Unos pocos años deben bastar para olvidarse del
Calendario oficial. Y buen síntoma, que algunas mañanas me entero de la fecha
leyendo periódicos que cada vez frecuento menos. La noticia de una ceremonia
vacía, en algún lugar de la isla, pormenoriza ausencias y el paisaje que
preside una estatua, también vacía. Fechas que consigo neutralizar, ausente,
siguiendo otro hilo, asumiendo los días en su esplendor físico. Un día de julio
vuelve a ser un día de julio, caluroso y solitario. Quizás sea otra manera de
ganarles, logrando que las fechas nos sorprendan como tiempo recobrado, nunca
como efemérides. Desde esta perspectiva, es fácil distinguir la superficialidad
de los hechos que nos vendieron como heroicos, escaramuzas y gritería narradas
con tintes melodramáticos, puestas en escena que el tiempo ha ido desnudando.
Ahora sólo quedan ancianos ridículamente vestidos con la pobreza del mercado,
asociados al Olimpo por gracia de las marcas deportivas, deslavazados e
indefensos. Y nosotros, inmunes a sus fechas sagradas.
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