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viernes, 8 de septiembre de 2017

Te estoy leyendo en el baño

La lectura más dichosa sabe de silencios, losas y rumor de agua. Sabe erigirse sobre los efluvios y los círculos abismales en que asentamos las deposiciones. Se instala sobre la noción de impureza, y nos otorga el ensimismamiento.
   Es un proemio verboso, que describe el acto de convertir el retrete en biblioteca, habiendo ajustado el estantillo que nos faltaba para sostener tal osadía. ¿Quién que no sea un insensato pudiera obedecer los rituales del cuerpo sin buscar un cuarto de hora ilustrado, o al menos entretenido? Ese cuarto de hora, dilatado más de las veces para contrariar la angustiada mano que golpea la puerta y reclama su turno, va convirtiéndose en nuestra única posesión: es la grieta que ensanchamos y nos permite escapar de obligaciones conyugales y profesionales. Encerrarse a leer para procurar alivio, dos placeres que se enlazan en una sola expresión: aprender entre el placer y la necesidad.
   A los insulares, llagados en la sublimación del progreso social, no siempre nos fue dado elegir el tipo de literatura sanitaria que preferíamos. Tuvimos que confiar en la certeza de los tratadistas soviéticos, en las plumas del más dócil realismo, en el recurrente stream of consciousness que imprimían los diarios al día siguiente del Discurso. No aprendimos a ser selectivos por mera necesidad de circunstancia. En nuestro acto intervenían otras variables: paisaje, texturas, diseño del cajón acomodaticio (rara vez manifestado en forma de commode), nerviosismo y provisión de agua.
   He aquí que hoy calibramos la ventaja de un anaquel a la altura precisa, y qué autores se avienen con los requerimientos de esta práctica liberadora. Ciertamente, algunos libros salen al mercado con un sutil tufillo a baño, dicho esto con buena intención: son libros concebidos para leerlos sentados sobre frialdades apetecibles. Y por supuesto, se han hecho compilaciones expresamente con ese destino. El retrete como celda, como biblioteca reluciente donde se entrecruzan las fragancias: la literatura cava senderos inimaginables.
   “Te estoy leyendo en el baño” ha dejado de ser una frase cargada de astucia, para convertirse en elogio finísimo.
   Intuyo que muy pronto comenzarán a editarse libros en forma de rollos sanitarios. En concordancia con lo efímero de los usos modernos, tendremos literatura descargable.

© Manuel Sosa

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