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miércoles, 20 de septiembre de 2017

Antes de la sedición

No basta saberse apartado de la docilidad que determina todo aprendizaje: entrega y gratificación, contrato invisible, acceso gremial. Ni en la tirantez haber cumplido un precepto que termine por condenar las puertas, deudor del filo por ser filo y no incisión. Habrá que gastarse en preguntas, en la indagación de lo axial, sin que parezca efecto o añadidura de cada ecuación vacía. Quien ronda márgenes, sin sustento, ha de quedar como nota apresurada, perdida entre el esplendor fugaz de las líneas que laten y glorifican al copista de provecho, el verdadero enemigo.
   Tú escribes para no simular la cadencia que ellos imponen, para no llenarte de eufonías. Para que no te absorba el engrosamiento, el entusiasmo. Para disimular el candor corrosivo que te hace escribir. Escribes para no ser objeto editable, para no ser inteligible en ese formato que publican cada mañana y que denuncia una minuciosidad repugnante.
   Tú escribes para que baste el carmín de las palabras, para sonrojarte si aciertas en alguna proposición y que no te abrumen los convites por ello.
   Cierras la verja con esmero, enciendes la cera y se las arregla el viandante para gritarte, desde el camino, que por fin ha rebajado el precio de su arreglo coral y que espera una oferta con la primera luz.
   Tú escribes para romper la armazón que reviste el discernimiento. Tú escribes con la certidumbre de que, llegada la hora de elegir, podrás borrarlo todo.

© Manuel Sosa

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