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viernes, 25 de agosto de 2017

Lechada y cuenta nueva sobre Lezama

Como decíamos ayer, mucha gente hubiera preferido que el epitafio de José Lezama Lima terminara de este modo: …ya que nacer aquí es una fiesta innombrable, en lugar del original: …ya que nacer es aquí una fiesta innombrable.
   Pero más que citar mal, o reescribir a su antojo, la cultura oficial cubana usa un procedimiento más eficaz para apoderarse de las leyendas: el convertirlas en lugar común. Y ya sabemos que el enemigo de Martí, al igual que le ocurre al poeta de Trocadero, ha sido el cansancio. ¿Citas y cansancio clásico? ¿Podría convertirse el autor de Paradiso en un nuevo almacén de frases para la progresía insular?
   El centenario de Lezama les sirvió para hacerlo accesible a los turistas, a los renovadores de ruinas, a la masa pioneril y al propio Partido. Casa museo con pintura fresca, reediciones, conferencias.
   Pero les quedaba por resolver el problema del epitafio. Ciertas personas insistían en la gran diferencia que existe entre nacer aquí y nacer es aquí. Una tumba atravesada y un verso que honraba el suceso, no el lugar. Faltaba la frase que resolviera la cubanía del poeta, y respiraron aliviados al encontrarla:

   No he oficiado nunca en los altares del odio, he creído siempre que Dios, lo bello y el amanecer pueden unir a los hombres. Por eso trabajé en mi patria, por eso hice poesía.

   Esperaron pacientes, porque sabían que el centenario era el mejor pretexto para la sustitución. Con el mismo descaro que esculpieron a Martí rescatando a su hijo de la bestia del Norte,  resaltaban esos altares del odio. Ya sabemos: la violencia del exilio, la guerra mediática, el acoso del Imperio. Trabajar en la patria, nunca abandonarla a su suerte. El epitafio ha dejado de ser un problema.
   Es sintomático, que de todas las frases que recuerda Fernández Retamar de su amigo con tumba retocada, su preferida sea: “A mí no me agarrarán entonces en mi casa, sino que tendrán que cazarme por los tejados de La Habana, donde estaré con mi forifai en la mano”. Un Lezama que defiende su centro de trabajo: la Patria, y que sería capaz de esgrimir el revólver si fuera necesario. Por suerte, esa vez no la garabatearon sobre sus restos. Pero nada es seguro en nuestra querida Barataria.
   Limpiar tumbas es un oficio honroso. Pero los funcionarios culturales han usado la lechada y la reescritura para encubrir su nerviosismo, su insuficiencia intelectual. Y de paso, congraciarse con los uniformados. Los escritores, por su propio bien, deberían tomar cartas en el asunto, porque si al Gordo citan de una manera tan tendenciosa, ¿qué inscribirán en las lápidas de Pablo Armando Fernández y Miguel Barnet, si es que alguien decide enterrarlos?
   De poder escoger un epitafio que describa con fidelidad al Lezama del centenario, yo escogería estos versos suyos:

       Tropieza con una multitud
   que escandaliza su nombre,
   aunque él apenas lo oye.

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