¿Quién puede ubicar la linde escurridiza donde se
inició el declive de los Premios Cervantes? ¿El nuevo milenio y el caos de la
literatura en español? ¿O fue la concepción misma (o el capricho académico) de
usar el Atlántico como tabique que separase las dos categorías: peninsulares y
americanos? Un guiño del ojo paciente, otro del ojo enardecido: ¿fue esa la
razón?
Porque
ahora nos trae, casi como guirnalda funeral, este premio al bueno de Juan
Gelman, a quien todos sospechábamos insepulto pero tranquilo, en paz con su
suerte de hacedor menor. Le ha venido el famoso lauro como mascarilla, como
confirmación de que la justicia puede ser un roce casi impalpable y
caballeroso: señor mío, es suyo este cetro postrero, así que apriételo firme
aunque le tiemble el pulso.
Cuesta
abajo y sin frenos, el Premio Cervantes ha comenzado a resultar accesible para
ciertos estratos de nuestra literatura más placentera. Como pudieron salvar el
escollo de García Márquez, quien les quitó responsabilidad hace ya tiempo:
“Después del Nobel, no me hace falta nada más”, ahora se dedican los
catedráticos al juego de las reinserciones. Comenzando por Gelman, luego de
unos cuantos años de palidez compensatoria, no andan lejos de barajar los
nombres de sus hermanos de causa: Mario Benedetti, Ernesto Cardenal, poetas de
lo cotidiano y lo inmediato. Y de lo efectivo.
Ah, la
poesía latinoamericana, de donde partieron las lecciones que reformaron la
prosodia dictada por el cansancio de las formas. Esa poesía diáfana, tan
dispuesta a ser declamada ante la gente común, copiada a lápiz y luego
revertida sobre el inconsciente que se hace mito al final. Juan Gelman
representa todo lo que permanece físicamente cuando se disipan los frutos de la
intrepidez. No vamos a tener otro siglo de Darío, Vallejo, Huidobro, Lezama,
Paz y Borges. Ahora que no queda nadie, no resulta mala idea alumbrar los
reversos, levantar los cantos y revisar los despachos.
Miren si
no: alzaron una cortinilla estampada, buscando afanosos, y allí encontraron
acuclillado a un redactor de versos que habían olvidado. Y le encasquetaron el
premio gordo de la Lengua.
© Manuel Sosa
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