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lunes, 17 de julio de 2017

"Cathartes aura"

Los períodos de estabilidad serían otro escenario donde admirar el cíclico estancamiento de la cultura, embebida en la placidez del instante, sin nada que denunciar o ponderar. Cuando prevalece el estatismo, nadie se angustia; las cuerdas no se tensan y los espíritus flotan absortos, a salvo de las tentaciones. ¿Cómo va a romperse este silencio actual, esta meseta que se pierde en el horizonte, apenas el murmullo de quienes conocen el riesgo de alzar la voz y perder sus privilegios? Ni pesadumbre ni júbilo: el virtuosismo no tiene que ser ejecución o dominio, sino también la capacidad de contenerse y enmudecer.
   Existen dos caudales que discernir, llevando estas conjeturas al plano insular. En uno, la cultura florece si se fomentan instituciones y programas; el tutelaje se expande a cada rincón y súbdito, de modo tal que los labriegos llegan a asimilar piezas dramáticas sin esfuerzo alguno; sus hijos reciben instrucción ambiciosa, y cada comunidad aprende a premiar los “logros” de tanta especialización. Podría hablarse de arte y literatura copiosa, aunque resulte uniforme. Un país donde exista exceso de poetas, pintores y ejecutantes; donde las editoriales desechen el tamiz exquisito y los libros abarroten las librerías. Un país planificado e informado, donde predomine una clase intelectual que no repare en los detalles engorrosos de la subsistencia.
   La otra imagen sería la de un plano acosado por urgencias materiales, la falta de futuro (o mejor, la garantía de un futuro lúgubre) que desvincule al súbdito de cualquier tipo de subvención. Un gobierno que se especialice en abusar de su propia retórica y sacrifique solvencia económica por Poder. El individuo que se enfrenta al paisaje. En medio del caos, la necesidad de comunicar tanto desasosiego. Ciertos escritores prefieren llegar a estados extremos, que los obliguen a escribir, a descargar el lastre del día. El Arte como rareza: literatura concentrada, auténtica.
   Y se vuelve a la pregunta, ¿cómo describir el atlas que nos concierne? ¿Estrépito, silencio? ¿Riqueza, escualidez? ¿Originalidad? ¿Claro del bosque, dunas? No toma mucho tiempo el aquietarnos y decidirnos por escudriñar esa fotografía obligada, nuestro escenario inagotable, congénito; y divisar las congregaciones que se animan con el verbo, los asentamientos y el humo de las fogatas; las líneas divisorias que demarcan cada doctrina y sus oficiantes. Alcanzamos a comprender que será imposible clasificar tantas visiones, y que sólo nuestros sucesores habrán de tasar nuestros trabajos, si fuera preciso. Por ahora un campo barroco, que no se agota, sobrevolado por alas negras que dibujan un círculo, impasibles.

© Manuel Sosa

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