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lunes, 24 de julio de 2017

Agrimensura de la trascendencia poética

Esta creciente angustia que palpamos, entre poetas y críticos, por jerarquizar los registros de quienes vinieron como resaca origenista, no tiene mucho que ver con Harold Bloom y sus análisis revitalizadores. Es una angustia que se deriva de la dispersión formal y conceptual de la lírica cubana en los últimos años. Precisamente porque no han cuajado ciertas promesas y porque las aparentes consagraciones se deshacen a la luz de una relectura que se ha librado del Suceso, es que irrumpe la insistencia electiva de poner obras y nombres en su lugar, de enunciar sin piedad quiénes quedan y quiénes viajan.
   La buena fortuna de nuestra ensayística reciente marca el grado de arbitrariedad con que algunos críticos, amparándose en esa aureola tan bien cargada, se atreven a categorizar. Cada quien enuncia su canon y apila los fascículos que demostrarán las razones de elección. Ya leíamos la lista de Roberto González Echevarría, que no podía librarse del ademán profesoral, como si fuera satélite traslaticio de su afamado colega de Yale, Harold Bloom. Una lista que le pidieron y ofreció a regañadientes, como preferimos seguir creyendo, pero ello no la salva de lo irrisorio. Porque al final es simplemente eso: una lista.
   Que nuestros ensayistas justifiquen su bien ganada aseidad no significa que su crítica literaria sea eficiente. Habrá que cuidarse del arrobamiento y desentrañar la validez de una incorporación, poemas como cauces, limpios del malabarismo verbal que les sujeta. Ensayistas y críticos, siendo lo mismo, han de saber proponer más que enunciar. Nuestra generación se arroga clarividencias que nadie solicita. Es esa rara angustia de calcar planisferios y ubicar puntos sobre puntos, hasta el agotamiento.
   ¿Quiénes se alimentan de esas particiones canónicas, de los encuadres y las depuraciones en el campo de la poesía cubana? Lo que está ocurriendo, justo ahora, tiene más de desconcierto que de certidumbre. La lírica reciente no ha producido figuras de gran peso, si las comparamos a los puntales origenistas y a otros personajes de fácil enunciación. ¿Ha de verse como crisis, o como el natural remanso tras el encrespamiento de las aguas?
   Si se deben amontonar propuestas sobre la balanza: Piñera, Diego, Padilla, García Marruz, Baquero, Vitier, verificamos que ninguno se compara al indestructible Lezama Lima. Creer que la vastedad, la historicidad y la extrañeza van a propulsar o destruir un sistema, es no saber pensar la poesía. Creer que hacerle contrapartida a un sistema es otra manera de igualársele, exuda más que candor. Designar lo sentimental como gradiente y complemento del ingenio, y medir sus dosis, es convertirse en árbitro a la fuerza.
   ¿Hacia dónde se suponía que nos condujera el poema? Al ir perdiendo su maquillaje de accesibilidad debía buscar la concentración, la visión pura de lo que no se podía comunicar a través de argumentos. Pero he aquí que sus redactores insisten en revestirle con emociones y efectos, sin que les importen las tasaciones corrientes. La poesía cubana se ha dispersado tanto, que es imposible abarcarla en un único registro. ¿Intrascendente por ser cubana, o por ser actual? ¿Qué poeta contemporáneo, resida donde resida, es un clásico viviente? ¿Quién rescata al que escribe versos, y le muestra al mundo? ¿Volverá el poema a recoger los despojos, a embadurnarse de sentimentalismo, rimas, cadencias, y ripios? Por suerte, ningún árbitro domina o decide estas cuestiones, y tendrá que acostumbrarse a esgrimir su arrogancia sobre las cabezas reverenciales. Pero no las nuestras.
   En otras palabras: entre tantos tipos de arrogancia, nos quedamos con la que no pretende señalizar lo obvio. Nos quedamos con la que no pretende, ni siquiera, señalizar.

© Manuel Sosa

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