Siempre
nos quedará Madrid,
libro de memorias de Enrique del Risco, reúne tres condiciones aparentemente
provechosas, pero que suelen ser una receta para el desastre, si se combinan:
emigrante, cubano y escritor. Quizás no sea lo usual, pero yo comenzaría con
otro libro de Enrique del Risco (escrito a dos manos con Francisco García):
Leve historia de Cuba. De cierta manera, Leve historia... es uno de los
protagonistas de Siempre nos quedará Madrid. Se trata del manuscrito traído de
la isla, que lo acompaña en cada mudanza y peripecia, enviado a concursos y
editoriales una y otra vez, sin éxito alguno. Cuando lo leí entonces, me llamó
en particular la atención un relato titulado Un día mortal, sobre todo por el
dejo metafísico de lo irrepetible y la descripción minuciosa de un día en su
vida que fue particularmente feliz. (Paradójicamente, un día en que, además,
muchos habaneros creyeron encontrar una brecha al muro de la opresión: el 5 de
agosto de 1994). Aquel relato (que creo netamente autobiográfico) también me
hizo decir: "Si de alguien me gustaría leer memorias, ese alguien sería
Enrique del Risco". Y lo hubiera preferido por varias razones: su ingenio,
su exquisito sentido del humor, su prosa incisiva y segura de sí, y en
particular porque su vida habanera tuvo que ostentar muchos ribetes
tragicómicos. Recuérdese que su último trabajo en Cuba fue como historiador del
Cementerio de Colón. (Yo le he rogado que escriba esas memorias.) Sabemos de
sus proyectos (con Armando Tejuca) para homenajear al Bobo de Abela, frustrados
por la Seguridad del Estado y funcionarios adyacentes. Recuérdese además que se
le atribuye aquella frase memorable que prefiguraría sus tesis sobre la
levedad: "La materia ni se crea ni se destruye: se conquista con el filo
del machete". Al menos yo me resistía a la idea de que un transgresor como
Enrique hubiera tenido una vida anodina, en aquel tiempo, bajo aquellas
circunstancias.
Enrique del
Risco, si bien es conocido y reconocido por sus escritos donde predomina el
humor, y últimamente por su ideología "vertical" (le han aplicado ese
mismo adjetivo), tiene a su vez el mérito de indagar sin reservas en las
fisuras del relato nacional, el que nos vendieron ayer y nos venden ahora
mismo: desde las enconadas conferencias de Pedro Santacilia hasta los tratados
de apologética revolucionaria firmados por gente como Rolando Rodríguez. Aunque
uno se niegue a admitirlo, nuestro álbum nacionalista es rico en apariencias,
historias soterradas, hipérboles, dobles filos, secuencias ridículas,
balbuceos, zonas encubiertas por el recato y la ignorancia, personajes
sobrevalorados... Libros como Leve historia de Cuba y Elogio de la levedad
abren el camino a esa mirada cínica (si no podemos ser imparciales, el cinismo
servirá para contrarrestar tanta solemnidad) que nos sigue faltando a la hora
de pormenorizar nuestros privilegios y nuestras miserias.
Sabemos que
el memoir no abunda en la literatura cubana. Algunos ejemplos parecieran
desmentirnos: Los años de Orígenes, de Lorenzo García Vega; Antes que
anochezca, de Reinaldo Arenas; La mala memoria, de Heberto Padilla; La vida tal
cual, de Piñera. Pero creemos que en nuestro caso específico, donde la realidad
parece destronar a cualquier ficción o materia ficticia, el mero inventario de
una existencia marcada por el Desastre tendría igual o más suficiencia
literaria. Si usted quisiera degustar las disímiles variantes del absurdo, o
constatar las asociaciones más increíbles, o apuntar situaciones límites,
consulte a un cronista cubano. ¿Dónde florece mejor el chiste involuntario, el
chiste innato, sino en un sitio custodiado por figurantes y militantes
lobotomizados? Y la mejor pregunta de todas: ¿Qué exiliado cubano no carga una
historia alucinante: dramaturgia de evasión, apetito geográfico, atrezzo
surrealista, rutas de escape desaconsejables, travesías azarosas, oficios
inenarrables?
Siempre nos
quedará Madrid no se limita a la experiencia de un itinerario, ni de una vida
ensalzada por gracia de un cambio de latitud. Si alguien tratara de idear una
preceptiva del relato autobiográfico, ¿bastaría el estilo o la supuesta
grandeza de una vida para validarlo? Si ahora mismo, por ejemplo, yo tratara de escribir mis memorias, estoy
seguro que algunas zonas del pudor y la estilística me harían alterar (retocar)
la realidad. Más que una prosa eficiente o una vida inusual, nuestro mayor reto
sigue siendo la franqueza a la hora de confesarnos. Del Risco logra algo muy
singular: nos deja con la impresión de un recuento descarnado, y de paso ha
logrado que leamos de corrido, atentos a su relación, y con la sonrisa a flor
de labios a pesar de que ciertos pasajes no son precisamente idílicos. De todas
las ganancias posibles, de su lectura, quisiera quedarme con dos en particular.
La primera: la descripción del acecho constante de ese mundo paralelo que
alguna vez rechazamos en favor del otro, el que desandamos hoy. Nuestra vida se
compone de renuncias, de encrucijadas a cada paso; nos decidimos por un camino,
por una puerta, y siempre quedamos con la duda: ¿qué habría sucedido, de haber elegido
la otra opción? La segunda ganancia: poder constatar que seguimos siendo un
clan maldito, el escritor como carga pública, como inconveniente en esta etapa
de la civilización en que el contrato social exige aún más aprender a convivir
con el Otro, a trabajar con [para] el Otro, a no herir la sensibilidad del
Otro, a mostrar sentido práctico, a simular una sintonía doméstica, a dominar
el lenguaje y los instrumentos de supervivencia…
Si en sus
libros anteriores, Enrique del Risco había socavado parte de la estructura
retórica del templo nacionalista, así como su empecinada hagiografía, esta vez
se lo tomado de manera personal, saliendo al ruedo, allí donde sobran las
indulgencias, al foro desierto y ruinoso que alguna vez fue una Isla.
(Enrique del Risco: Siempre nos quedará Madrid. Sudaquia Group, 2012)
No hay comentarios:
Publicar un comentario