Vistas de página en total

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Carta reseña: R.U.Y.

Leerse un libro en los lunch breaks contiene su riesgo, y no porque el placer se difumine hacia uno u otro campo (aquí lo nutritivo es otra bifurcación), sino porque no sabemos sostener una continuidad creíble, que de veras sea aprovechable. Pero yo mismo he sabido convertir el Interruptus en Continuum, sin tanto esfuerzo, gracias al oficio de esos amigos cuyos libros ocupan mi tiempo. Así, R.U.Y. terminó por adaptarse a este apetito tantálico, y en cambio le garanticé fidelidad y avidez para no regresar en falso, y seguir la línea, sin el acostumbrado zigzag de mal lector. La impresión final: has logrado dejarme una entonación, casi audible, en alguna recámara del inconsciente. El personaje sigue hablando, contando, ya guardado el libro; sigue atacando mi pudor, ese que me haría cobarde a la hora de pedir o rendir cuentas, en la callejuela oscura o en el foro. Su voz me sigue retando, es imperiosa en tanto nos revela sus propias debilidades. Sendo personaje que sabe aprovechar el miedo, atravesarlo y sentirlo latir aún, gane o pierda. ¿Tú sabes cuánta gente pudiera meterse en esa piel curtida y en esa cabeza testaruda que tan fielmente retratas? ¿En ese grupo de amigos, en la tanta complicidad que les convierte en “grupúsculo”, palabra cara a nuestro Nerón insular? He leído R.U.Y., te aclaro, con un montón de dudas. Y es que uno debe cuidarse de la narrativa cubana, tan efervescente y dispuesta a dar explicaciones innecesarias… Uno se hace cómplice, tú sabes, por cercanía. De modo que traté de borrar al César articulista, siempre certero y limpio, y me ubiqué en un plano escéptico, por decirlo así, listo para reprobar y seguir de largo, hasta dar con la razón del libro, sus motivos. Y creo que he encontrado una noción dominante: tu novela logra apartarse del guión invisible del que nos servimos los intelectuales, una especie de lástima que pretendemos propagar para sentirnos útiles. Quizás estoy exagerando, y pudiera sustituir “lástima” por “traumas existenciales” o algo por el estilo. R.U.Y. tiene que ver más con nuestra generación, donde destreza e inteligencia compiten en igualdad de condiciones. Fuimos la materia donde se ensayó el experimento social que arruinó el laboratorio. Nos quedó el código a medio descifrar: valentía y sabiduría tienen el mismo peso. Hemos tratado de describirlo con mucha alegoría e ingenio, poemas y cuentos, ensayos exquisitos, agudezas, apuntes de bitácora para una antología que trascienda, pero tu novela sabe imantar las partículas que faltan, lo que pensábamos luego de escribir, eso que no pudimos recoger para completar el retrato de grupo. Me atrevo a objetarle mi angustia, luego de verte eliminar al viejo Hurtado, de sentir algo de vacío durante un buen trecho. Nadé en círculos, con la esperanza de que el personaje retornara, pero bien muerto estaba. Recordé la anécdota de Dumas llorando inconsolable, y su explicación terrible: “Acabo de matar a Portos”. Y es que para el asunto de los Rolex se precisaría otra novela, densa y esotérica, tanto más pudiera desprenderse de semejante personaje. Doy testimonio de esa orfandad, pero te aclaro que es un capricho personal, y no más. ¿Y si alguna vez se calibrara una segunda edición? Algo de poda, quizás, para silenciar al crítico usual. Pero guardé el libro casi aliviado, porque el Ruy se sale de esas páginas y uno le coge hasta miedo. Así de palpitante lo retrataste. En serio, al cerrar el libro me quedaba el sabor de la sal: diáspora, dispersión, lo que fuimos, lo que perdimos, jugar por jugar, nadar y ahogarse, escaparse, aulas, forros, embarajes, la peste, el aguaje. Cojones, el sabor de la sal y el olor ese de isla que no se nos quita…

(César Reynel Aguilera: R.U.Y. Alexandria Library, 2007)

No hay comentarios:

Publicar un comentario