No aprendas, no aprendas, que el hálito del regreso
es una trampa dormida, ponderando
su ración de estulticia.
Repasa las crónicas, sin sacrificar el recuerdo
por un pedazo de tierra, o un abrazo
que no será el mismo, vencido por el arco del
ritual.
La única prodigalidad, si la hubiera, es manifiesta
en runas y melodías que acechan: intocables,
el lujo que correspondería a un recluso.
Si traspasas la puerta, no te reconocerán
porque allí se han instalado la senilidad, la
demencia
y el afán museable de un guionista
que te aborrece.
Deja intacta tu memoria, no regreses, no aprendas.
© Manuel Sosa
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