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miércoles, 2 de agosto de 2017

¿Qué hacer cuando se tiene un Pedro de la Hoz?

La diversidad, para que cobre sentido, tiene que crear feligresía como mismo se adquiere un gusto reacio al paladar, paso a paso, venciendo resistencias. La diversidad, asimismo, nos cobra siempre un precio alto: para tener un Rafael Alcides es preciso mantener a diez Iroeles Sánchez; para ostentar un Delfín Prats se necesitan por los menos quince Nancys Morejón.
   De modo que nadie espere un escenario con actores balanceados ni audiencias unánimes cuando se pretenda imaginar el país del día después. Debemos agradecer a la chusma cubana, la que se ocupa de golpear a ciudadanos desarmados, su propia existencia. Nos sirven de recordatorio del instrumental que debemos calibrar a la hora del retrato de grupo. Son los cubanos que representan la podredumbre de un sistema que se aferra a la sobrevida como un perro al hueso mesozoico.
   Ellos existen, cargan con su miserable humanidad para hacer la contrapartida del otro extremo: los cubanos que ya cortaron sus hilos para no ser marionetas de nadie.
   No estaría mal un poco de justicia inmediata (de justicia práctica) que aplicar a esa chusma. Sin embargo, recuérdese que la justicia se viste de ironías y sutilezas. Basta visitar la isla, y constatar el modo en que el fango se ha impuesto como hábitat natural. Allí los ves, famélicos y envejecidos pobladores que aguardan en fila su ración mugrienta, atentos al silbido del amo. Esos son los que ayer usaban huevos y tomates como proyectiles, los que apedreaban casas y propinaban golpizas a cualquier infeliz que pretendiese escapar del hato.
   El escarmiento ha sido minucioso y ejemplar: un huevo se ha convertido en lujo para estos pordioseros.
   Más sutil ha sido el laxativo de ese personaje, un asalariado del gobierno, que se llama Pedro de la Hoz. Pues vean: quien quiso alguna vez ser escritor de renombre, firmando versos y fabulillas, ha terminado como redactor de justificaciones en el órgano oficial de una dictadura que no se avergüenza de acorralar madres y esposas. Le ha tocado explicar, a través de una columna infame, las razones oficiales para agredir a quienes se manifiestan contra el Sátrapa. “Una contundente respuesta verbal”, nos dice este mastín cultural. Y dice más: “La serenidad, la firmeza y el civismo de nuestro pueblo…”
   Es la misma serenidad y firmeza que han usado siempre, sobre todo para propinar palizas a mujeres y ancianos.
   ¿Qué hacer cuando tenemos un Pedro de la Hoz? Habrá que conformarse, por ahora, con saber que la existencia de cien Pedros de la Hoz es el precio que se paga por haber tenido un Oswaldo Payá.

© Manuel Sosa

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