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lunes, 4 de septiembre de 2017

De cuando al crítico se le paró escribiendo una reseña de poesía

“En un primer nivel básico, de pura perspectiva visual, se encuentran la ranura, la hendija, la hendidura. El ojo y el cuerpo van allí, se aposentan allí, separados (y al mismo tiempo involucrados en lo que sucede) de un acontecer misterioso.”
“Los poemas lustran y fijan, en su mayoría, el contacto terrible y bello con lo impreciso, o acaso con lo que se esconde para que después se revele.”
“Él atraviesa las estaciones del cuerpo, los ciclos del intercambio sensual con los otros, a sabiendas de que al final algo (¿el alma?) podría salvarse.”
“Cuadros que se alejan y se acercan. El muchacho de los sauces, por ejemplo, es una metáfora clásica, o de sabor clásico; podemos verla en libros muy antiguos, en los albores de la poesía occidental, pero también podemos oler al muchacho, sentir la presencia de su languidez, la ligereza de su andar y el peso casi inclemente de su mirada.”
“Por las ranuras del mundo el poeta atisba y alcanza a ser un voyeur del espíritu; cuece su curiosidad, o su hambre de saber, como si fuera imperioso practicar una inquisición desolada, inflexible (por despierta), sin letargos anestésicos, de modo que el resultado se aproxime siquiera a una certeza viva; me refiero a un amor casi dolido, que crece en su propia estupefacción, en su extrañeza, pero que fertiliza lo real de acuerdo con la idea que él tiene de lo real.”
“[El poeta] fija entonces los ojos allí, largamente, hasta arrancar algunos secretos; el objeto se reblandece, se lubrica, acepta la entrada de la metáfora como en una posesión muy intensa”.

(Búsqueda y captura a cargo de: Manuel Sosa)

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