Había que encontrarle un punto de evasión a la
lírica nacional. No era escasez de poetas y libros, pues el Estado garantizaba
su continuidad usando todo tipo de maniobras: becas, ediciones, sueldos,
cursos, inducciones… Pero el exceso de poesía era, en consecuencia, un exceso
de retórica y artificios. Los filólogos nadaban en tales afluentes, sabiendo
que perseguían una estela circular, donde la extrañeza y el desasosiego se
dejaban apenas entrever. Demasiados poetas convencionales y ninguno visionario.
Si se alteraba su estado de placidez, insistían, los poetas alterarían el
discurso. Si se provocaba una crisis, aunque mínima, alguna fórmula tendría que
romperse. El colegio de filólogos redactaba su propuesta formal al Estado,
tomando el espíritu de la nación como divisa: se precisaba una grieta
saludable, una chispa redentora.
Fue
entonces que alguien mencionó el nombre de Ciro Levi, el poeta olvidado del
Norte, a quien una minoría veneraba por representar el discurso contrario. Pese
a no estar vedado oficialmente, su aislamiento y sus misteriosos libros le
garantizaban la necesaria credibilidad.
—No será
difícil rescatarle — aseguró el presidente del colegio, y propuso una
entrevista minuciosa como punto de partida.
Tras el
cortés intercambio de telegramas, Ciro Levi aceptó la audiencia y prometió
responder todas las preguntas. Los corresponsales fueron elegidos por su
juventud y agudeza. Viajaron un día entero por las provincias hasta dar con la
humilde y vistosa hacienda del Poeta, quien los recibió amablemente y les
ofreció té de Ceilán. Era un hombre todavía fuerte, delgado y muy expresivo.
Fue así que abrió sus compuertas:
—Escribo
todos los días. Es la parte más importante del ritual. Un poema por jornada. Os
mostraré las carpetas que archivo. Hoy escribiré algún poema corto, debido a
vuestra interrupción. Es interrupción grata, no os preocupéis. Llevo
contabilidad de mi obra: 7 341 poemas, 117 ensayos y 15 piezas narrativas. ¿Qué
os parece? Escribo de lunes a sábado, el domingo corrijo y archivo todo el
trabajo de la semana. Por supuesto, ser metódico ha sido otra manera de
sobrevivir los inconvenientes físicos. Recibo pensión de la provincia y no
gasto en placeres efímeros. Hago el amor dos veces por semana y recibo a mis
pocos amigos una vez al mes. Mi poesía, no lo dudéis, es innovadora y difícil.
No sólo en el concepto, sino en lo visual. No carezco de temas, no. A mi edad,
hasta el simple hecho de defecar es poetizable. Mis achaques, mi ingenio siempre
enhiesto, mis pérdidas, mi asombro ante las cosas cotidianas…Todo es
poetizable, amigos. Ved, no siempre escribo en la maquinilla. Algunos poemas
merecen la pluma sobre el pliego, esa antigua comunión. Por supuesto, son
piezas que subasto cuando viajo a la ciudad. Mi obra es patrimonio y
privilegio. Y aún…
El filólogo
más joven se levantó de su asiento y sonrió con amabilidad.
—Perdón,
tengo que buscar la grabadora para la entrevista —y se dispuso a abrir la
puerta.
—Un
momento, amigos —repuso el Poeta—, yo creía que la entrevista había comenzado.
¿Tendré que repetir lo que ya he dicho?
—No hay
problema. Ahora tenemos mejor idea de las preguntas que le haremos, y
ahorraremos tiempo. Podrá incluso escribir un poema largo, si así lo prefiere. No
queremos que por culpa nuestra su poema 7 342 se quede corto…
© Manuel Sosa
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