No ha de ser la primera vez que a la Historia tiran
de su peplo, de la misma manera que a una mujer virtuosa desvelan de
imprevisto, a pleno sol. Y de ese gesto que sigue, automático y pudoroso, se
ceban los que la transcribirán como alegoría de lo insospechado, materia
creable que los poietai sabrán
traducir para que sirva de reflejo o contrapartida a lo aparentemente
fidedigno. Dos escritores cubanos agregan una manera diferente a ese desvelamiento.
Lo hacen con libro cabal, esférico en su pulida compacidad, donde no cabe más
equidistancia y no sobra exposición. Leve
historia de Cuba es un libro que ensancha la grieta especulativa de lo que
nunca ocurrió, de lo que pudo ser, y de lo que intuimos que pasó y no nos
comunicaron. Si la vida es un tejido caprichoso de encrucijadas, y si
repensamos cada una de las opciones que se dejaron atrás, entenderemos que
semejante ejercicio sólo puede conducir a la locura. Si en vez de tomar el
camino A, hubiésemos elegido el B ¿qué se tendría hoy? Así como hemos decidido
petrificar nuestra heredad y referirla a quienes nos sucedan, viene este libro
a emborronar nuestros infolios, como si nos advirtiera: siempre han de faltar
versiones alternas, osadas, menos convenientes.
Un libro de
tal naturaleza abre sendas que echan a perder la hacienda patrimonial, pues la
literatura y la historia cubanas son concebidas como asentamientos intocables
donde la única avidez es perfeccionar, nunca socavar. Enrique del Risco y Francisco
García se encargan de matizar la serie de grabados que han prevalecido (que nos
han exhibido desde la niñez, a manera de diapositivas) como trama oficial. No
nos extrañe pensarla así: nuestros anales ostentan la placidez de esas viñetas
que ilustran los libros sagrados; sus celadores han conseguido, hasta ahora,
mantener su imperturbabilidad.
Además de
proveer el matiz faltante, Leve historia
de Cuba es el gran relato de los papeles secundarios. Es la perspectiva de
quienes sirvieron de relleno en las fotografías del prócer, de quienes se
habían marchado unos minutos antes o no alcanzaron a llegar. Uno comienza a
creerlo, que se puede redactar una cronología que no incluya a los
Innombrables. ¿Y habrá mejor historia que esa? Cierto es que se incurriría en
el mismo desequilibrio que se pretende combatir, pero vale como metáfora de lo
alternativo, ganado por fin.
El
abundante uso de citas, lúdicro siempre, sirve de apoyo inicial a lo que
deviene proyección inusitada. Se revisita así, entre otros propósitos, la
retórica ingenua de los historiadores tradicionales. A falta de índice y
bibliografía, tenemos cronología de hechos y sus desprendimientos, ahora
rescatados en su verdadera dimensión.
Leyendo,
releyendo los pasajes herejes de este nuevo breviario no dejo de pensar en el Paraíso perdido de Milton, en el
misterioso Fernández de Avellaneda, en el desafiante James Macpherson. Pienso
en los reversos del bien aparente, en la continuidad de los ciclos truncos, en
el diálogo del presente con el pasado. Pienso en las puertas que abre este
libro y en su responsabilidad como punto de referencia a partir de hoy.
Ni por un
momento he creído que estaba en presencia de “ficciones humorísticas”. Una vez
rebasada la impresión de la carátula (yo hubiera preferido un mapa manipulado o
una engañosa severidad de manual; y es que el abigarramiento del diseño
desvirtúa la gracia del cuadro de Armando Tejuca) me tomé la lectura muy en
serio, consciente de que había entrado en zona de riesgo: la aparente levedad
sería el pretexto de los autores para desatar los encerados nudos de lo
histórico. El perfecto encajamiento de las piezas, su eficacia narrativa, lo
novedoso de cada enfoque hace pensar que los autores hicieron labor purgatoria
hasta dar con el ritmo que perseguían. Esté en lo cierto o no, ha sido sin
esfuerzo que decidí lanzar otra aserción: al libro no le sobran piezas. Y si
bien es difícil apartar ejemplos para ilustrar su linaje, podemos volver a "Cadenas de libertad", donde poder real y altivez estética interactúan, llegando
a confundirse; será inevitable usar “Waycross, 1894” como ejemplo de
intromisión anónima (anodina) en el sendero del Ungido, la figura del doble
(¿el “tercero” de Eliot?) que viene a insinuarnos un espejo inoportuno.
De todos
los relatos, hay uno que tendré que seguir releyendo, como paliativo o
suplemento, o como lo que sea. No será el magnífico collage “Cantar de gesta”,
o los vívidos “Compañeros son los bueyes” y “Carnaval”. Tendrá que ser “Un día
mortal”, esa pequeña obra maestra que recoge la experiencia de cada cubano
nacido bajo el signo de lo conmensurable. Es un relato triste, casi metafísico,
que nos describe el ayer como premio y castigo a la vez: la felicidad hecha
círculo irrepetible, figura de calidoscopio que no volverá a formarse. El
arqueólogo conoce bien el material precioso que salva; el poeta no se detiene a
reparar en figuras inútiles. El gran Relato cambia según se dé vuelta al
mecanismo, como circunferencia luminosa que refleja posibilidades infinitas.
¿No será
ese el modo en que debiera escribirse la Historia?
(Enrique del Risco y Francisco García: Leve historia de Cuba. Pureplay Press,
Los Angeles, 2007)
No hay comentarios:
Publicar un comentario