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lunes, 27 de noviembre de 2017

Modelo de discurso y hasta prólogo

En este preciso instante, echamos de menos el motivo recurrente que brilla con luz propia en las buenas y en las malas, el callejón sin salida que a estas alturas no nos cabe en la cabeza, como un arma de doble filo. Sabemos de buena tinta que dejar una impronta juega un papel crucial y cobra importancia en toda la extensión de la palabra. No queremos, sin más ni más, dejar en el tintero el secreto mejor guardado. Tomar cartas en el asunto y cerrar filas en torno a un amigo entrañable es ya ponernos entre la espada y la pared. Habría que atenerse a las consecuencias y pagar justos por pecadores, no cabe duda. Tan es así que de un tiempo a esta parte la inmensa mayoría nos encontramos enfrascados en coger la sartén por el mango y luchar a brazo partido contra la aplastante derrota. Para nadie es un secreto que reverdecer laureles no significa pasarse de listo o algo por el estilo. Como botón de muestra va el esfuerzo sobrehumano de quien pone los puntos sobre las íes y mantiene a raya al chivo expiatorio, al enemigo jurado; en otras palabras: un acto de legítima defensa, no apto para cardíacos. De una manera u otra, el pan de la enseñanza se hace con harina de otro costal. ¿Qué más da, si al bailar en casa del trompo nos dan gato por liebre y al final cargamos con el muerto? A fin de cuentas, la manzana de la discordia brilla por su ausencia desde tiempos inmemoriales. Huelga decir que en un abrir y cerrar de ojos ponemos manos a la obra y acto seguido nos vamos con nuestra música a otra parte si fuera menester, sin titubear un instante. ¿Para qué traer a colación el mundanal ruido como ejemplo a seguir si al cabo hacemos acto de presencia y vestimos las mejores galas cuando cunde el pánico? Es una verdad insoslayable a lo largo y ancho del país; es otro ejemplo palpable y latente de poner a buen recaudo este secreto a voces: el futuro es luminoso y en la recta final ya podremos ver los cielos abiertos. No nos llamemos a engaño, poner en tela de juicio las fuentes fidedignas y sembrar la duda por amor al arte no significa crear falsas expectativas en este momento crucial. Mal que nos pese, tener la vida pendiente de un hilo y sudar la gota gorda son el marco propicio, la condición sine qua non antes de quemar las naves. Llama poderosamente la atención el apoyo incondicional de ese nutrido grupo que se duerme en los laureles sin ventilar sus asuntos ni elevarlos a la enésima potencia. De más está decir que abrigamos el propósito de hacer caso omiso a los caminos trillados. Dentro de lo que cabe, un error garrafal y el éxito rotundo son a la larga el mismo perro con diferente collar. Son, por estrecho margen, prueba irrefutable del creerlo todo a pie juntillas y del pedir peras al olmo, sin que nos importe un bledo la satisfacción del deber cumplido. Sin lugar a dudas, cosechar éxitos o ser un dechado de virtudes en última instancia pueden ser el reverso de la moneda. A la postre, sembrar cizaña a tontas y a locas siempre saca de sus casillas a quien no nos pierde ni pie ni pisada. Vale la pena trabajar con tesón y ahínco en la acuciosa labor, con el sudor de nuestra frente, para después dormir a pierna suelta. Mejor que perder los estribos es hacerse el de la vista gorda y seguir al pie de la letra esa ardua tarea a nosotros encomendada y así dejar constancia de nuestro diario quehacer. Resulta de vital importancia puntualizar los detalles de este amplio abanico de posibilidades, porque llamar las cosas por su nombre sigue siendo un motivo de orgullo y un motivo de gran satisfacción, valga la redundancia. Duro y largo ha sido el camino, a ojos vistas; donde hubo humillante revés tenemos hoy calurosa bienvenida y cerrada ovación; donde hubo temas escabrosos y rumores infundados, vemos análisis detallado, encomiable labor y avances significativos a pie de obra. Otro gallo cantaría si luego de anunciar con bombo y platillos la respuesta contundente que merece cualquier espiral de violencia hiciéramos de tripas corazón y pusiéramos pies en polvorosa antes de pasar a mejor vida. No es una peregrina idea la que nos hace creer a pie juntillas el ejemplo imperecedero de quien hace mutis por el foro y nos sirve en bandeja de plata tantas emotivas imágenes de toda índole, para luego cargar con la culpa. A ciencia cierta, andar de capa caída no es bajar la guardia por cuenta del papel preponderante que un meteórico ascenso propicia. Cuando llueve a cántaros, la llovizna pertinaz toma la iniciativa y el celoso guardián no logra pegar los ojos, no logra conciliar el sueño de los justos. El hombre ruega encarecidamente que la catadura moral de quien no es bien visto sea por fin el golpe de gracia, la gota que colma el vaso. Tirar la toalla, craso error de quien peina canas y no tiene pelos en la lengua, equivale a coger el rábano por las hojas y crear óptimas condiciones a toda costa, sin ton ni son. A pesar de los pesares, hacemos valer nuestra unión inquebrantable, los ingentes esfuerzos de quienes hacen uso de la palabra y someten a votación las drásticas medidas, como un enclave privilegiado a flor de piel. No es hora de andarse por las ramas ni andar con paños tibios, sino de recabar el apoyo de cada cual, contra viento y marea, a como dé lugar. De alguna manera, el que más y el que menos ha dado en el clavo si ha estado a punto de ver con sus propios ojos lo que significa una favorable acogida. Después de todo, la suerte nos sonríe y nos damos el lujo de sentar cátedra y meternos en la boca del lobo. Jugarse la vida es dejar por sentado que acometer esta empresa, hasta las últimas consecuencias, es el cuento de nunca acabar. El camino es tortuoso, lleno de vicisitudes; cruentos combates se vislumbran a diestra y siniestra, y no basta avanzar a pasos agigantados, a galope tendido; no basta llevar a cabo otra tarea priorizada y cumplir a cabalidad lo que parezca un hueso duro de roer y así sucesivamente. Antes de darse muchas ínfulas, y por ende, arder en deseos, se ha de rechazar enérgicamente el dorar la píldora a quien deja mucho que desear. En cierto sentido, estrechar lazos inquebrantables de buenas a primeras, como el que no quiere la cosa, es única y exclusivamente un raro privilegio, sólo comparable al amor a primera vista. Todos hacen hincapié en los precios módicos, por si las moscas, previendo que su afán de protagonismo no deje títere con cabeza, de golpe y porrazo, pésele a quien le pese, salga el sol por donde salga. La suerte está echada.

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