La lectura más dichosa sabe de silencios, losas y
rumor de agua. Sabe erigirse sobre los efluvios y los círculos abismales en que
asentamos las deposiciones. Se instala sobre la noción de impureza, y nos
otorga el ensimismamiento.
Es un
proemio verboso, que describe el acto de convertir el retrete en biblioteca,
habiendo ajustado el estantillo que nos faltaba para sostener tal osadía.
¿Quién que no sea un insensato pudiera obedecer los rituales del cuerpo sin
buscar un cuarto de hora ilustrado, o al menos entretenido? Ese cuarto de hora,
dilatado más de las veces para contrariar la angustiada mano que golpea la
puerta y reclama su turno, va convirtiéndose en nuestra única posesión: es la
grieta que ensanchamos y nos permite escapar de obligaciones conyugales y
profesionales. Encerrarse a leer para procurar alivio, dos placeres que se
enlazan en una sola expresión: aprender entre el placer y la necesidad.
A los
insulares, llagados en la sublimación del progreso social, no siempre nos fue
dado elegir el tipo de literatura sanitaria que preferíamos. Tuvimos que
confiar en la certeza de los tratadistas soviéticos, en las plumas del más
dócil realismo, en el recurrente stream
of consciousness que imprimían los diarios al día siguiente del Discurso.
No aprendimos a ser selectivos por mera necesidad de circunstancia. En nuestro
acto intervenían otras variables: paisaje, texturas, diseño del cajón
acomodaticio (rara vez manifestado en forma de commode), nerviosismo y provisión de agua.
He aquí que
hoy calibramos la ventaja de un anaquel a la altura precisa, y qué autores se
avienen con los requerimientos de esta práctica liberadora. Ciertamente,
algunos libros salen al mercado con un sutil tufillo a baño, dicho esto con
buena intención: son libros concebidos para leerlos sentados sobre frialdades
apetecibles. Y por supuesto, se han hecho compilaciones expresamente con ese
destino. El retrete como celda, como biblioteca reluciente donde se entrecruzan
las fragancias: la literatura cava senderos inimaginables.
“Te estoy
leyendo en el baño” ha dejado de ser una frase cargada de astucia, para
convertirse en elogio finísimo.
Intuyo que
muy pronto comenzarán a editarse libros en forma de rollos sanitarios. En
concordancia con lo efímero de los usos modernos, tendremos literatura
descargable.
© Manuel Sosa
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