Cada ciclo de ultraje
se reinventa al amanecer
cuando desnudan a los pudorosos,
a los usurpadores de pactos,
sus vicios grabados en la mesa común
como alimento que consuela tanta furia
y avidez.
Exhiben su indefensión
(siempre sobra un madero o un cepo)
y la osadía de haber ensayado el relato
que socava las fronteras.
El día no alcanza
para enumerar las marcas candentes:
no alcanza su cuerpo.
Por la noche borran parte de su culpa,
leyéndolos.
© Manuel Sosa
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