No es por hurgar en las antípodas del revalorizado
(porque hasta hace unos pocos años era sólo bendecido) título de Vitier, ni por
usar de referente el asunto del Reverso, algo que he venido leyendo con
persistencia en la red, que quiero hablar del símbolo García Vega y encabezarlo
con conceptos tan rotundos. De su propia pluma vino: “Pero es que no sólo
existía lo cubano en la poesía, sino lo cubano en el reverso, y lo cubano en lo
grotesco”. Porque se ha tenido que volver a examinar la encíclica donde se daba
cuenta del precio y el número de las adquisiciones para el reino. Una herejía
como apéndice olvidado, al final del corpus, el margen donde alguien hubo de
anotar su disensión. Eso fue lo que encontraron los que pretendían cerrar el
caso y enterrarlo en una cápsula de tiempo. Cuando nadie lo esperaba, García
Vega alzó la mano y dijo: “Falta una página”. A esa hora, cuando los estudios
creían haberle exprimido todo el zumo a la naranja teleológica y vindicadora. A
esa hora.
Dos maneras
se tienen de reciprocar la visión de este raro origenista (y la etiqueta es un
apelativo que ya se le aplica por inertia
cubensis):
1) La que
busca un equilibrio, la que se debate entre el asentimiento y la incomodidad,
la que trata de compensar las obras posteriores con su poesía (todos los
desencuentros se aplacan en el aparente tono neutral de los versos, sea quien
sea el poeta) y con su otrora membresía e inevitable dependencia del grupo
Orígenes. Dependencia o desprendimiento, si acaso derivación como envés. Es
interesante descubrir que esta manera acomoda a la oficialidad cultural cubana,
pero también a quienes desde sus exilios veneran el phenomenon origenista y a la vez simpatizan con el Lorenzo viejo,
recogido, que llora o gesticula en versículos y collages, el Lorenzo náufrago y
que aún no termina de ser rescatado. Otra anotación sintomática de esa ambigüedad:
muchos críticos mencionan Los años de Orígenes y sus consecuencias negativas
(en lo personal) para el autor, pero no dan su propia valoración del libro en
sí.
2) La que
le tiende una alfombra y se convierte en cohorte, la que le copia, la que le
celebra sus arbitrariedades con un silencio novicial. En una entrevista, García
Vega dice que nunca vio a Piñera; en otra que lo vio dos veces y que llegaron a
cruzar algunas palabras. O la matraca de Playa Albina por la tarde y Playa
Albina por la mañana. Son ejemplos quizás traídos por los pelos, pero que
demuestran lo que puede la elocuencia del maestro contra la mudez de los
discípulos; esto es, cuando el coro no pone en entredicho al que lleva la
oscilante batuta. Sin embargo, se debe reconocer que esos deudores rescataron
del olvido total a un clásico de las letras contemporáneas. Le rescataron y le
dieron actualidad y continuidad. Sólo después de asumir al autor de Vilis se puede asumir lo mejor de Diásporas(s), que para los perplejos
sigue siendo una resurrección vanguardista. No quisiera dejarlo en “mudez”, ni
tildar de prosélitos a un grupo de escritores que se identifican con un genio
de la fragmentación como expresión. Pues entran otros factores comprensibles:
García Vega no es la típica referencia, es un autor difícil con una
personalidad difícil (si hubiese que pormenorizarle), es un monumento a la
revocación, es la Revocación misma.
Si otra
manera hubiese, ya quisiéramos sumarnos a ella y no describirla. Recojo estos
apuntes dispersos como soporte de una posible tesis:
-La magia
de su obra es esa sensación de rompecabezas incompleto; la certeza de que nunca
encontraremos el resto de las piezas. Esa incompletez, mientras no sea producto
de la indiferencia, o del prejuicio político, o de la admiración ciega que no
deja incorporar cargas negativas, es lo que sustenta su validez de escritor. El
día que se publiquen sus “Obras Completas”, este García Vega se enamorará del
estante y se convertirá en otra asignatura del Programa de Estudios.
-Su
inaccesibilidad (y agrego: falta de disponibilidad) es su mejor atributo. Las
masas no se merecen a un autor tan inquietante. No es pedir que decrezca su
influjo, sino que se le pueda preservar como límite, como marca de
insubordinación. Que haberlo descubierto no se convierta en hacerlo
conveniente.
-García
Vega debe ser la evidencia postrera de lo cubano en el reverso, volviendo a su
terminología. El último clásico de una lista donde le acompañan José Jacinto
Milanés, Virgilio Piñera, Reynaldo Arenas, Heberto Padilla, Ángel Escobar. Al
tenerse la certeza de que ya la hora de los clásicos ha pasado, de que nuestra
literatura será de ahora en lo adelante un semillero de pequeños triunfos, se
le debe una reverencia profunda. Tómese en cuenta que va a ser la última
reverencia que hagamos.
© Manuel Sosa
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