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miércoles, 26 de julio de 2017

Lorenzo García Vega: lo cubano en el reverso

No es por hurgar en las antípodas del revalorizado (porque hasta hace unos pocos años era sólo bendecido) título de Vitier, ni por usar de referente el asunto del Reverso, algo que he venido leyendo con persistencia en la red, que quiero hablar del símbolo García Vega y encabezarlo con conceptos tan rotundos. De su propia pluma vino: “Pero es que no sólo existía lo cubano en la poesía, sino lo cubano en el reverso, y lo cubano en lo grotesco”. Porque se ha tenido que volver a examinar la encíclica donde se daba cuenta del precio y el número de las adquisiciones para el reino. Una herejía como apéndice olvidado, al final del corpus, el margen donde alguien hubo de anotar su disensión. Eso fue lo que encontraron los que pretendían cerrar el caso y enterrarlo en una cápsula de tiempo. Cuando nadie lo esperaba, García Vega alzó la mano y dijo: “Falta una página”. A esa hora, cuando los estudios creían haberle exprimido todo el zumo a la naranja teleológica y vindicadora. A esa hora.
   Dos maneras se tienen de reciprocar la visión de este raro origenista (y la etiqueta es un apelativo que ya se le aplica por inertia cubensis):

   1) La que busca un equilibrio, la que se debate entre el asentimiento y la incomodidad, la que trata de compensar las obras posteriores con su poesía (todos los desencuentros se aplacan en el aparente tono neutral de los versos, sea quien sea el poeta) y con su otrora membresía e inevitable dependencia del grupo Orígenes. Dependencia o desprendimiento, si acaso derivación como envés. Es interesante descubrir que esta manera acomoda a la oficialidad cultural cubana, pero también a quienes desde sus exilios veneran el phenomenon origenista y a la vez simpatizan con el Lorenzo viejo, recogido, que llora o gesticula en versículos y collages, el Lorenzo náufrago y que aún no termina de ser rescatado. Otra anotación sintomática de esa ambigüedad: muchos críticos mencionan Los años de Orígenes y sus consecuencias negativas (en lo personal) para el autor, pero no dan su propia valoración del libro en sí.

   2) La que le tiende una alfombra y se convierte en cohorte, la que le copia, la que le celebra sus arbitrariedades con un silencio novicial. En una entrevista, García Vega dice que nunca vio a Piñera; en otra que lo vio dos veces y que llegaron a cruzar algunas palabras. O la matraca de Playa Albina por la tarde y Playa Albina por la mañana. Son ejemplos quizás traídos por los pelos, pero que demuestran lo que puede la elocuencia del maestro contra la mudez de los discípulos; esto es, cuando el coro no pone en entredicho al que lleva la oscilante batuta. Sin embargo, se debe reconocer que esos deudores rescataron del olvido total a un clásico de las letras contemporáneas. Le rescataron y le dieron actualidad y continuidad. Sólo después de asumir al autor de Vilis se puede asumir lo mejor de Diásporas(s), que para los perplejos sigue siendo una resurrección vanguardista. No quisiera dejarlo en “mudez”, ni tildar de prosélitos a un grupo de escritores que se identifican con un genio de la fragmentación como expresión. Pues entran otros factores comprensibles: García Vega no es la típica referencia, es un autor difícil con una personalidad difícil (si hubiese que pormenorizarle), es un monumento a la revocación, es la Revocación misma.

   Si otra manera hubiese, ya quisiéramos sumarnos a ella y no describirla. Recojo estos apuntes dispersos como soporte de una posible tesis:

   -La magia de su obra es esa sensación de rompecabezas incompleto; la certeza de que nunca encontraremos el resto de las piezas. Esa incompletez, mientras no sea producto de la indiferencia, o del prejuicio político, o de la admiración ciega que no deja incorporar cargas negativas, es lo que sustenta su validez de escritor. El día que se publiquen sus “Obras Completas”, este García Vega se enamorará del estante y se convertirá en otra asignatura del Programa de Estudios.

   -Su inaccesibilidad (y agrego: falta de disponibilidad) es su mejor atributo. Las masas no se merecen a un autor tan inquietante. No es pedir que decrezca su influjo, sino que se le pueda preservar como límite, como marca de insubordinación. Que haberlo descubierto no se convierta en hacerlo conveniente.

   -García Vega debe ser la evidencia postrera de lo cubano en el reverso, volviendo a su terminología. El último clásico de una lista donde le acompañan José Jacinto Milanés, Virgilio Piñera, Reynaldo Arenas, Heberto Padilla, Ángel Escobar. Al tenerse la certeza de que ya la hora de los clásicos ha pasado, de que nuestra literatura será de ahora en lo adelante un semillero de pequeños triunfos, se le debe una reverencia profunda. Tómese en cuenta que va a ser la última reverencia que hagamos.

   Nada más ajeno a lo grotesco que su obra y memoria. Él habrá querido adjudicarse esa carga, para completar el espectro que abarca el oficio de perder. Pero sus cáusticas salidas, el martilleo de la repetición, las fricciones del collage, sus punzantes dardos son indicio de otra cualidad: ser la verticalidad dentro del mapa horizontal (consultar, como analogía, el Retrato de A. Hooper y su esposa, de C.A. Aguilera; libro como aguja que traspasó el territorio Nominal de la poesía en la isla). García Vega, como se ha dicho, nunca ha dejado de aguar las fiestas. Cuando ha dicho más de la cuenta, cuando ha dicho lo justo, cuando ha enumerado sus muchos desencuentros. Sin cambiar de estilo, insistente hasta lo insoportable, le ha dado rostro al Reverso como opción a la dulzura de las fundaciones. Y eso basta para resguardarle como escritor.

© Manuel Sosa 

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