Largo ha sido el camino, pero
al fin el gobierno dionisíaco de los comisarios ha logrado la especialización
de los bouncers ante sus puentes herméticos: los porteros culturales. O
mejor, para restarle amabilidad al término: los cancerberos de actividades. Son
los que llevan cuenta de quiénes ingresan a los conciertos, comparando las
fotos del álbum subversivo con las caras de la dócil fila que acude a comprar
sus papeletas. Son los que corren presurosos a consultar cuando confirman que
alguno de ellos ha osado venir. Lo dicen por las claras: "No te dejaremos
entrar". Evitan así que los enemigos del Proyecto puedan disfrutar del
arte de su tiempo, no porque les preocupen sus filiaciones estéticas, sino para
hacerles saber que tienen aún el Control y el Acceso.
Es la típica actitud del bravucón despechado
y obligado a reprimir sus fuerzas en un medio civil: no puede estrangular a los
que odia, pero les impide el paso y les susurra obscenidades. Nunca como hoy
han estado los “trabajadores de la cultura” más vinculados al Ministerio del
Interior, cuando ejercen descaradamente su papel de perros guardianes, listos
para ladrar si así se les ordena.
Imaginad la orfandad de ese gobierno que alguna
vez tomó venganza sobre un grupo de ciudadanos que quisieron aprovechar un
micrófono vacío. ¿Contemplaría el performance de aquella artista (Tania
Bruguera) todas estas secuelas? ¿O habrá demostrado que ciertos performances
nunca terminan, y el micrófono sigue abierto, recogiendo hasta lo inaudible?
El gobierno cubano, una asamblea cuya
cobardía es pura proyección de lo que ahora es revolución momificada y para
siempre apartada de aquella tribuna tutelar, sigue la estela del líder en
cuanto a estrategias represivas que retratan su impotencia. Ahora viene el
chantaje, como consecuencia a la profanación del micrófono único, y quizás en
lo sucesivo prosigan esos métodos que incluyen el ultraje físico. Escasa de
originalidad, la preceptiva de los comisarios no da para mucho más: guardianes
de arquitecturas que se vienen abajo, animales entrenados a reconocer
transgresores en la multitud. La cultura de olfatear y ladrar, y si fuera
preciso, de clavar dientes.
© Manuel Sosa
No hay comentarios:
Publicar un comentario