Vistas de página en total

viernes, 15 de septiembre de 2017

Luis Pavón: queda escrito

Los hubo peores que Luis Pavón, pero pocos dejaron un testimonio tan explícito de su condición miserable. Por ejemplo, casi nadie menciona a José Martínez Matos, delator y testigo en procesos penales contra otros escritores, y cuyo nombre aparece incidentalmente en algún documento de ignominia. Pero al comisario Pavón es fácil ilustrarlo, pues cada artículo suyo (publicados en la revista Verde Olivo, usando el seudónimo “Leopoldo Ávila”) ha sido archivado y expuesto por gente memoriosa, que se sirve de ellos para demostrar los límites a que llegaba el estalinismo cultural de entonces.
   Cuando Pavón fue enterrado por segunda vez, y agotada en parte la ira de sus antiguas víctimas, se le quiso añadir una dosis de ternura al candente obituario no oficial. Norberto Fuentes se sopló los mocos con un par de esquelas gratuitas, y a Silvio Rodríguez se le ocurrió  rastrearlo por Google y copiar versos de tan mal gusto como estos:

   “Entonces,
me veo allí,
sentado sobre la hierba,
con los pies desnudos y sucios
rascándome una nigua.”

   Y efectivamente, no será la imagen del poeta rascándose una nigua la que perdure, sino la del teniente redactor de crítica terrorista, ya fuese bajo seudónimo o firma propia, amenazando a quien se desviase del patrón rítmico impuesto desde las alturas. Habría que decir que el encargo fue cometido con toda la saña posible, y nada mejor para demostrarlo que una colección de sus mejores momentos.
   Sobre Cabrera Infante: “Fue este Mr. Kein el primero en abrir el cauce al individualismo, la vanidad, la superficialidad y la extravagancia en el arte. Contaminó a más de un trepador que aún sigue dando guerra. Pero es útil analizar este caso y observar cómo siempre actitudes como las suyas terminan en el basurero de la contrarrevolución.”
   Y esto otro sobre Lino Novás y el propio Cabrera Infante: “Levantarle aquí monumentos a un Lino Novás Calvo, por ejemplo, o a Caín, sería peregrino. Llorar como magdalenas sobre sus recuerdos, es arbitrario y poco masculino.”
   Sobre Dos viejos pánicos de Virgilio Piñera: “Nada más lejos de la Revolución que esa atmósfera, sin salida posible, en que Virgilio Piñera ha volcado sus pánicos”.
   Sobre Heberto Padilla: “Se las ingenia, eso sí, para permanecer en el candelero publicando, de tarde en tarde, un poema en alguna revista o levantando el periscopio con algún viejo poema en antologías seleccionadas por algún amigo o por él mismo.”
   Y además: “del joven y prometedor poeta de antes sólo queda una caricatura, bastante lamentable por cierto, clownesca; decidor obstinado de frases supuestamente brillantes, hiriente, anacrónico personaje salido de alguna mala comedia de finales de siglo.”
   Y también: “Escribe en busca de un cartelito en el extranjero que le permita satisfacer su vanidad. Para lograrlo, nada mejor que hacerse el conflictivo, el perseguido, en una sociedad donde, de veras, muy poca gente piensa en él.”
   Sobre una obra de teatro de René Ariza: “A Ariza le repugna, por ejemplo, el Servicio Militar, que es, en la obra, sólo un medio por el que el carácter impositivo de uno de los padres frena al hijo, ni más ni menos que una escuela de curas. Pero sucede que el autor es cubano y que la obra no está escrita ni se representa, ni surge ni se premia en Constantinopla. Y aquí el Servicio Militar es una necesidad que nuestra juventud acepta y en la que participa con entusiasmo. Estamos levantando y defendiendo un pequeño país revolucionario muy cerca del más taimado, cruel y criminal de los enemigos. ¿No es claro que nuestros jóvenes y no sólo ellos, todo el pueblo, tiene que aprender a defenderlo?”
   Y contra Antón Arrufat se envalentonaba: “Llegó al colmo cuando dio a conocer el poema “Envío”, de José Triana cuyo contenido era la inversión sexual descrita en sus detalles más groseros. (…) Si en algún momento ha intentado publicar otras cosas contra-revolucionarias, siempre alguien —con buena intención, a ver si Antón cambiaba— le aconsejaba amistosamente. Y Antón guardaba su poemita. Pero ahora por su cuenta y riesgo se va a la guerra con armadura y todo. A la guerra contra la Revolución. Y ahí sí que no. Ni grupitos que lleven la obra al extranjero con dinero de la Revolución ni vuelos a capitales europeas. Aquí no celebramos las insolencias aunque vengan de un señor tan mínimo. Aquí no aplaudimos la infamia, porque la Revolución se hizo contra la infamia. Aquí no levantamos pedestales a la mentira, porque la Revolución se hizo con la verdad. Y además, no desprecie tanto al pueblo, no crea que el pueblo no va a entender sus ataques groseros y aristocratizantes. El pueblo los entiende y los rechaza. No van a pasar inadvertidas sus insolencias mientras él se ríe del pueblo detrás de la cortina. Eso no va a volver a pasar.”
   Y era capaz de soltar cosas como esta: “Por el camino del ablandamiento ideológico, de la despolitización absoluta se llega a la tontería, pero, a veces, a la contrarrevolución.”
   Para si existen dudas, este otro fragmento lo publicó con su nombre, y usando los mismos términos de “Leopoldo Ávila”:
   “En teatro, es sabido lo mal que andamos. Entre un Piñera que se repite hasta la monomanía y un Arrufat que repite a Piñera con mayores oscuridades, reticencias y anfibologías (por otra parte, tan transparentemente hostiles a la Revolución), nuestro teatro parece desembocar irremediablemente a la tontería.”
   Podrá descansar en paz, y podrán perdonarlo aquellos a quienes martirizó, pero ahí quedan sus palabras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario