La piedra que cae al lago y la onda imperceptible
que se genera, y que empuja algo que se convierte en desastre. Y como nadie se
cuida de lo leve… O el febril inventor que viaja al pasado y trae de recuerdo
la hoja del árbol en que habrán de colgarle… La causa de la causa, el defecto
del efecto… Entonces: El poeta se levanta y escribe una cuartilla frenética. La
cuartilla, tres horas más tarde, es engavetada. El poema peca de efusividad. Su
título: Lo que moja la tierra.
Facilismo y sentimiento, piensa el poeta. Ripple effect: a drawer is closed. Al
día siguiente, acortada la vigilia de las enciclopedias, demostrando todo el
oficio que se puede adquirir (y acumular) ejercitando la escritura, el poeta
compone lo que considera su obra maestra. Filosofía en verso, nervio cotejado
con certidumbres. Cinco cuartillas. El poema se titula Interregno. Algún editor se lo va a pedir para la antología que
prepara de poesía metafísica. La antología es un éxito de crítica. Interregno
le añade una extraña sobriedad a tanto símbolo cósmico. El poeta viaja a una de
esas Ferias, y conoce a la que será su esposa. La boda es civil, no hay iglesia
que valga. Sólo consiguen un embarazo exitoso. Los demás se malogran. El hijo
no saldrá poeta, sino abogado. El poeta es acusado de aridez en sus posibles
libros de consagración. La metafísica no se aviene con los tiempos que corren.
El poeta muere sin ver la edición de sus obras completas. Alguien le pide al
hijo que seleccione unos versos para el epitafio. Los libros del padre son
densos. Es pura casualidad que encuentre, en una gaveta, una cuartilla juvenil
que entusiasma su corazón. Ordena grabar en la lápida unos versos inéditos del
padre muerto. El poema se titula Lo que
moja la tierra.
© Manuel Sosa
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