En alguna de aquellas lecturas iniciáticas,
–manuales, diccionarios, biografías- donde yo buscaba entender los credos sin
tener que lidiar con los tratados originales, un conferencista hacía notar que
el filósofo no se comportaba como tal en todo momento. O sea, cuando el
filósofo visita el lavatorio o pide a su criada un vaso de leche tibia, es uno
de nosotros. Esa aclaración me desmontaba, de cierta manera, la idea adquirida
en las “Vidas…” de Diógenes Laercio y otros libros de igual pretensión, de que
cuando el sabio y el genio se apartan de la pluma o la cátedra suelen dejarnos
poses sublimes, anécdotas memorables y conversaciones trascendentes. (Alguien
dijo alguna vez que Lezama era un poeta coloquial porque escribía como
hablaba). Sin embargo, fueron los cínicos quienes por primera vez inclinaron la
balanza hacia la conducta y la representación, quitándole el peso al sofisma y
la deducción. El cinismo, que originalmente era impudicia y abandono del
precepto social, no podía centrarse en su propia univocidad, puesto que
necesitaba un referente, y a la vez un énfasis gestual. Traduciendo un poco: lo
mismo pudiera decirse de un pacificador que precisa de guerras para justificar
su valía. Y lo peor: que secretamente las desee. Más sencillo aún, trasladado
al lenguaje de redes sociales, el único que muchos entienden por estos días:
“Si alardeas de ser virtuoso, ya dejas de serlo”.
No sé si
viene al caso, pero he visto ese mismo énfasis en una zona reciente de la
literatura cubana que pretende revisar los códigos formales y conceptuales;
escritores que ansían cambiar el Mapa, pero que duermen y sueñan con el Mapa,
que lo despliegan sobre sus escritorios y lo zarandean con sospechosa
insistencia. Veo también la actitud primando sobre la escritura, el rompimiento
dictado por el envanecimiento, y sobre todo: el afán performático. Ahora mismo
usted finge colgarse de un árbol, provocando un operativo policial y la alarma
de toda la comarca, y termina siendo antologado en una muestra de poesía
neovanguardista. Usted, aparentemente, ha dado vida a la imagen. Más que el
énfasis sobre la palabra, el énfasis sobre todo aquello que la circunda y la reta.
Este dato, que no sé si tenga que ver con nuestra apropiación del cinismo, me
ayuda a comprender la disposición que tienen algunos intelectuales cubanos a
suscribir prácticas grupales, como por contagio, y a evitar una retórica para
terminar fundando otra. Más que inconformismo, proclividad al mimetismo. Así,
cuando leí Aterrizaje. Después de la
crítica de la razón cínica, de Elvia Rosa Castro, pude sistematizar algún
que otro recelo, como el que acabo de exponer. Este libro recorre el cinismo,
desde su signo original de renuncia, pasando por sus derivaciones modernas, ya
sean la mordacidad o el simulacro, y lo descubre como sustancia inherente a
nuestra historia y nuestro canon. Aquí mismo, entre nosotros, laborioso y
decidor.
Leer a
Elvia Rosa Castro puede ser un ejercicio de reformulación estilística, y una
invitación a reajustar nuestra perspectiva ante la escritura. Lo primero,
porque su caso de ensayista se basa en haber dado con un Tono, proeza mayor en
un género donde puede bastar el argumento para justificar fallos de estilo, y
viceversa: el estilo salvando la pobreza de argumentos. A Elvia Rosa le saltan
el rigor, la astucia y el poder de argumentación en un discurso armado con
hilaridad y franqueza. Leerla es imaginarla como interlocutora en una antesala,
en cualquier sitio común, dispuesta a rematarnos con una dosis de sabiduría
callejera, algún neologismo expresivo, una apostilla coloquial. Si alguien duda
de que exista la marca Elvia Rosa, en este libro hay pruebas suficientes. Y lo
segundo, porque desborda una seguridad en sí misma, que bien pudiera desarmar
al más inspirado escribiente, uno de aquellos que dependen meramente de
inspiración y retórica, que no saben qué han dicho, traspasados por un lampo
sobrenatural. Y es esa seguridad en sí misma la que guía el trazado de esta
muchacha, lo que la hace escribir bien. ¿Qué quedará del pobre deudor de musas,
si el efecto y la marca Elvia Rosa se propagan? ¿Quién tomará dictado y verterá
exquisitez formal?
Aterrizaje… repasa las particularidades
del cinismo cubano (¿virtud, necesidad?), y se detiene en el momento sublimado
(en el embrollo aparentemente fundacional) de Espejo de Paciencia, donde el propio adjetivo delata nuestra
temprana vocación de apatía e inercia. Luego vendrían las manifestaciones del
diagnóstico, ya fuese en la colonia, en la República, en nuestro devenir como
nación: silencios, martirologios, evasiones, máscaras: todo subrepticiamente
permeado por ese virtuosismo en que hemos logrado aventajar a no pocos: la
Simulación.
(Elvia Rosa Castro: Aterrizaje. Después de la crítica de la razón cínica. Ediciones
Luminaria, Sancti Spíritus, 2012)
© Manuel Sosa
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