Yo no soy el único obsesionado con Norberto Fuentes.
He leído reseñas donde los autores dan fe de su curiosidad por el sujeto, como
si fuera una especie de ornitorrinco literario que amerita la verificación y el
escrutinio. Porque es difícil encontrar un hombre de letras cuya esencia sea la
suma de todas las cosas que no es. Así, Norberto Fuentes no llega a ser
periodista por su excesiva cercanía, capaz de abandonar la cámara y el
bolígrafo para limpiarle la metralleta al general o participar en
interrogatorios de prisioneros; no es escritor, novelista, cuentista, prosador:
sus libros no califican como buena literatura, aunque sirvan de referencia a la
filología de la Revolución; no es hombre de acción, pese a haber servido como
adlátere de selectos (dulces) guerreros, ya que la pasividad palaciega es una
de sus grandes pasiones; es incapaz de escribir un buen memoir porque sus memorias son las de otros; no es intelectual
castrista, pues fue desterrado de la Corte hace muchos años, sin posibilidad de
readmisión; no es activista contra la dictadura que gobierna en su país, pues
su papel se limita al análisis desde ángulos inesperados, como si todavía
mantuviera un acceso secreto; no es una figura visible, pero mantiene opiniones
que siguen siendo bien pagadas; acopia notas y más notas sobre su propia
masculinidad, y a la vez nos agobia con minuciosas descripciones de portañuelas
abultadas. Ornithorhynchus anatinus
dije, y no dije mal.
Norberto
Fuentes reaparece ahora como uno de los dos padres de la disidencia literaria,
según él mismo. El otro es Heberto Padilla. Tal disidencia consiste en un
librillo tirado contra la pared por el Crítico en Jefe, y en una memorable
puesta en escena, allá por 1971, luego de que Padilla inculpara a varios
escritores. Fuentes negó las acusaciones allí mismo, para desentonar en plena
actividad o para agregar realismo al Mea Culpa, según se mire o se crea. Con
ese expediente, tan flaco como el librillo, cargó durante varios años. Fuentes
resulta entonces el único disidente literario del castrismo, ya que la
disidencia de Padilla “pertenece a otra experiencia”, en este caso la
soviética.
Está visto
que el reto de toda discrepancia sigue siendo el reconocimiento, especialmente
en una nación donde el gobierno y sus objetores, por igual, minimizan a quienes
pretendan desplazarles. Y si se trata de algo tan discutible como “disidencia
literaria”, estaríamos asistiendo a otra manera de pasar por encima de los
libros, sin leerlos, para darles crédito cívico y consagrarlos. Yo creía que
escribir bien, a pesar de la opresión que pueda ejercer la realidad, era
disentir. Muchos escritores creen pertenecer a órdenes exclusivas, a base de
doctrina y geografía, sin haber logrado una obra que los justifique. Escriben y
contabilizan los poemas, se ufanan de las ventas, pretenden obtener patentes de
visibilidad. Yo creo, sinceramente, que el nombre de Norberto Fuentes aparecerá
en transcripciones futuras, pero no como miembro exclusivo de ese club que
pretende inaugurar, sino como apostilla. ¿Disidencia literaria? Si usted no ve
un pleonasmo en esa pretenciosa construcción, mejor siga evocando guerreros y
describiendo paquetes testiculares, que llegará lejos.
© Manuel Sosa
No hay comentarios:
Publicar un comentario