresión final: has logrado dejarme una entonación, casi audible, en alguna recámara del inconsciente. El personaje sigue hablando, contando, ya guardado el libro; sigue atacando mi pudor, ese que me haría cobarde a la hora de pedir o rendir cuentas, en la callejuela oscura o en el foro. Su voz me sigue retando, es imperiosa en tanto nos revela sus propias debilidades. Sendo personaje que sabe aprovechar el miedo, atravesarlo y sentirlo latir aún, gane o pierda. ¿Tú sabes cuánta gente pudiera meterse en esa piel curtida y en esa cabeza testaruda que tan fielmente retratas? ¿En ese grupo de amigos, en la tanta complicidad que les convierte en “grupúsculo”, palabra cara a nuestro Nerón insular? He leído R.U.Y., te aclaro, con un montón de dudas. Y es que uno debe cuidarse de la narrativa cubana, tan efervescente y dispuesta a dar explicaciones innecesarias… Uno se hace cómplice, tú sabes, por cercanía. De modo que traté de borrar al César articulista, siempre certero y limpio, y me ubiqué en un plano escéptico, por decirlo así, listo para reprobar y seguir de largo, hasta dar con la razón del libro, sus motivos. Y creo que he encontrado una noción dominante: tu novela logra apartarse del guión invisible del que nos servimos los intelectuales, una especie de lástima que pretendemos propagar para sentirnos útiles. Quizás estoy exagerando, y pudiera sustituir “lástima” por “traumas existenciales” o algo por el estilo. R.U.Y. tiene que ver más con nuestra generación, donde destreza e inteligencia compiten en igualdad de condiciones. Fuimos la materia donde se ensayó el experimento social que arruinó el laboratorio. Nos quedó el código a medio descifrar: valentía y sabiduría tienen el mismo peso. Hemos tratado de describirlo con mucha alegoría e ingenio, poemas y cuentos, ensayos exquisitos, agudezas, apuntes de bitácora para una antología que trascienda, pero tu novela sabe imantar las partículas que faltan, lo que pensábamos luego de escribir, eso que no pudimos recoger para completar el retrato de grupo. Me atrevo a objetarle mi angustia, luego de verte eliminar al viejo Hurtado, de sentir algo de vacío durante un buen trecho. Nadé en círculos, con la esperanza de que el personaje retornara, pero bien muerto estaba. Recordé la anécdota de Dumas llorando inconsolable, y su explicación terrible: “Acabo de matar a Portos”. Y es que para el asunto de los Rolex se precisaría otra novela, densa y esotérica, tanto más pudiera desprenderse de semejante personaje. Doy testimonio de esa orfandad, pero te aclaro que es un capricho personal, y no más. ¿Y si alguna vez se calibrara una segunda edición? Algo de poda, quizás, para silenciar al crítico usual. Pero guardé el libro casi aliviado, porque el Ruy se sale de esas páginas y uno le coge hasta miedo. Así de palpitante lo retrataste. En serio, al cerrar el libro me quedaba el sabor de la sal: diáspora, dispersión, lo que fuimos, lo que perdimos, jugar por jugar, nadar y ahogarse, escaparse, aulas, forros, embarajes, la peste, el aguaje. Cojones, el sabor de la sal y el olor ese de isla que no se nos quita…

(César Reynel Aguilera: R.U.Y. Alexandria Library, 2007)

lunes, 11 de septiembre de 2017

Sustantivos y adjetivos que no se llevan bien, pero que a veces aparecen juntos:

-consejo útil
-visita oportuna
-baño turco
-sexo gratis
-prensa cubana
-religión yoruba
-ideología zapatista
-amante fiel 
-científico boliviano
-modestos esfuerzos
-propiedad colectiva
-hacha taína
-fuerzas de paz
-cocina norteamericana
-concordancia bíblica 
-destacado humorista
-Historia canadiense
-venerable clérigo
-metáfora recurrente
-viuda inconsolable
-literatura africana
-música canaria
-teólogo brasileño
-rock cubano
-logros revolucionarios
-bienes materiales 
-nobleza española
-sabiduría popular
-idea original
-tumor benigno
-armonía conyugal 
-breve discurso
-lecho virginal
-experiencia metafísica
-paisaje habanero 
-poeta repentista
-herencia hispana
-locura temporal
-sueños realizados
-Academia Sueca
-dinero sobrante
-boxeo inteligente
-oposición moderada
-cultura etílica

