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miércoles, 9 de agosto de 2017

El Cervantes como limosna

¿Quién puede ubicar la linde escurridiza donde se inició el declive de los Premios Cervantes? ¿El nuevo milenio y el caos de la literatura en español? ¿O fue la concepción misma (o el capricho académico) de usar el Atlántico como tabique que separase las dos categorías: peninsulares y americanos? Un guiño del ojo paciente, otro del ojo enardecido: ¿fue esa la razón?
   Porque ahora nos trae, casi como guirnalda funeral, este premio al bueno de Juan Gelman, a quien todos sospechábamos insepulto pero tranquilo, en paz con su suerte de hacedor menor. Le ha venido el famoso lauro como mascarilla, como confirmación de que la justicia puede ser un roce casi impalpable y caballeroso: señor mío, es suyo este cetro postrero, así que apriételo firme aunque le tiemble el pulso.
   Cuesta abajo y sin frenos, el Premio Cervantes ha comenzado a resultar accesible para ciertos estratos de nuestra literatura más placentera. Como pudieron salvar el escollo de García Márquez, quien les quitó responsabilidad hace ya tiempo: “Después del Nobel, no me hace falta nada más”, ahora se dedican los catedráticos al juego de las reinserciones. Comenzando por Gelman, luego de unos cuantos años de palidez compensatoria, no andan lejos de barajar los nombres de sus hermanos de causa: Mario Benedetti, Ernesto Cardenal, poetas de lo cotidiano y lo inmediato. Y de lo efectivo.
   Ah, la poesía latinoamericana, de donde partieron las lecciones que reformaron la prosodia dictada por el cansancio de las formas. Esa poesía diáfana, tan dispuesta a ser declamada ante la gente común, copiada a lápiz y luego revertida sobre el inconsciente que se hace mito al final. Juan Gelman representa todo lo que permanece físicamente cuando se disipan los frutos de la intrepidez. No vamos a tener otro siglo de Darío, Vallejo, Huidobro, Lezama, Paz y Borges. Ahora que no queda nadie, no resulta mala idea alumbrar los reversos, levantar los cantos y revisar los despachos.
   Miren si no: alzaron una cortinilla estampada, buscando afanosos, y allí encontraron acuclillado a un redactor de versos que habían olvidado. Y le encasquetaron el premio gordo de la Lengua.

© Manuel Sosa

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