Podemos coincidir en la idea de rescatar a José
Ángel Buesa, para romper la perspectiva tradicional de poeta fácil que le
endilgan los lectores exigentes. Y coincidir no significa creer que estamos
haciendo un acto justiciero, sino un acto sedicioso que podrá incomodar a no
pocos del gremio. Se puede mirar al poeta desde una luz menos privativa, y
reconocer que sabía versificar, ganarse la gracia del lector común, enseñar su
estro en determinados momentos y vivir de su pluma. Hasta ahí podemos
prestarnos al juego de la resurrección.
Pero otra
cosa es tratar de aislar un tipo de escritura, y darle un apellido que no
lleva, si al cabo sabemos que el término “poesía del sentimiento” es una
redundancia más. Lo que se conjura como ganancia en la obra del crucense, esa
vaguedad y falta de ambientación que debe tocar al lector universal, puede
validarse del mismo modo que se haría con cualquier otro fabricador de
ilusiones. La carencia de anécdota y vivencia íntima en sus poemas se convierte
en sello de autenticidad, según los que hoy se adelantan a pagar su rescate,
olvidando que todo artífice busca en la generalidad lo que confesar no puede,
porque responde a códigos de fácil acceso, a modelos genéricos en tanto le
sirvan de soporte a su mensaje prefabricado. El arte sin patetismo e irrisión
es arte embotellado, y de ahí que cada asomo biográfico en todo libro que se
niega a entregarse por las buenas sea plenamente justificable, y deseable. Se
trata de credibilidad, y la razón que nos lleva a los unos a reverenciar lo que
otros aborrecen. A veces somos reflejados en lo que leemos, y apostamos todo lo
que tenemos por esa comunión pasajera. La poesía de Buesa, bien embotellada y
etiquetada, era inteligente por saber adecuarse ante la mayor cantidad posible
de feligreses.
Si se
tienen razones urgentes para exponer una tesis de rehabilitación, búsquese
mayor cobertura, porque de nada vale cargar con un arsenal de análisis
literario y gastarlo en el siempre oportuno Poema del renunciamiento. Semejante
tesis no ha de sostenerse en un pilar tan previsible y lamentable, y nos consta
que aquel caramillo tuvo otros momentos de inspiración.
En
definitiva, aunque se oponga resistencia a la idea, Buesa fue un personaje
atractivo y en muchas maneras loable, pero también un poeta mediocre. Podemos
leerlo sin complejos, y hasta defenderlo de tanta severidad conceptual que
juzga sin hurgar dentro de otras poéticas disfrazadas, pero el resultado es
invariable: poesía a granel, al por mayor, corriente.
© Manuel Sosa
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