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viernes, 23 de junio de 2017

Nuestro querido Calígula

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Así es que, desde que partió de Misena, aunque seguía en traje de duelo el cortejo fúnebre de Tiberio, continuó su marcha entre altares adornados con flores, con víctimas preparadas ya, antorchas encendidas y acompañándole alegres aclamaciones de una inmensa multitud, que había salido a su encuentro y le prodigaba los nombres más tiernos, llamándole su estrella, su hijo, su niño, su discípulo.
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Su envidiosa malignidad; su crueldad y su orgullo se extendían a todo el género humano y a todos los siglos. Derribó las estatuas de los grandes hombres, que Augusto había trasladado del Capitolio, donde había poco espacio, al vasto recinto del Campo de Marte; y de tal manera dispersó los restos, que cuando quisieron restaurarlas no pudieron encontrarse completas las inscripciones con que estaban adornadas.
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En cuanto a los estudios liberales, aplicóse muy poco a la literatura y mucho a la elocuencia. Tenía palabra abundante y fácil, sobre todo cuando peroraba contra alguno. La cólera le inspiraba ampliamente ideas y palabras, respondiendo a su apasionamiento su pronunciación y su voz; no podía permanecer quieto, y su palabra llegaba hasta los escuchas más lejanos.
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No tenía en cuenta las reglas en la construccion dé sus palacios y casa de campo, y nada ambicionaba tanto como ejecutar lo que se consideraba irrealizable; construía diques en mar profundo y agitado; hacía dividir las rocas más duras; elevaba llanuras a la altura de las montañas y arrasaba los montes al nivel de los llanos: todo esto con increíble rapidez, castigando la lentitud con pena de muerte. Y para decirlo todo de una vez, en menos de un año disipó los famosos tesoros de Tiberio César, que ascendían a dos mil setecientos millones de sestercios.
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Quería de tal modo a un caballo llamado Incitatus, que la víspera de las carreras del circo mandaba soldados a imponer silencio en todo el vecindario, para que nadie turbase el descanso de aquel animal. Mandó construirle una caballeriza de mármol, un pesebre de marfil, mantas de púrpura y collares de Perlas: dióle casa completa, con esclavos, muebles, en fin, todo lo necesario para que aquellos a quienes en su nombre invitaba a comer con él, recibiesen magnífico trato, y hasta se dice que le destinaba el consulado.
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(Suetonio, Vidas de los doce Césares)

[Búsqueda y captura a cargo de: Manuel Sosa]

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