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miércoles, 15 de noviembre de 2017

Los porteros culturales

Largo ha sido el camino, pero al fin el gobierno dionisíaco de los comisarios ha logrado la especialización de los bouncers ante sus puentes herméticos: los porteros culturales. O mejor, para restarle amabilidad al término: los cancerberos de actividades. Son los que llevan cuenta de quiénes ingresan a los conciertos, comparando las fotos del álbum subversivo con las caras de la dócil fila que acude a comprar sus papeletas. Son los que corren presurosos a consultar cuando confirman que alguno de ellos ha osado venir. Lo dicen por las claras: "No te dejaremos entrar". Evitan así que los enemigos del Proyecto puedan disfrutar del arte de su tiempo, no porque les preocupen sus filiaciones estéticas, sino para hacerles saber que tienen aún el Control y el Acceso.
   Es la típica actitud del bravucón despechado y obligado a reprimir sus fuerzas en un medio civil: no puede estrangular a los que odia, pero les impide el paso y les susurra obscenidades. Nunca como hoy han estado los “trabajadores de la cultura” más vinculados al Ministerio del Interior, cuando ejercen descaradamente su papel de perros guardianes, listos para ladrar si así se les ordena.
   Imaginad la orfandad de ese gobierno que alguna vez tomó venganza sobre un grupo de ciudadanos que quisieron aprovechar un micrófono vacío. ¿Contemplaría el performance de aquella artista (Tania Bruguera) todas estas secuelas? ¿O habrá demostrado que ciertos performances nunca terminan, y el micrófono sigue abierto, recogiendo hasta lo inaudible?
   El gobierno cubano, una asamblea cuya cobardía es pura proyección de lo que ahora es revolución momificada y para siempre apartada de aquella tribuna tutelar, sigue la estela del líder en cuanto a estrategias represivas que retratan su impotencia. Ahora viene el chantaje, como consecuencia a la profanación del micrófono único, y quizás en lo sucesivo prosigan esos métodos que incluyen el ultraje físico. Escasa de originalidad, la preceptiva de los comisarios no da para mucho más: guardianes de arquitecturas que se vienen abajo, animales entrenados a reconocer transgresores en la multitud. La cultura de olfatear y ladrar, y si fuera preciso, de clavar dientes. 

© Manuel Sosa

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