viernes, 8 de septiembre de 2017

Te estoy leyendo en el baño

La lectura más dichosa sabe de silencios, losas y rumor de agua. Sabe erigirse sobre los efluvios y los círculos abismales en que asentamos las deposiciones. Se instala sobre la noción de impureza, y nos otorga el ensimismamiento.
   Es un proemio verboso, que describe el acto de convertir el retrete en biblioteca, habiendo ajustado el estantillo que nos faltaba para sostener tal osadía. ¿Quién que no sea un insensato pudiera obedecer los rituales del cuerpo sin buscar un cuarto de hora ilustrado, o al menos entretenido? Ese cuarto de hora, dilatado más de las veces para contrariar la angustiada mano que golpea la puerta y reclama su turno, va convirtiéndose en nuestra única posesión: es la grieta que ensanchamos y nos permite escapar de obligaciones conyugales y profesionales. Encerrarse a leer para procurar alivio, dos placeres que se enlazan en una sola expresión: aprender entre el placer y la necesidad.
   A los insulares, llagados en la sublimación del progreso social, no siempre nos fue dado elegir el tipo de literatura sanitaria que preferíamos. Tuvimos que confiar en la certeza de los tratadistas soviéticos, en las plumas del más dócil realismo, en el recurrente stream of consciousness que imprimían los diarios al día siguiente del Discurso. No aprendimos a ser selectivos por mera necesidad de circunstancia. En nuestro acto intervenían otras variables: paisaje, texturas, diseño del cajón acomodaticio (rara vez manifestado en forma de commode), nerviosismo y provisión de agua.
   He aquí que hoy calibramos la ventaja de un anaquel a la altura precisa, y qué autores se avienen con los requerimientos de esta práctica liberadora. Ciertamente, algunos libros salen al mercado con un sutil tufillo a baño, dicho esto con buena intención: son libros concebidos para leerlos sentados sobre frialdades apetecibles. Y por supuesto, se han hecho compilaciones expresamente con ese destino. El retrete como celda, como biblioteca reluciente donde se entrecruzan las fragancias: la literatura cava senderos inimaginables.
   “Te estoy leyendo en el baño” ha dejado de ser una frase cargada de astucia, para convertirse en elogio finísimo.
   Intuyo que muy pronto comenzarán a editarse libros en forma de rollos sanitarios. En concordancia con lo efímero de los usos modernos, tendremos literatura descargable.

© Manuel Sosa

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Otras notas de exilio y literatura

I

Desde mucho antes, cuando las referencias a la diáspora literaria eran escasas, nos inculcaban el miedo a perder el concepto que regía nuestra escritura. Servía como otra manera de controlar la impaciencia, las objeciones que ya expresábamos con toda naturalidad. ¿Tendríamos que salvarnos como personas o como escritores? ¿Era posible salvarse como ambas cosas? Y nos hablaban de Padilla y Arenas, a quienes se referían con una bien meditada compasión, como si ellos fueran ejemplo de orfandad, o de extravío. No nos era posible saber mucho de ellos, y casi nada positivo, porque nuestros funcionarios se encargaban de arreglar aquel mito de la inutilidad que resultaba abandonarlo todo. Hubo momentos en que llegamos a creerlo: nadie puede hacer literatura creíble si decide borrarse o borrar el país. Yo pienso ahora, sin que me posea ningún tipo de entusiasmo o desdén, que ese desarraigo que ellos esgrimieron (y esgrimen aún), que pudiera en algunos rozar la melancolía o la desolación, constituyen un triunfo de nuestra parte, si verdaderamente existieran. Porque significan el fracaso del propio país, mutilado y violado en su ser, el país que ellos se imaginaron y se les rompió entre las manos. Un fracaso en el que ellos se llevan la parte más risible, aferrados a un erial polvoriento y pestilente, que ya ni siquiera es país o nación o resguardo contra nada.

II

Terminamos de leer en público o de dictar conferencia, y la pregunta es invariable: ¿Cómo ha cambiado el exilio su literatura? Me imagino a tres o cuatro escritores de la isla, a quienes considero excepcionales, y me quedo sin ganas de responder. Pero ya está dicho: son excepcionales y dudo que nada les haga cambiar su unicidad. ¿Quién sabe decirlo? Yo respondo por mí. También ha de tomarse en cuenta la presión física, el sentido peculiar que tienen las fronteras de la isla. Basta salir y mirar atrás para sentir cómo la baba retórica le cuelga a uno de todas partes. Hay que saber desprenderla, lavarla. ¿Escribíamos porque no nos quedaba otro remedio? ¿Estábamos haciendo carrera literaria o buscando un sentido a nuestras vidas? Damos por seguro que a un tolerable escritor, usando el epíteto de aquel bibliotecario ciego, le basta salir de la burbuja para reconocerse al fin. Y transcribir lo que ya ningún dios o apremio territorial le puede dictar. Yo respondo por mí. Es posible contener las palabras y acariciar el arco que se tensa y aguarda la orden. Es posible elegir, imaginar el blanco y disparar al vacío, sólo para contrariar al que ya estaba por aplaudir. Se escribe lo que no podemos difuminar en actos. Nuestra literatura no depende de atmósferas, límites, conveniencias retóricas. Nadie nos ampara o representa, nadie nos tiene a flor de labios para justificar un orden. Estamos solos y somos libres.

