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miércoles, 31 de mayo de 2017

En contra, en desacuerdo…etc.

Lo peor que pudiera pasarle a lo que llaman “intelectualidad del exilio” sería el empeño de buscar una causa común. Forzar algo más que ese desarraigo significaría atarse a conveniencias y artificios de determinados grupos, cuyos intereses no dejarán de ser circunstanciales. Tales grupos no entienden que exceso de vileza no significa falta de eficacia. Un escritor alevoso y excéntrico no serviría como hombre público, pero agregaría otra perspectiva inusual al alma de la nación.
   Nunca antes un país (un territorio) había perdido tanta fuerza especulativa: escritores, artistas, filósofos, historiadores, músicos… Y muy pocos han podido deshacerse del ánimo insular, que pudiera significar tantas cosas, útiles o perjudiciales: ¿una perspectiva circular?
   El hecho de que existan divergencias estéticas, rivalidades, y acusaciones entre intelectuales exiliados vale más que un posible concilio y su unanimidad. Es cierto que aún no aprendemos a debatir, y que debemos pasar por encima del tono personal y los golpes bajos… Luego de la mansedumbre y la ficción ¿no viene un aprendizaje lentísimo? ¿Trasponer insultos o flotar en lo apacible? ¿Abandonar una refriega de expresividades para no llegar tarde al matinée?
   Es difícil admitirlo, pero las dictaduras me importan mucho menos que la literatura. Y creo que esa podría ser la única carta de triunfo, porque es la que más incomoda a quienes detentan el Poder. Nuestro afán de añadirnos a la totalidad, basándose en la búsqueda de verdades aparentemente incomunicables, nos otorgan una rara distinción. Si un artista o escritor exiliado puede persistir y no dejarse contener en fabularios locales o temporales, habrá cumplido con su trabajo. Después de tanta exhortación y jerga tumultuaria, después del ardid político, ¿qué razones le quedarían?

© Manuel Sosa

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