Los talleres literarios constituyen una manera de
adiestrar a los que creen tener capacidades escriturales. Son una vieja y
universal (más de lo que creemos los cubanos) manera de domar el estilo y la
redacción. En nuestro país cuentan con abnegados defensores, que les mantienen
vivos a fuerza de debates y reencuentros, con lecturas competitivas, clases y
ejercicios retóricos.
Existen
tres posturas bien definidas con respecto a su utilidad:
a) un
taller literario sirve para limar y tachar, para mejorar un texto con las
observaciones de sus integrantes.
b) sirve de
alguna manera como tertulia y punto de encuentro entre personas afines.
c) quien no
es capaz de juzgar sus propios textos con mirada implacable, mejor que deje de
escribir.
Y así,
entonces, existe el tertuliano pragmático, que cree un poco en cada una de las
tres teorías y aprovecha lo que puede de ellas: lee públicamente un trozo
recién escrito y del que duda aún, comparte con sus semblables todo lo extraliterario que le espolea por dentro, se
convence de que su escritura es superior a los demás y de que no regresará a
otra sesión.
En Cuba,
este tertuliano es el que más abunda. Ciertos escritores no pueden apartarse
del todo de este influjo/reflujo que los mantiene en contacto con un grupo
afín. Y cuando se trata de concursos (los llamados Encuentro Debates) asisten
en calidad de jurados o de contendientes, pues podrán ocupar la habitación de
un motel, comer bien y tratar con escritores de prestigio nacional e
internacional. Para los guantanameros, es la única manera que tienen de
compartir con sus colegas pinareños, para poner el ejemplo más extenso.
La lírica y
la narrativa que se escriben dentro de las fronteras nacionales, con varias
excepciones, están signadas por retóricas y temáticas de las que no es
conveniente salir si se quiere obtener reconocimiento. El modesto taller
literario se ha expandido hasta convertirse en el Gran Molde que sombrea
nuestras letras. Y hablo figurativamente. Sin embargo, la mentalidad de taller
sigue acechando y firmando páginas y páginas irreprochables desde el punto de
vista formal.
Hace unos
años, seguí una breve polémica publicada en la red, entre un renegado del
Taller de técnicas narrativas que dirige el escritor Heras León y varios
discípulos (y uno que intentó hacer de árbitro). De ella pude extraer lo
siguiente:
-ciertos
escritores aún se resisten a normas prescriptivas;
-se sigue
confundiendo mecenazgo con magisterio;
-si
Cervantes hubiese asistido a un curso de narrativa, hubiera escrito mejor
(según los talleristas);
-se siguen
barajando los premios como símbolo de calidad literaria;
-el gradiente
de amistad sigue impidiendo el uso de una crítica, sea amable o no;
-se aplica
el término de egresado a quien culmine dicho curso o taller (¡egresado!);
-cuando se
cuestionan cátedras o figuras representativas como Heras León se cede tiempo al
“enemigo”.
Menciono
esta polémica por tratarse, en su mayoría, de talleristas. Y siendo tales, no
demuestran ni un ápice de lo aprendido, pues su egresado virtuosismo no se
distingue por parte alguna. Quizás se informaron sobre ciertas normas narrativas,
quizás hayan aprendido a contar una historia con la tolerable efectividad. Pero
no saben esgrimir y defender un argumento a través de la prosa. Un taller de
formación narrativa debería incorporar técnicas periodísticas, y abordar el
ensayo, el artículo; ocupar al discipulado en leer poesía, teatro, testimonios;
obligarlos a debatir entre sí, asignando roles opuestos; sumergirlos en
problemas de lógica y teología, por ejemplo.
El taller
literario es aprovechable si logra ejercitar la razón. La palabra es mero
vehículo. Y aunque lo dudemos, es un privilegio.
Así
entonces, imaginemos que el poema siguiente se hubiese presentado a una sesión
de adiestramientos retóricos. La avalancha de objeciones hubiese hundido al
autor, uno de nuestros grandes poetas, en el descrédito mayor. No hubiera
pasado de una sesión municipal.
“Como le pesa más el hombro izquierdo,
está allí, enredado en la reja de sus pies,
el idiota. Vuelve a su abecedario desleído,
agua con hilachas marchosas y cáscaras sedosas.
Este idiota está dañado, se entrega empujando
al revés, a los merengues corporales; babea
sobre el phalus impudicus, babea
sobre los manchones de la retrasada tosferina;
babea sobre las tumultuosas enmiendas de la plana.
La mosca huye a Terranova para evitar el babeo.
Bob, Bobby, La boba tiene cuenta corriente,
abre cuenta corriente, babea el billete
de pago por babear otro cuerpo.
No sabemos dónde está, La boba
escarba en los hormigueros coliflores.
En el tercer acto de Giraudoux,
en el servicio tiznado de marmolite granadino,
babea lentamente las excelencias de una sílaba,
o cubre en Le mouton sans fleur con baba de piedra
dos perdices rosadas con mandarina almendraleja.
"Oiga, usted se le parece tanto que le
ordenamos
la siesta, oiga, oiga."
Enreda con baba la filológica lectura
y pregunta por Ivan Yusuf La Condamine.
Sobre su rostro el santón bosteza las nubes de sus
parábolas”.
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