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lunes, 31 de julio de 2017

El Ángel del Umbral interroga a Cynthio Vitier

A: El último de una singular cofradía, por no llamarle estirpe, ¿podría ser?

CV: Me sobreviven otros, quisiera creerlo así. Algunos muy cercanos, por sus tantas objeciones y su insistencia en situarse más allá, donde nadie puede clasificarles. Y una esposa que sí tuvo el Verbo.

A: ¿Le alarmó alguna vez su propia intransigencia? Porque usted fue muy específico en sus demarcaciones, forzando un sentido que acomodara la poesía a un telos nacional.

CV: No he dejado de creer que la poesía sirve a un fin superior. El hecho de ser tajante, a veces, no me impidió descubrir la utilidad de otras perspectivas. Se me reprochará que desterré algunas voces discordantes con mi propio mapa; pero me auxilié de buenos argumentos, sin dejarme tentar por la arbitrariedad. Ya no era el gusto o la eficacia intrínseca de la obra, que para mí no cuentan, sino su trascendencia y su condicionamiento al Ser.

A: ¿No fue arbitrario el usar un argumento nacionalista, aunque el término pueda sonar excesivo, para obviar el valor de lo existencial en poetas incómodos como Piñera?

CV: Así como usted repasa mi vida, como examinador, yo preferí juzgar la literatura en base a un propósito que rebasaba las coordenadas habituales. Me sentí capaz de juzgarme a mí mismo y no absolverme. La función del crítico es ser riguroso y saber explicarse el rasguño de lo temporal sobre la infinitud. Un libro, una poética específica son maneras de acceder a la salvación; cobran sentido cuando se conciben en estado de gracia. Tuve la suerte de conocer a quienes escribían iluminados por ese conocimiento. Pero también existen libros que se dan el lujo de distraer los sentidos. Como si fueran artefactos que agradan y seducen, y luego se borran cuando se acaba el espejismo.

A: ¿No puede el hombre percibir el Ser en un instante efímero, irrepetible? ¿Acaso la perfección no puede vislumbrarse sin buscarla, cuando se es un elegido?

CV: Toda certeza sirve para ser destruida. Cuando se quiera entender cuánta perplejidad alberga un hombre, úsese mi ejemplo. De ahí mi obsesión con Rimbaud, a quien nadie podrá categorizar jamás… ¿Me disculpa tantas explicaciones? Al cabo somos tan pobres…

A: Una pobreza que sabe dónde remediarse, e insiste en sus hábitos.

CV: Yo tendría que purgar tanta pretensión…

A: ¿La redención social como excusa para servir a los uniformados? ¿No es eso conceder credibilidad?

CV: Es que hablamos de un tránsito, donde confluyen ideas generosas y hombres atados a su circunstancia.

A: ¿Una nación que ya no se reconoce a sí misma, dispersándose?

CV: Confieso que el desasosiego me paralizó muchas veces, pero no podía abjurar justo cuando más fácil era hacerlo. Se ha pagado un precio terrible, es cierto. Yo he pagado ese precio.

A: ¿Habla de una redefinición de sus Orígenes, de un rescate forzado en nombre de la Causa?

CV: Pero ha de juzgarse ese empeño como la única manera que nos fue dada. La excesiva cercanía de Lezama es preferible a su desconocimiento. El cuaderno origenista sigue abierto, palpitante…

A: Virgilio y Lorenzo no se han aquietado aún. Quizás ellos han de interrogarle más. Y algunas preguntas serán difíciles.

CV: No más difíciles que las que me he hecho yo.

A: Entonces no tengo que indicarle el camino. Lo están esperando.


© Manuel Sosa

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