La reclusión del literato es sólo tal a la hora de
concebir su obra, pues escribir es la consecuencia necesaria del hecho de
aislarse. Confesiones, actos corporales, llenar páginas: el hombre saca de sí
lo que ya no puede contener.
Pero
entonces queda el manifiesto vaporoso, temblando sobre la mesa. Nadie escribe
para la pira. Press or pyre, llegada
la hora de elegir, la otra personalidad interviene, la que cree saberse vender.
En todo escritor duerme un viajante que prefiere negociar con los impresores
del bazar.
Como es
usual que falte el sentido práctico, tan caro a los que no trabajan con la
escritura, ha de establecerse la premisa básica de supervivencia: dejarse
imantar por alguna suerte de mecenazgo, ya sea funcional o ilusivo.
Por
supuesto, entre mecenazgo y lotería, la segunda es alternativa más probable,
pero el escritor no cesa en su empeño de ser adoptado, de ser descubierto.
Mientras,
dependerá del círculo que eligió. Se integrará al clan que describa mejor sus
intereses. Abjurar quiere decir aquí: muerte filosófica. Tendrá que fundar su
tertulia o su círculo de lectura. Tendrá que sobrevivir al absintio, a las
rimas cansadas de los otros, al conversador franco y su tanta familiaridad.
Búsquese en
el atlas cubano, dentro y fuera de la isla, algún caso de anacoreta literario.
¿Dónde ubicarlos, si existieran? Allí uno que depende de los syllabi multiculturales, de los
académicos que lo manejan como argumento difícil. Carpetas y carpetas por
revisar y subastar entre conferencia y conferencia. Un poeta prolífico, cada
vez menos incómodo para las tesis que se redactan a toda prisa. Aquí cerca otro
cuya demencia senil sigue despertando curiosidad clínica en forma de dossiers y
reimpresiones. Un literato en reclusión, sí, pero asediado por hinchas y
fotógrafos.
El escritor
cubano codicia una porción de ese ostracismo (la forma más engañosa de simular
la unicidad) que justificaría su obra, pero aún no se decide a abandonar la
tertulia, la sesión de fotos, el homenaje.
Si se
mirara desde la altura, el mapa parecería cuadriculado, parcelas y más parcelas
de iguales áreas y disímiles texturas; y en el abigarramiento de colores habría
más de traje circense que de paleta laboriosa.
© Manuel Sosa
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