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lunes, 7 de agosto de 2017

Viaje al Poeta

Había que encontrarle un punto de evasión a la lírica nacional. No era escasez de poetas y libros, pues el Estado garantizaba su continuidad usando todo tipo de maniobras: becas, ediciones, sueldos, cursos, inducciones… Pero el exceso de poesía era, en consecuencia, un exceso de retórica y artificios. Los filólogos nadaban en tales afluentes, sabiendo que perseguían una estela circular, donde la extrañeza y el desasosiego se dejaban apenas entrever. Demasiados poetas convencionales y ninguno visionario. Si se alteraba su estado de placidez, insistían, los poetas alterarían el discurso. Si se provocaba una crisis, aunque mínima, alguna fórmula tendría que romperse. El colegio de filólogos redactaba su propuesta formal al Estado, tomando el espíritu de la nación como divisa: se precisaba una grieta saludable, una chispa redentora.
   Fue entonces que alguien mencionó el nombre de Ciro Levi, el poeta olvidado del Norte, a quien una minoría veneraba por representar el discurso contrario. Pese a no estar vedado oficialmente, su aislamiento y sus misteriosos libros le garantizaban la necesaria credibilidad.
   —No será difícil rescatarle — aseguró el presidente del colegio, y propuso una entrevista minuciosa como punto de partida.
   Tras el cortés intercambio de telegramas, Ciro Levi aceptó la audiencia y prometió responder todas las preguntas. Los corresponsales fueron elegidos por su juventud y agudeza. Viajaron un día entero por las provincias hasta dar con la humilde y vistosa hacienda del Poeta, quien los recibió amablemente y les ofreció té de Ceilán. Era un hombre todavía fuerte, delgado y muy expresivo. Fue así que abrió sus compuertas:
   —Escribo todos los días. Es la parte más importante del ritual. Un poema por jornada. Os mostraré las carpetas que archivo. Hoy escribiré algún poema corto, debido a vuestra interrupción. Es interrupción grata, no os preocupéis. Llevo contabilidad de mi obra: 7 341 poemas, 117 ensayos y 15 piezas narrativas. ¿Qué os parece? Escribo de lunes a sábado, el domingo corrijo y archivo todo el trabajo de la semana. Por supuesto, ser metódico ha sido otra manera de sobrevivir los inconvenientes físicos. Recibo pensión de la provincia y no gasto en placeres efímeros. Hago el amor dos veces por semana y recibo a mis pocos amigos una vez al mes. Mi poesía, no lo dudéis, es innovadora y difícil. No sólo en el concepto, sino en lo visual. No carezco de temas, no. A mi edad, hasta el simple hecho de defecar es poetizable. Mis achaques, mi ingenio siempre enhiesto, mis pérdidas, mi asombro ante las cosas cotidianas…Todo es poetizable, amigos. Ved, no siempre escribo en la maquinilla. Algunos poemas merecen la pluma sobre el pliego, esa antigua comunión. Por supuesto, son piezas que subasto cuando viajo a la ciudad. Mi obra es patrimonio y privilegio. Y aún…
   El filólogo más joven se levantó de su asiento y sonrió con amabilidad.
   —Perdón, tengo que buscar la grabadora para la entrevista —y se dispuso a abrir la puerta.
   —Un momento, amigos —repuso el Poeta—, yo creía que la entrevista había comenzado. ¿Tendré que repetir lo que ya he dicho?
   —No hay problema. Ahora tenemos mejor idea de las preguntas que le haremos, y ahorraremos tiempo. Podrá incluso escribir un poema largo, si así lo prefiere. No queremos que por culpa nuestra su poema 7 342 se quede corto…

© Manuel Sosa

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