Leerse un libro en los lunch breaks contiene su riesgo, y no porque el placer se difumine
hacia uno u otro campo (aquí lo nutritivo es otra bifurcación), sino porque no
sabemos sostener una continuidad creíble, que de veras sea aprovechable. Pero
yo mismo he sabido convertir el Interruptus en Continuum, sin tanto esfuerzo,
gracias al oficio de esos amigos cuyos libros ocupan mi tiempo. Así, R.U.Y.
terminó por adaptarse a este apetito tantálico, y en cambio le garanticé
fidelidad y avidez para no regresar en falso, y seguir la línea, sin el
acostumbrado zigzag de mal lector. La impresión final: has logrado dejarme una
entonación, casi audible, en alguna recámara del inconsciente. El personaje
sigue hablando, contando, ya guardado el libro; sigue atacando mi pudor, ese
que me haría cobarde a la hora de pedir o rendir cuentas, en la callejuela
oscura o en el foro. Su voz me sigue retando, es imperiosa en tanto nos revela
sus propias debilidades. Sendo personaje que sabe aprovechar el miedo,
atravesarlo y sentirlo latir aún, gane o pierda. ¿Tú sabes cuánta gente pudiera
meterse en esa piel curtida y en esa cabeza testaruda que tan fielmente
retratas? ¿En ese grupo de amigos, en la tanta complicidad que les convierte en
“grupúsculo”, palabra cara a nuestro Nerón insular? He leído R.U.Y., te aclaro,
con un montón de dudas. Y es que uno debe cuidarse de la narrativa cubana, tan
efervescente y dispuesta a dar explicaciones innecesarias… Uno se hace
cómplice, tú sabes, por cercanía. De modo que traté de borrar al César
articulista, siempre certero y limpio, y me ubiqué en un plano escéptico, por
decirlo así, listo para reprobar y seguir de largo, hasta dar con la razón del
libro, sus motivos. Y creo que he encontrado una noción dominante: tu novela
logra apartarse del guión invisible del que nos servimos los intelectuales, una
especie de lástima que pretendemos propagar para sentirnos útiles. Quizás estoy
exagerando, y pudiera sustituir “lástima” por “traumas existenciales” o algo
por el estilo. R.U.Y. tiene que ver más con nuestra generación, donde destreza
e inteligencia compiten en igualdad de condiciones. Fuimos la materia donde se
ensayó el experimento social que arruinó el laboratorio. Nos quedó el código a
medio descifrar: valentía y sabiduría tienen el mismo peso. Hemos tratado de
describirlo con mucha alegoría e ingenio, poemas y cuentos, ensayos exquisitos,
agudezas, apuntes de bitácora para una antología que trascienda, pero tu novela
sabe imantar las partículas que faltan, lo que pensábamos luego de escribir,
eso que no pudimos recoger para completar el retrato de grupo. Me atrevo a objetarle
mi angustia, luego de verte eliminar al viejo Hurtado, de sentir algo de vacío
durante un buen trecho. Nadé en círculos, con la esperanza de que el personaje
retornara, pero bien muerto estaba. Recordé la anécdota de Dumas llorando
inconsolable, y su explicación terrible: “Acabo de matar a Portos”. Y es que
para el asunto de los Rolex se precisaría otra novela, densa y esotérica, tanto
más pudiera desprenderse de semejante personaje. Doy testimonio de esa
orfandad, pero te aclaro que es un capricho personal, y no más. ¿Y si alguna
vez se calibrara una segunda edición? Algo de poda, quizás, para silenciar al
crítico usual. Pero guardé el libro casi aliviado, porque el Ruy se sale de
esas páginas y uno le coge hasta miedo. Así de palpitante lo retrataste. En
serio, al cerrar el libro me quedaba el sabor de la sal: diáspora, dispersión,
lo que fuimos, lo que perdimos, jugar por jugar, nadar y ahogarse, escaparse,
aulas, forros, embarajes, la peste, el aguaje. Cojones, el sabor de la sal y el
olor ese de isla que no se nos quita…
(César Reynel Aguilera: R.U.Y. Alexandria Library, 2007)
No hay comentarios:
Publicar un comentario