Los hubo peores que Luis Pavón, pero pocos dejaron
un testimonio tan explícito de su condición miserable. Por ejemplo, casi nadie
menciona a José Martínez Matos, delator y testigo en procesos penales contra
otros escritores, y cuyo nombre aparece incidentalmente en algún documento de ignominia.
Pero al comisario Pavón es fácil ilustrarlo, pues cada artículo suyo
(publicados en la revista Verde Olivo, usando el seudónimo “Leopoldo Ávila”) ha
sido archivado y expuesto por gente memoriosa, que se sirve de ellos para
demostrar los límites a que llegaba el estalinismo cultural de entonces.
Cuando
Pavón fue enterrado por segunda vez, y agotada en parte la ira de sus antiguas
víctimas, se le quiso añadir una dosis de ternura al candente obituario no
oficial. Norberto Fuentes se sopló los mocos con un par de esquelas gratuitas,
y a Silvio Rodríguez se le ocurrió
rastrearlo por Google y copiar versos de tan mal gusto como estos:
“Entonces,
me veo allí,
sentado sobre la hierba,
con los pies desnudos y sucios
rascándome una nigua.”
Y
efectivamente, no será la imagen del poeta rascándose una nigua la que perdure,
sino la del teniente redactor de crítica terrorista, ya fuese bajo seudónimo o
firma propia, amenazando a quien se desviase del patrón rítmico impuesto desde
las alturas. Habría que decir que el encargo fue cometido con toda la saña
posible, y nada mejor para demostrarlo que una colección de sus mejores
momentos.
Sobre
Cabrera Infante: “Fue este Mr. Kein el primero en abrir el cauce al
individualismo, la vanidad, la superficialidad y la extravagancia en el arte.
Contaminó a más de un trepador que aún sigue dando guerra. Pero es útil
analizar este caso y observar cómo siempre actitudes como las suyas terminan en
el basurero de la contrarrevolución.”
Y esto otro
sobre Lino Novás y el propio Cabrera Infante: “Levantarle aquí monumentos a un
Lino Novás Calvo, por ejemplo, o a Caín, sería peregrino. Llorar como
magdalenas sobre sus recuerdos, es arbitrario y poco masculino.”
Sobre Dos
viejos pánicos de Virgilio Piñera: “Nada más lejos de la Revolución que esa
atmósfera, sin salida posible, en que Virgilio Piñera ha volcado sus pánicos”.
Sobre
Heberto Padilla: “Se las ingenia, eso sí, para permanecer en el candelero
publicando, de tarde en tarde, un poema en alguna revista o levantando el
periscopio con algún viejo poema en antologías seleccionadas por algún amigo o
por él mismo.”
Y además:
“del joven y prometedor poeta de antes sólo queda una caricatura, bastante
lamentable por cierto, clownesca; decidor obstinado de frases supuestamente
brillantes, hiriente, anacrónico personaje salido de alguna mala comedia de
finales de siglo.”
Y también:
“Escribe en busca de un cartelito en el extranjero que le permita satisfacer su
vanidad. Para lograrlo, nada mejor que hacerse el conflictivo, el perseguido,
en una sociedad donde, de veras, muy poca gente piensa en él.”
Sobre una
obra de teatro de René Ariza: “A Ariza le repugna, por ejemplo, el Servicio
Militar, que es, en la obra, sólo un medio por el que el carácter impositivo de
uno de los padres frena al hijo, ni más ni menos que una escuela de curas. Pero
sucede que el autor es cubano y que la obra no está escrita ni se representa,
ni surge ni se premia en Constantinopla. Y aquí el Servicio Militar es una
necesidad que nuestra juventud acepta y en la que participa con entusiasmo.
Estamos levantando y defendiendo un pequeño país revolucionario muy cerca del
más taimado, cruel y criminal de los enemigos. ¿No es claro que nuestros
jóvenes y no sólo ellos, todo el pueblo, tiene que aprender a defenderlo?”
Y contra
Antón Arrufat se envalentonaba: “Llegó al colmo cuando dio a conocer el poema
“Envío”, de José Triana cuyo contenido era la inversión sexual descrita en sus
detalles más groseros. (…) Si en algún momento ha intentado publicar otras
cosas contra-revolucionarias, siempre alguien —con buena intención, a ver si
Antón cambiaba— le aconsejaba amistosamente. Y Antón guardaba su poemita. Pero
ahora por su cuenta y riesgo se va a la guerra con armadura y todo. A la guerra
contra la Revolución. Y ahí sí que no. Ni grupitos que lleven la obra al
extranjero con dinero de la Revolución ni vuelos a capitales europeas. Aquí no
celebramos las insolencias aunque vengan de un señor tan mínimo. Aquí no
aplaudimos la infamia, porque la Revolución se hizo contra la infamia. Aquí no
levantamos pedestales a la mentira, porque la Revolución se hizo con la verdad.
Y además, no desprecie tanto al pueblo, no crea que el pueblo no va a entender
sus ataques groseros y aristocratizantes. El pueblo los entiende y los rechaza.
No van a pasar inadvertidas sus insolencias mientras él se ríe del pueblo
detrás de la cortina. Eso no va a volver a pasar.”
Y era capaz
de soltar cosas como esta: “Por el camino del ablandamiento ideológico, de la
despolitización absoluta se llega a la tontería, pero, a veces, a la
contrarrevolución.”
Para si
existen dudas, este otro fragmento lo publicó con su nombre, y usando los
mismos términos de “Leopoldo Ávila”:
“En teatro,
es sabido lo mal que andamos. Entre un Piñera que se repite hasta la monomanía
y un Arrufat que repite a Piñera con mayores oscuridades, reticencias y
anfibologías (por otra parte, tan transparentemente hostiles a la Revolución),
nuestro teatro parece desembocar irremediablemente a la tontería.”
Podrá
descansar en paz, y podrán perdonarlo aquellos a quienes martirizó, pero ahí
quedan sus palabras.
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