La diversidad, para que cobre sentido, tiene que
crear feligresía como mismo se adquiere un gusto reacio al paladar, paso a
paso, venciendo resistencias. La diversidad, asimismo, nos cobra siempre un
precio alto: para tener un Rafael Alcides es preciso mantener a diez Iroeles
Sánchez; para ostentar un Delfín Prats se necesitan por los menos quince Nancys
Morejón.
De modo que
nadie espere un escenario con actores balanceados ni audiencias unánimes cuando
se pretenda imaginar el país del día después. Debemos agradecer a la chusma
cubana, la que se ocupa de golpear a ciudadanos desarmados, su propia
existencia. Nos sirven de recordatorio del instrumental que debemos calibrar a
la hora del retrato de grupo. Son los cubanos que representan la podredumbre de
un sistema que se aferra a la sobrevida como un perro al hueso mesozoico.
Ellos
existen, cargan con su miserable humanidad para hacer la contrapartida del otro
extremo: los cubanos que ya cortaron sus hilos para no ser marionetas de nadie.
No estaría
mal un poco de justicia inmediata (de justicia práctica) que aplicar a esa
chusma. Sin embargo, recuérdese que la justicia se viste de ironías y
sutilezas. Basta visitar la isla, y constatar el modo en que el fango se ha
impuesto como hábitat natural. Allí los ves, famélicos y envejecidos pobladores
que aguardan en fila su ración mugrienta, atentos al silbido del amo. Esos son
los que ayer usaban huevos y tomates como proyectiles, los que apedreaban casas
y propinaban golpizas a cualquier infeliz que pretendiese escapar del hato.
El
escarmiento ha sido minucioso y ejemplar: un huevo se ha convertido en lujo
para estos pordioseros.
Más sutil
ha sido el laxativo de ese personaje, un asalariado del gobierno, que se llama
Pedro de la Hoz. Pues vean: quien quiso alguna vez ser escritor de renombre,
firmando versos y fabulillas, ha terminado como redactor de justificaciones en
el órgano oficial de una dictadura que no se avergüenza de acorralar madres y
esposas. Le ha tocado explicar, a través de una columna infame, las razones
oficiales para agredir a quienes se manifiestan contra el Sátrapa. “Una
contundente respuesta verbal”, nos dice este mastín cultural. Y dice más: “La
serenidad, la firmeza y el civismo de nuestro pueblo…”
Es la misma
serenidad y firmeza que han usado siempre, sobre todo para propinar palizas a
mujeres y ancianos.
¿Qué hacer
cuando tenemos un Pedro de la Hoz? Habrá que conformarse, por ahora, con saber
que la existencia de cien Pedros de la Hoz es el precio que se paga por haber
tenido un Oswaldo Payá.
© Manuel Sosa
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