A: El último de una singular cofradía, por no
llamarle estirpe, ¿podría ser?
CV: Me sobreviven otros, quisiera creerlo así.
Algunos muy cercanos, por sus tantas objeciones y su insistencia en situarse
más allá, donde nadie puede clasificarles. Y una esposa que sí tuvo el Verbo.
A: ¿Le alarmó alguna vez su propia intransigencia?
Porque usted fue muy específico en sus demarcaciones, forzando un sentido que
acomodara la poesía a un telos nacional.
CV: No he dejado de creer que la poesía sirve a un
fin superior. El hecho de ser tajante, a veces, no me impidió descubrir la
utilidad de otras perspectivas. Se me reprochará que desterré algunas voces
discordantes con mi propio mapa; pero me auxilié de buenos argumentos, sin
dejarme tentar por la arbitrariedad. Ya no era el gusto o la eficacia
intrínseca de la obra, que para mí no cuentan, sino su trascendencia y su
condicionamiento al Ser.
A: ¿No fue arbitrario el usar un argumento
nacionalista, aunque el término pueda sonar excesivo, para obviar el valor de
lo existencial en poetas incómodos como Piñera?
CV: Así como usted repasa mi vida, como examinador,
yo preferí juzgar la literatura en base a un propósito que rebasaba las
coordenadas habituales. Me sentí capaz de juzgarme a mí mismo y no absolverme.
La función del crítico es ser riguroso y saber explicarse el rasguño de lo
temporal sobre la infinitud. Un libro, una poética específica son maneras de
acceder a la salvación; cobran sentido cuando se conciben en estado de gracia.
Tuve la suerte de conocer a quienes escribían iluminados por ese conocimiento.
Pero también existen libros que se dan el lujo de distraer los sentidos. Como
si fueran artefactos que agradan y seducen, y luego se borran cuando se acaba
el espejismo.
A: ¿No puede el hombre percibir el Ser en un
instante efímero, irrepetible? ¿Acaso la perfección no puede vislumbrarse sin
buscarla, cuando se es un elegido?
CV: Toda certeza sirve para ser destruida. Cuando se
quiera entender cuánta perplejidad alberga un hombre, úsese mi ejemplo. De ahí
mi obsesión con Rimbaud, a quien nadie podrá categorizar jamás… ¿Me disculpa
tantas explicaciones? Al cabo somos tan pobres…
A: Una pobreza que sabe dónde remediarse, e insiste
en sus hábitos.
CV: Yo tendría que purgar tanta pretensión…
A: ¿La redención social como excusa para servir a
los uniformados? ¿No es eso conceder credibilidad?
CV: Es que hablamos de un tránsito, donde confluyen
ideas generosas y hombres atados a su circunstancia.
A: ¿Una nación que ya no se reconoce a sí misma,
dispersándose?
CV: Confieso que el desasosiego me paralizó muchas
veces, pero no podía abjurar justo cuando más fácil era hacerlo. Se ha pagado
un precio terrible, es cierto. Yo he pagado ese precio.
A: ¿Habla de una redefinición de sus Orígenes, de un
rescate forzado en nombre de la Causa?
CV: Pero ha de juzgarse ese empeño como la única
manera que nos fue dada. La excesiva cercanía de Lezama es preferible a su
desconocimiento. El cuaderno origenista sigue abierto, palpitante…
A: Virgilio y Lorenzo no se han aquietado aún.
Quizás ellos han de interrogarle más. Y algunas preguntas serán difíciles.
CV: No más difíciles que las que me he hecho yo.
© Manuel Sosa