No basta saberse apartado de la docilidad que
determina todo aprendizaje: entrega y gratificación, contrato invisible, acceso
gremial. Ni en la tirantez haber cumplido un precepto que termine por condenar
las puertas, deudor del filo por ser filo y no incisión. Habrá que gastarse en
preguntas, en la indagación de lo axial, sin que parezca efecto o añadidura de
cada ecuación vacía. Quien ronda márgenes, sin sustento, ha de quedar como nota
apresurada, perdida entre el esplendor fugaz de las líneas que laten y
glorifican al copista de provecho, el verdadero enemigo.
Tú escribes
para no simular la cadencia que ellos imponen, para no llenarte de eufonías.
Para que no te absorba el engrosamiento, el entusiasmo. Para disimular el
candor corrosivo que te hace escribir. Escribes para no ser objeto editable,
para no ser inteligible en ese formato que publican cada mañana y que denuncia
una minuciosidad repugnante.
Tú escribes
para que baste el carmín de las palabras, para sonrojarte si aciertas en alguna
proposición y que no te abrumen los convites por ello.
Cierras la
verja con esmero, enciendes la cera y se las arregla el viandante para
gritarte, desde el camino, que por fin ha rebajado el precio de su arreglo
coral y que espera una oferta con la primera luz.
Tú escribes
para romper la armazón que reviste el discernimiento. Tú escribes con la
certidumbre de que, llegada la hora de elegir, podrás borrarlo todo.
© Manuel Sosa
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