© Manuel Sosa

lunes, 4 de septiembre de 2017

De cuando al crítico se le paró escribiendo una reseña de poesía

“En un primer nivel básico, de pura perspectiva visual, se encuentran la ranura, la hendija, la hendidura. El ojo y el cuerpo van allí, se aposentan allí, separados (y al mismo tiempo involucrados en lo que sucede) de un acontecer misterioso.”
“Los poemas lustran y fijan, en su mayoría, el contacto terrible y bello con lo impreciso, o acaso con lo que se esconde para que después se revele.”
“Él atraviesa las estaciones del cuerpo, los ciclos del intercambio sensual con los otros, a sabiendas de que al final algo (¿el alma?) podría salvarse.”
“Cuadros que se alejan y se acercan. El muchacho de los sauces, por ejemplo, es una metáfora clásica, o de sabor clásico; podemos verla en libros muy antiguos, en los albores de la poesía occidental, pero también podemos oler al muchacho, sentir la presencia de su languidez, la ligereza de su andar y el peso casi inclemente de su mirada.”
“Por las ranuras del mundo el poeta atisba y alcanza a ser un voyeur del espíritu; cuece su curiosidad, o su hambre de saber, como si fuera imperioso practicar una inquisición desolada, inflexible (por despierta), sin letargos anestésicos, de modo que el resultado se aproxime siquiera a una certeza viva; me refiero a un amor casi dolido, que crece en su propia estupefacción, en su extrañeza, pero que fertiliza lo real de acuerdo con la idea que él tiene de lo real.”
“[El poeta] fija entonces los ojos allí, largamente, hasta arrancar algunos secretos; el objeto se reblandece, se lubrica, acepta la entrada de la metáfora como en una posesión muy intensa”.

(Búsqueda y captura a cargo de: Manuel Sosa)

viernes, 1 de septiembre de 2017

Cuando no queden archivos por desempolvar

Cada quien guarda sus iniciaciones con cierto celo, temeroso de que le descubran como lo que no es hoy, como el novicio que avanzaba a tientas y decía menos con más. Una cosa es el aprendizaje, y otra el despertar al albor, cegado por la luz. Para quienes no supieron abrir los ojos a tiempo, el pasado es un álbum custodiado por velos y cadenas, convenientemente inaccesible. Se ha de vigilar la puerta del desván, para que esas páginas no se conviertan en la prueba que revele la miseria del período discipular.
   Recuerdo mis primeros escritos, cuyo único empeño consistía en reclamar deferencias. ¿Y qué otra fórmula podía ser mejor que la de nombrar al Innombrable? La tesis propuesta: mención del Sujeto sin que parezca una salida de tono. Y allí estaba, resaltando en una lista de querencias, la solución al pie forzado que era inventar un contexto natural: Fidel Castro en un verso.
   Ningún pecado de adolescencia me quita el sueño. Escritos sin estilo, altisonantes, falsos. Eso es todo. Nunca una delación, ni una firma de condena, ni un informe. Las adhesiones oficiales (esas que nos encontraban entre dos fuegos, las involuntarias: pertenecer a tal federación y a tal unión) cesaron tan pronto salí de la adolescencia. Por eso no le tengo miedo a los archivos.
   Es el signo de esta época. Comienzan a desempolvarse los gruesos tomos que guardaban las listas. En una se pedían ejecuciones sumarias, en otra se apoyaba la causa de turno. Los hallazgos no son tan chocantes, si bien nos hemos acostumbrado a ese tipo de revelaciones: unas veces hicimos de víctimas, otras de testigos. Curiosos artículos donde primaba el ensañamiento sobre la desavenencia. Transcripciones aparentemente sacadas de una antología del absurdo. Desenmascaramientos, vergüenzas de closet, bajezas inenarrables.
   La sed de Prehistoria que hoy nos embarga es una variante más de la reprimida curiosidad, alimentada por ese sistema que tantas redenciones nos ha pospuesto. Y refleja lo inconsistente de las posturas políticas que allí tradicionalmente se han forjado. Releer los nombres de las listas es un buen mecanismo para ilustrar los sucesivos desencantos: ayer aplaudían y firmaban; hoy reniegan con vehemencia de sus viejos credos. Por suerte, son pocos los que tienen buenas razones para insistir en la quema de archivos. Son ellos los que hablan de un velo piadoso.
   Hemos experimentado dos maneras de vaciar los baúles: aquí en el exilio se han creado espacios para desenmascarar, sin que de ello se esperen consecuencias. Allá en la isla se proponen otro objetivo, el mismo de siempre: defender su “ilustrada” dictadura. Tanta es la torpeza de los medios oficialistas, que pretenden desvirtuar a los renegados mostrando secuencias fotográficas y echándoles en cara sus antiguas fidelidades. No les importa jugar con un lodo que sólo puede mancharles a ellos. Aún más lastimosa es la reciente publicación de cartas, documentos miserables que les rebajan indirectamente, páginas firmadas por Virgilio Piñera, Severo Sarduy y otros. Cuando un gobierno necesita de este tipo de argumentos, poco queda por añadir.
   Todos esos que firmaron peticiones de paredón y proclamas sanguinolentas pudieran excusarse a sí mismos usando los pretextos de la ceguera política, el ardor juvenil y la atmósfera de los tiempos. Sigo creyendo que nada justifica que un hombre armado vaya contra otro indefenso. Es un problema de entereza elemental.
   Ahora sólo queda aspirar a que un día no nos queden archivos intocables.

© Manuel Sosa