Como decíamos ayer, mucha gente hubiera preferido
que el epitafio de José Lezama Lima terminara de este modo: …ya que nacer aquí
es una fiesta innombrable, en lugar del original: …ya que nacer es aquí una
fiesta innombrable.
Pero más
que citar mal, o reescribir a su antojo, la cultura oficial cubana usa un
procedimiento más eficaz para apoderarse de las leyendas: el convertirlas en
lugar común. Y ya sabemos que el enemigo de Martí, al igual que le ocurre al
poeta de Trocadero, ha sido el cansancio. ¿Citas y cansancio clásico? ¿Podría
convertirse el autor de Paradiso en
un nuevo almacén de frases para la progresía insular?
El
centenario de Lezama les sirvió para hacerlo accesible a los turistas, a los
renovadores de ruinas, a la masa pioneril y al propio Partido. Casa museo con
pintura fresca, reediciones, conferencias.
Pero les
quedaba por resolver el problema del epitafio. Ciertas personas insistían en la
gran diferencia que existe entre nacer aquí y nacer es aquí. Una tumba
atravesada y un verso que honraba el suceso, no el lugar. Faltaba la frase que
resolviera la cubanía del poeta, y respiraron aliviados al encontrarla:
No he
oficiado nunca en los altares del odio, he creído siempre que Dios, lo bello y
el amanecer pueden unir a los hombres. Por eso trabajé en mi patria, por eso
hice poesía.
Esperaron
pacientes, porque sabían que el centenario era el mejor pretexto para la
sustitución. Con el mismo descaro que esculpieron a Martí rescatando a su hijo
de la bestia del Norte, resaltaban esos
altares del odio. Ya sabemos: la violencia del exilio, la guerra mediática, el
acoso del Imperio. Trabajar en la patria, nunca abandonarla a su suerte. El
epitafio ha dejado de ser un problema.
Es
sintomático, que de todas las frases que recuerda Fernández Retamar de su amigo
con tumba retocada, su preferida sea: “A mí no me agarrarán entonces en mi
casa, sino que tendrán que cazarme por los tejados de La Habana, donde estaré
con mi forifai en la mano”. Un Lezama que defiende su centro de trabajo: la
Patria, y que sería capaz de esgrimir el revólver si fuera necesario. Por
suerte, esa vez no la garabatearon sobre sus restos. Pero nada es seguro en
nuestra querida Barataria.
Limpiar
tumbas es un oficio honroso. Pero los funcionarios culturales han usado la
lechada y la reescritura para encubrir su nerviosismo, su insuficiencia
intelectual. Y de paso, congraciarse con los uniformados. Los escritores, por
su propio bien, deberían tomar cartas en el asunto, porque si al Gordo citan de
una manera tan tendenciosa, ¿qué inscribirán en las lápidas de Pablo Armando
Fernández y Miguel Barnet, si es que alguien decide enterrarlos?
De poder
escoger un epitafio que describa con fidelidad al Lezama del centenario, yo
escogería estos versos suyos:
Tropieza con una multitud
que
escandaliza su nombre,
aunque él
apenas lo oye.
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