Los bardos, cuando se agotan, no ignoran su utilidad
secundaria: hacer visible (audible) el mito que les engendró. No es que el mito
necesite su arte, sino que la caja registradora precisa activarse durante esas
temporadas en que la imagen se aparta del deseo. Arte como remembranza del
estío, la casa tomada por la nieve. Sus voces gangosas no estorban; la
audiencia está convencida de antemano y pide encores. ¡Una audiencia que parece
no escuchar, que marcha disciplinada al reencuentro con su idolillo; una
audiencia que jadea anhelante! ¿Qué términos podrían ilustrar ese acto
estrujado y ridículo, el del falso poeta que ha sido incapaz de renovarse, y
que revuelve afanoso el arcón donde guarda partituras amarillentas? ¿Farsa?
¿Bufonada? ¿Función pactada para que el bardo no se encolerice? Las palmas
arrítmicas que son el enemigo, el contoneo del hombre nuevo que fracasó, las
metáforas fáciles que desbordan el Carnegie Hall. Intraducibilidad. Tired act:
comprobar que el Poder puede exponer, en territorio enemigo, sus teorías
básicas. Resucitar nombres malditos. Reeditar autores peligrosos. Alimentar
bardos que cansan. Tired act: el Poder reciclando metáforas elementales, palcos
para la nostalgia populista, voz de comadreja, rostro que alguna vez mereció un
expediente, versos de dudosa escolaridad, el circo como negocio estatal.
Entradas agotadas para acto agotado.
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